Una botella del mejor champagne francés, una cámara sueca, unos lentes alemanes, unas sábanas de seda india y un prometedor fotógrafo canadiense. También, un vinilo de Frank Sinatra a punto de largarse a encantar. La escena, en un pequeño apartamento rentado por un puñado de dólares, esperaba por una actriz norteamericana. Era noviembre de 1961, el invierno era incipiente y la oscuridad acechaba las tardes desde temprano en cualquier rincón de Hollywood, donde se haría la sesión de fotos para el 25 aniversario de la revista Look, con uno de los mayores íconos de la industria del espectáculo.
El fotógrafo era Douglas Kirkland, por entonces de jóvenes 27 años. Había pensado en todos los detalles. La modelo, nada menos que Marilyn Monroe, llegó (muy) impuntual a la cita, dos horas tarde, poniendo a prueba los nervios y el pulso del anfitrión. Ella contaba 35 años en su almanaque y estaba en lo más alto de su carrera. Era inalcanzable. La mujer aparecía en los sueños más eróticos de millones de hombres y mujeres, poderosos y mortales, alrededor de todo el planeta. Y Kirkland la eternizó en unas imágenes por demás sensuales.
Desnuda, tendida en una cama precaria, con apenas una almohada de la cual abrazarse y unas sábanas blancas que la cubrían en parte, Monroe se entregó por completo a las sucesivas lentes Carl Zeiss de 50 y 150 milímetros ensambladas a la carcasa eterna de su Hasselblad dependiendo del momentum de la escena. La luz que irradiaba Marilyn reflejaba su nueva vida tras otro fracaso amoroso: recientemente mudada a Los Ángeles y lejos del frenético movimiento incesante de Nueva York. Además, soltera.
“Nada más verme Marilyn me dio un abrazo y un beso en la mejilla y, sin perder un segundo, enfiló hacia el camerino. Una vez recostada en la cama, y tapándose los pechos con la manta, pidió a nuestros acompañantes que nos dejaran solos. Fue una decisión inesperada que cambió el curso de los acontecimientos», recordó Kirkland… ya menos nervioso a sus 85 años, a Fuera de Serie, de Expansión.
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Pero nueve meses después, la bellísima mujer aparecería otra vez desnuda en una cama con sábanas blancas. Ahora en su domicilio de Brentwood Heights, en L.A. Sin embargo, esta vez, boca abajo y con los ojos cerrados para siempre. El mayor ícono femenino de la historia norteamericana daba lugar al mito, a la leyenda. La imagen de su cuerpo inerte también permaneció grabada en la retina de generaciones por siempre. Kirkland preferiría recordarla como él la había eternizado.
El pasado 29 de octubre, 58 años después de esos disparos sin flash, la casa Christie’s en su sede de Nueva York ofreció en subasta el lote con las fotografías originales y la cámara del canadiense. También dos ejemplares de Look. “No se trata solo de imágenes extraordinariamente sensuales y originales del catálogo de Marilyn, sino además de dos de las últimas instantáneas que le tomaron en su vida”, indicó Becky MacGuire, la directora de ventas de la subasta.
Sin embargo, pese a las especulaciones sobre el tesoro fotográfico, nadie pujó por el lote. Nadie quiso el recuerdo de aquella mujer que mezclaba sensualidad e inocencia en mezclas venenosas.
Kirkland continúa su relato de aquella noche inolvidable. “Esto fue, por supuesto, muy emocionante para mí como joven. Quiero decir, estaba ahí con Marilyn Monroe frente a mí. Estaba al alcance de la mano, girando y girando debajo de esa sábana, que era semitransparente», se emociona en una nota dada al sitio de Christie’s.
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