La venta de cachivaches en las inmediaciones de la plaza Pérez Bonalde, en Catia, no es nueva. Lo novedoso es que la persona que va al lugar a ofrecer sus pertenencias está dejando hasta ropa interior usada, a diferencia de cuando comenzó la crisis y el proceso migratorio, momento en el que la gente vendía mayormente sus muebles, electrodomésticos y herramientas.
Además de las personas que deciden emigrar, también los padres de familia que se ven ahorcados por la crisis ofrecen sus pertenencias: ropa interior, ropa deportiva, vestidos, zapatos, utensilios de cocina, herramientas, repuestos, cocinas eléctricas y hasta piezas de baño.
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Tradicionalmente, quienes hurgaban en botaderos de basura eran quienes suministraban la mercancía a los vendedores de cachivaches.
El vendedor explica que también llegan hasta su puesto padres de familia desesperados porque no tienen cómo comprar comida. “Traen algo, lo venden y con ese dinero pueden comprar comida. Así solucionan”.
Vega es carpintero ebanista. Dice que no tiene los medios para ejercer su profesión por cuenta propia y que no le va a trabajar a un jefe por un sueldo que no le va a alcanzar para nada.
“Algunas personas, que tienen su trabajo formal, cuando salen se vienen acá a vender cualquier cosa para ganar más dinero, porque el sueldo no les alcanza. Estamos ahorita en una sobrevivencia”, afirma.
Una cocina eléctrica de dos hornillas con horno puede salir en 50 dólares. Una cuchilla para licuadora, entre 8000 y 10.000 bolívares, mientras que en una tienda cuesta 30.000 o 35.000 bolívares. A su vez, una poceta puede valer 400.000 bolívares; en una ferretería este mismo equipo supera el millón de bolívares.
Lo que más busca la gente en el puesto de Vega son repuestos para licuadoras. Pero a lo largo de la calle se pueden conseguir tornillos, destornilladores, lámparas, ventiladores, motores de todo tipo, palas, repuestos de bicicletas, codos, sócates y muchas cosas más.
Aunque Vega sostiene que es mucha la gente que compra acá debido a los altos precios en el mercado formal, Ángel León siente que el bolsillo de la gente está tan golpeado que a veces ni los cachivaches puede comprar.
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“En un día bueno me puedo llevar a casa 100.000 bolívares. Pero hay días en los que solo hago 20.000 o, a veces, nada”.
Hasta ropa interior usada
Eskely Baena no comparte su edad, pero asegura que toda su vida se ha dedicado a la economía informal. “Mi mercancía, la mayoría, es de personas que se van del país. Yo vendo ropa usada, pero en buen estado, de buena calidad. Hasta viene gente de otros estados a comprarme”.
“Yo vendo económico porque sé que la cosa está dura y uno tiene que ayudar al pueblo. Por ejemplo, si este conjunto te lo ofrezco en 5000 y tú solo tienes 3500, igual te lo vendo porque Dios provee. Yo digo que por eso para mí todos los días son buenos, porque aunque sea una harina Dios me depara para llevar a mi casa”.
Eskely ofrece de todo en su puesto: pantalones, franelas, blusas, sábanas, uniformes y ropa interior, algunas nuevas y otras usadas. “Todo en excelente estado”, subraya.
Así, en este rincón del oeste caraqueño, lo que muchos venezolanos deben dejar para irse del país se convierte en posibles soluciones para quienes en la capital venezolana deben seguir, como afirmó Vega, luchando por la sobrevivencia.
Con información de Crónica Uno