El rápido crecimiento de las aplicaciones de reparto en Ecuador ha sido posible en buena medida gracias a la migración venezolana, que representa en torno al 50 % o más de los repartidores que han hecho de este trabajo su medio de vida.
Como en otras capitales del mundo, el auge de este tipo de servicios ha despegado exponencialmente, pero en numerosos países del subcontinente lationamericano ha ido de la mano del flujo migratorio de venezolanos, que han descubierto este un nicho laboral en los países receptores.
En la capital ecuatoriana es frecuente ver en cada semáforo a motoristas o ciclistas que portan las cajas distintivas de color amarillo o verde o rosa, en función de las empresas más conocidas de estas aplicaciones, convirtiéndose en un fenómeno impensable hace apenas poco más de un año.
“Más del 50 % en Quito son de origen venezolano, en su mayoría gente joven que no tenía una oportunidad laboral y hoy tienen unos ingresos de una fuente sana y que dinamiza la economía”, explicó a Efe Daniel Arévalo, el gerente en Ecuador de la empresa española Glovo, desde su primera sede en el norte de la capital.
Tras iniciar operaciones en junio de 2018 este edificio de dos plantas se les ha quedado pequeño debido al rápido crecimiento de la marca, que en los primeros doce meses en el país andino creció a un ritmo del 50 % cada mes y tiene una proyección de seguir haciéndolo en torno al 25 % mensual durante este segundo año, refiere Arévalo.
“Arrancamos en Quito, un mes después en Guayaquil y cuatro después en Cuenca”, indicó el directivo antes de precisar que la segunda ciudad se ha convertido en el principal mercado.
En total la empresa dispone de un millar de “glovers” como suelen llamar a los repartidores de la caja amarilla, y una larga lista de espera, y si bien se trata de una aplicación de “multicategoría”, el principal negocio está en la entrega de comida a domicilio.
Sus repartidores, junto a los de otras empresas del sector, suelen concentrarse junto a un estacionamiento de un centro comercial del norte de Quito, donde revisan ávidamente sus móviles a la espera de un pedido o aprovechando, si pueden, para almorzar.
Se les distingue por el casco, las cajas de reparto y ese acento que traslada al observador a cualquier ciudad del país caribeño.
“La mayoría de los compañeros de Glovo son venezolanos”, aseghura a Efe Alexei Hernández, 33 años y de San Cristóbal, que lleva apenas tres meses en Ecuador.
Su caso no es el habitual, pues está “haciéndole el favor a un amigo”, ya que buena parte de los repartidores llevan entre uno y tres años residiendo en el país, al ser uno de los requisitos el tener un visado o cédula ecuatoriana, licencia de moto, antecedentes penales o firma electrónica para poder facturar.
En Ecuador, un país que atraviesa por momentos de ralentización económica, se han radicado en los últimos dos años entre 350.000 y 400.000 venezolanos, y obtener un trabajo no es tarea fácil.
En algunos casos, el trabajo de repartidor se ha convertido hasta en un negocio familiar y no es extraño ver en una misma motocicleta al conductor, a la mujer que porta la caja y entre medias a un menor.
Y es que a diferencia de lo que sucede en otras latitudes, donde los mensajeros suelen ser estudiantes o jóvenes que buscan sacarse un dinero extra, en Ecuador las aplicaciones de reparto se han convertido en un trabajo a tiempo completo para los emigrantes.
“Más que una salida es un trabajo que nos ayuda a surgir, llegar a fin de mes y ayudar a nuestras familias en Venezuela”, confiesa a Efe Jason Javier De Gabardila, 27 años, del estado del Táchira y radicado en Ecuador desde 2016.
Comenzó hace un año con una bici y hoy tiene una moto. Y aunque señala que puede organizar cómodamente sus horarios, trabaja un promedio de doce horas al día.
Las oficinas de Uber en Quito también son un ir y venir de venezolanos que, según reconocen los propios empleados de la empresa estadounidense, son mayoría no solo en el ámbito del reparto sino también en el servicio de transporte, aún no legalizado en Ecuador.
El caraqueño Douglas Ramos, de 35 años y tres en Ecuador, decidió meterse de lleno en la entrega a domicilio después de ver que “había dado dinero a unos compañeros” y se las apaña bien con la bicicleta echando entre 40 a 45 horas semanales.
Sobre las condiciones laborales como “prestaciones o economía” prefiere no hablar, si bien defiende que se trata de “un trabajo honesto, honrado, que es lo que está buscando la gente en realidad”.
EFE.
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