El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ha aparecido como un huracán en la política salvadoreña y, por ende, en la de América Latina, transformándose en un fenómeno que dice mucho del momento político que vive no sólo el país centroamericano sino la región en general.
Primero, por su forma de ganar las elecciones presidenciales de 2019 en El Salvador: de manera arrolladora, en primera vuelta –sin necesidad de acudir al balotaje- y desplazando a los partidos históricos y hegemónicos entre 1989 y 2019, Arena y el FMLN. Nayib Bukele obtuvo el 53% de los votos a 22 puntos del segundo. Su carisma personal y su apuesta por la renovación, más que el apoyo que obtuvo de pequeñas fuerzas escindidas de los grandes partidos (Gana y Nuevas Ideas), explican ese triunfo aplastante. Fue una clara muestra de voto de castigo de la población no sólo contra el partido en el gobierno sino contra la clase política tradicional, algo que ya se pudo ver en México con la victoria de Andrés López Obrador, de Iván Duque en Colombia o en Brasil con el triunfo de Jair Bolsonaro.
En segundo lugar, Bukele ha sorprendido por su forma de gobernar desde que asumió su mandato el pasado 1º de junio: un estilo desenfadado -como su ropa-, directo y donde las redes sociales (Twitter) cumplen un rol muy importante como cordón umbilical con la ciudadanía y como forma de construir una relación directa entre el gobierno –en realidad, entre el presidente- y los votantes.
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Es el mejor representante de lo que se entiende por un “presidente milenial” (tiene 37 años) tal y como ha sido calificado. Esa peculiar forma de gobernar muestra, más allá de lo anecdótico, los objetivos políticos que Nayib Bukele persigue con mayor insistencia a corto y medio plazo.
Un nuevo estilo que rompe con la forma tradicional de hacer política
Bukele desplegó ya como alcalde, después como candidato y lo hace ahora como presidente, un estilo desenfadado, cercano a la ciudadanía y directo que le aleja de la clase política tradicional.
Su misma forma de gobernar, dando publicidad a sus actos con un lenguaje popular por medio de Twitter, le diferencia de la forma como se han hecho las cosas hasta ahora y cumple uno de los deseos de la población que mayoritariamente le respaldó: que exista renovación, empezando por las formas.
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