En agosto pasado, Francys Rivero, una madre soltera desempleada y con cuatro hijos, temía por la vida de su bebé. Dos meses después de su nacimiento, a pesar de que lo amamantaba regularmente, Kenai de Jesús no aumentaba de peso.
“Me siento con el corazón roto”, dijo Rivero, de 32 años, a Reuters en una entrevista en esta ciudad capital del estado venezolano occidental de Lara. “No sé qué le pasa a mi hijo”.
Trató repetidamente de ver nutricionistas, pero no pudo. Uno no apareció, otro pidió que lo esperaran un mes. Desesperada, Rivero acudió a un grupo de caridad que ofrecía chequeos e información para familias de niños con problemas nutricionales.
En el evento, organizado por Caritas, la organización católica de ayuda, los médicos realizaron un chequeo. Con donaciones de la organización benéfica y asistencia financiera de hermanos suyos que ahora viven en el extranjero, Rivero comenzó a complementar su leche materna con fórmula para bebés.
En pocas semanas, Kenai se recuperó. Para diciembre, alcanzó un peso aceptable para su edad. Pero Rivero, como muchos que padecen los efectos de la recesión económica, ahora en su sexto año, teme que una vez más se quede sin el dinero necesario para mantener al bebé sano.
“¿Cómo voy a comprar una comida tan cara?”, se preguntó.
La crisis económica de Venezuela está afectando a los niños del país, que enfrentan un riesgo creciente de desnutrición ya que los alimentos básicos están cada vez más fuera del alcance de muchas familias.
El sistema de salud pública, en el que escasean los medicamentos y otros suministros básicos, no puede proporcionar mucho apoyo, y los grupos no gubernamentales luchan para cerrar la brecha.
Nicolás Maduro, cada vez más cuestionado por socavar la democracia y estar al frente del colapso económico del país, atribuye la crisis y la carestía de alimentos a las sanciones impuestas por Estados Unidos que buscan presionar su salida del poder.
La falta de una nutrición adecuada retrasa el crecimiento, disminuye el desarrollo cognitivo y causa traumas físicos y emocionales entre cientos de miles de jóvenes venezolanos. Como resultado, los médicos y otros expertos en salud argumentan que Venezuela se enfrenta a una generación de jóvenes que nunca alcanzarán su máximo potencial físico o mental.
Entre 2013 y 2018, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el 13% de los niños del país sufrían de desnutrición. Caritas, en un reciente estudio realizado en cinco estados venezolanos y en Caracas, descubrió que el 16% de los niños menores de cinco años sufren de desnutrición aguda y que casi el doble de los menores evaluados por la organización, sufren bajas tasas de crecimiento para su edad.
Aunque las Naciones Unidas y otras agencias importan algo de ayuda alimentaria y nutricional, no es suficiente para las necesidades de Venezuela y la asistencia no siempre llega a donde más se necesita.
La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU recaudó solo un tercio de los 222,7 millones de dólares que aspiraba conseguir para Venezuela en la segunda mitad de 2019, según datos oficiales de Naciones Unidas.
“Si tenemos una población que pasa por un proceso de desnutrición, implica que vamos a tener adultos que van a venir ya con un menor potencial intelectual y un menor potencial físico”, dijo Raquel Mendoza, nutricionista de Mapani, un grupo no gubernamental en Barquisimeto que ayuda a las familias pobres a diagnosticar y tratar a niños desnutridos.
“Vamos a ver un retraso en el desarrollo del país, porque mi fuerza humana va estar disminuida”, señaló.
El informe anual del Ministerio de Salud de 2016, el último que publicó, celebró los avances en nutrición desde la década de 1980 y dijo que la desnutrición infantil “ha dejado de ser un problema de salud pública”.
Para aquellos que no tienen suficiente para comer, el problema es muy real.
Rosa Rojas, una viuda de 32 años y madre de seis hijos, depende del arroz y otros carbohidratos para mantener a sus hijos alimentados. Raro es el día en que comen tres veces al día. “Comemos dos veces, nada más”, dijo.
Gregoria Hernández, una ama de casa de 23 años, recientemente hospitalizó a dos hijos pequeños, Pastor y Josué, porque estaban desnutridos. Poco después de ser dados de alta, Sonia, su hija de siete meses, también necesitó ayuda médica.
“Me siento como la peor de las madres”, dijo Hernández a Reuters. “Porque no tengo la comodidad de cómo ayudarlos, de cómo darles lo que ellos necesitan”.
A veces, las familias están divididas entre sus necesidades urgentes.
Deina Álvarez, una estudiante de seis años y aspirante a gimnasta, tiene bajo peso y recibe suplementos nutricionales de una organización benéfica local. Aunque sus padres trabajan, no ganan lo suficiente para llenar un carrito de compras y adquirir los medicamentos que ambos necesitan porque son epilépticos.
“O costeamos medicina o costeamos comida”, dijo Diana Rodríguez, la madre de Deina.
Por Brian Ellsworth y Keren Torres – Reuters
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