Una peligrosa ola de xenofobia recorre la región suramericana tras la masiva llegada de los venezolanos que huyen del derrumbe revolucionario. El penúltimo capítulo se vivió esta semana en Perú, cuando un grupo de vecinos furibundos intentó tomar por asalto el Hospedaje Casa Blanca en el distrito limeño de Ate. En su interior, 25 venezolanos atemorizados resistieron hasta que la policía peruana intervino para poner paz.
«Atentaron con piedras, palos y botellas contra su integridad física, incluyendo mujeres embarazadas y niños inocentes», denunció en un comunicado la Embajada venezolana en Perú. El Gobierno de Martín Vizcarra reconoce al presidente encargado, Juan Guaidó, quien nombró a su embajador en el país andino. Los venezolanos fueron desalojados, pese a que tenían los documentos en regla y no habían provocado ningún altercado previo.
«No podemos dejar de ver con preocupación estos hechos focalizados pero latentes, que enturbian la imagen solidaria de la gran mayoría de ciudadanos del Perú y que hacen mella en la ya difícil situación de nuestros migrantes», finalizó el comunicado.
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Perú y Ecuador, y en menor medida Brasil, acumulan varios incidentes parecidos, incluso con la participación de políticos locales. Una asamblea vecinal en Cuzco aprobó el mes pasado la expulsión de venezolanos de su municipio. La Defensoría del Pueblo amonestó de inmediato a los asambleístas, también al alcalde que insultó («son lampen») a los criollos.
Durante la sublevación indígena en Ecuador, dirigentes comunitarios acusaron al gobierno de Lenín Moreno de desviar recursos de la gasolina para pagar las tarjetas alimenticias de los venezolanos. «El paquetazo se realiza porque este gobierno quiere mantener a esos pinches venezolanos», arengó en Imbabura uno de los líderes durante las protestas, lanza en mano, en un fake descomunal: esa ayuda alimenticia para los emigrantes la proporcionan el Programa de Alimentos de la ONU y ongs estadounidenses.
De nada le sirvió la verdad al joven venezolano de 20 años que fue salvajemente golpeado cuando salía del supermercado Gran Aki en Cuenca, precisamente tras usar la tarjeta. «Hemos comprobado cómo las amenazas xenófobas han crecido durante las protestas, incluso con ese grito tan repetido de «¡Abajo, Lenín; fuera los venezolanos! Vienes huyendo de Venezuela, pero hasta aquí nos persigue el fantasma. El cáncer de Chávez nos está matando en el continente», se quejan al unísono José Atacho y Julio González, dos de los líderes de las asociaciones venezolanas en Quito.
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Las cifras extraoficiales disparan el número de emigrantes tanto en Perú (1 millón) como en Ecuador (400.000), pero las perspectivas son mucho mayores. La ONU teme que para finales de 2020 sean 6 millones y medio los venezolanos que conformen la gran diáspora, sin precedentes en la Historia del continente. David Smolanki, encargado de la crisis migratoria por la Organización de Estados Americanos (OEA), eleva esa cifra hasta los ocho millones.
Las persecuciones escalofriantes que arroja este año en zonas de Ecuador y Perú ya han disparado todas las alarmas. La minoría xenófoba incluso ha hecho una incursión en el mundo de la música, con una oda contra las ‘venecas’ (gentilicio despectivo) creada por el grupo Son De Tambito. La queja es que las emigrantes arrebatan los maridos a las mujeres locales.
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