El 8 de julio defendí mi tesis doctoral en Alemania y un mes después regresamos a Venezuela. Al llegar me reintegré a mi labor en Primero Justicia. Mi trabajo consiste en llevar y fortalecer las ideas centrohumanistas que nos unen y nos animan a seguir luchando por la democracia. Semanas más adelante, junto a la Secretaría de Organización, iniciamos el programa de formación «Organización para la acción». En los últimos tres meses hemos visitado diez estados y en estas líneas compartiré algunas reflexiones sobre mi experiencia. Me dispuse a hacerlo por tres razones: (1) Reconocer la lucha heroica los justicieros que se donan sin descanso a nuestra causa de libertad, (2) guardar para la memoria histórica del partido y del país nuestro testimonio de resistencia y (3) ofrecer motivos de esperanza responsable a quienes en esta hora menguada pueden experimentar desánimo.
Me conmueven los relatos de libertad, quizás porque espero con ansias que escribamos el nuestro. Admiro especialmente a Don Patricio Aylwin. En su biografía describe su lucha personal y sus esfuerzos por proteger a la Democracia Cristiana de “la ira de los poderosos”. Cuando la dictadura los embistió con más fuerza, Don Patricio se propuso “cuidar el cuerpo y el alma del partido” porque entendía que el PDC debía sobrevivir para seguir contribuyendo con la libertad de su país.
Las duras circunstancias que vivimos le ofrecen vigencia a las palabras de Don Patricio y “cuidar el cuerpo y el alma del partido” se ha convertido en el principio de acción política que ha guiado nuestras iniciativas en los últimos meses. “Organización para la acción” es un programa de formación que se propone cuidar el cuerpo y el alma de Primero Justicia. Buscamos fortalecer nuestras estructuras regionales, municipales y parroquiales con claves centrohumanistas. Nuestro propósito es facilitar la comprensión del difícil momento que vivimos y animar a seguir adelante.
En cada encuentro atendemos entre 150 y 200 justicieros. Cada día la organización de los eventos es más difícil. A las carencias económicas y estructurales se suman el miedo y la persecución. No en pocas ocasiones los proveedores se han negado a prestarnos sus servicios. En más de una oportunidad nos han dicho que no trabajan para organizaciones políticas por miedo a sufrir represalias. Y, en otras, hemos contado con la presencia de funcionarios de inteligencia que no se esmeran en pasar desapercibidos.
Asumimos con deportividad los inconvenientes y siempre seguimos adelante. Cada encuentro justiciero incluye tres sesiones: Centrohumanismo, El sentido de la lucha política y Somos PJ. Nos esmeramos por cuidar los detalles. Intentamos comenzar a la hora, hablar de manera cercana con cada participante y transmitir esperanza responsable. Quizás esto último es lo más difícil. Llegamos a localidades lejanas donde el colapso estructural del país es cruel. En algunos lugares vemos miradas que revelan hambre. Al apetito de libertad se le une el más elemental: ese justiciero no ha desayunado y quizás, tampoco cenó el día anterior.
Para muchos, el partido se ha convertido en su reducto último. Además de ser una organización política con vocación de poder, es un espacio para el encuentro y para el despliegue de la solidaridad. Es común llegar a un estado e identificar estructuras que atienden a quienes así lo necesitan. Los justicieros se organizan para buscar esa medicina que falta, el útil escolar que se necesita o la comida que escasea. Me conmuevo al pensar que veinte años de ataques y forcejeo no han podido reducir nuestra capacidad para donarnos y me lleno de esperanza porque, sin duda, hemos triunfado.
En los últimos días hemos escuchado fuertes críticas en contra de los políticos y los partidos. Hay razones de sobra. Las denuncias de corrupción que han salido a la luz pública en los últimos días son indignantes. Y la ira aumenta cuando entre los señalados hay dirigentes de Primero Justicia. Su actuación, tal como el partido lo ha declarado, nos avergüenza porque deshonra nuestros principios y golpea la moral del país.
La gravedad del escándalo puede aumentar si consideramos el efecto que puede tener en ánimo de los venezolanos. Al escuchar las denuncias podemos pensar que “todos son iguales”, “no vale la pena” o “estamos condenados a esta miseria”. Me preocupa que en tiempos turbulencia se reedite lo que Luis Castro Leiva advirtió en su discurso del 23 de enero de 1998. Me preocupa que desde la sociedad surja una ferviente antipolítica y se olvide que “la política que tenemos es la que nuestras representaciones sociales han hecho posible y afianzado para bien y para mal; y la hechura del mal que no queremos hacer y del bien que hacemos como podemos es tan nuestra como de nuestros mandatarios”. Es decir, aunque nos duela y a veces nos de vergüenza: nuestros líderes emergen de una parte de lo que somos como sociedad. No existe tal cosa como pueblo bueno y políticos malos. Intentar imponer ese relato -vuelvo a Castro Leiva- es: “Tirar la piedra del moralismo y esconder la mano de nuestra responsabilidad”.
Ahora más que nunca es necesario cuidar el cuerpo y el alma del partido. La condena a la corrupción debe ir acompañada de la renovación de nuestra vocación política. Hace veinte años perdimos la democracia porque hubo una generación que consideró que lo público era terreno percudido y ellos debían permanecer impolutos. Pues acá estamos, pagando el precio de dejarle el país a “los peores”. Me niego a repetir tan terrible decisión.
Asumo con realismo el escándalo y me propongo a seguir adelante con mi trabajo. Llevo en mi corazón la verdadera reserva moral de nuestro partido: El testimonio de vida de Fernando Albán, la fortaleza de Julio Borges en República Dominicana, los recorridos de Tomás Guanipa por todo el país, la imagen de Juan Pablo Guanipa honrando a la Constitución, Juan Requesens negándose a rendirse y el doloroso exilio de tantos dirigentes y diputados a quienes admiro profundamente. Seguiré haciendo partido y trabajando al servicio del país. Seguiré adelante porque en los últimos meses he cumplido el siguiente itinerario: descubrir, conocer y amar. En cada localidad he descubierto familias enteras que luchan, he conocido personas valiosas y he amado cada rincón de este país que se desangra y sufre. Me quedo con el rostro cansado y combatiente de nuestros justicieros. Vale la pena.
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