Todas las cifras son catastróficas, enormes: cuando los Estados Unidos cambiaron su estrategia y comenzaron el cierre de actividades y el distanciamiento social, un estudio de Imperial College London pronosticaba entre 1,7 y 2,2 millones de muertos por COVID-19 si nada se hacía.
Luego las estimaciones pasaron a entre 100.000 y 200.000; actualmente se ubican entre 60.000 y 240.000 en ese país, que ya tiene más de 42.000 fallecidos por el nuevo coronavirus, y casi 800.000 infectados.
“La cifra inferior, 60.000, es un poco más que la capacidad del Estadio de los Dodgers de Los Ángeles. Es la cantidad de pasajeros en 180 aviones jumbo llenos. Es más que la cantidad de muertos en combate en la Guerra de Vietnam”, puso Stat en contexto. “Y 240.000, desde luego, es cuatro veces cualquiera de esas opciones”. Por ejemplo, todos los pasajeros de 720 grandes aviones.
Pero para estimar con exactitud la magnitud de las muertes por COVID-19, que se suman a los 8.000 fallecimientos diarios en los Estados Unidos por otras causas, es más complejo. Entran en juego factores como la cantidad de contagios asintomáticos (cuanto más haya, menor será la tasa de fatalidad), la mayor velocidad de transmisión en comparación con, por ejemplo, la gripe, y su combinación con otras patologías, entre otros.
Para facilitar la comprensión, Stat comparó las cifras de la gran epidemia de gripe española (1918-1919), con 675.000 muertes; la gripe porcina de 2009, con 12.469 muertes; las dos últimas temporadas de gripe en los Estados Unidos (61.000 y 34.200 muertes respectivamente) y las dos proyecciones actuals de COVID-19 en el país. En el cuadro se visualiza rápidamente por qué el nuevo coronavirus no puede ser comparado a la gripe común y, en cambio, tiene una magnitud más propia de episodios extraordinarios como el de comienzos del siglo XX.
Como aclaración metodológica, la publicación distinguió que las muertes proyectadas de COVID-19 surgen de modelos que predicen un estancamiento de la cantidad de casos y de fallecimientos en las próximas semanas en los Estados Unidos, según la trayectoria de la enfermedad que se vio en lugares como Seattle, donde el coronavirus impactó primero. “Si siguen en pie las órdenes de permanecer en casa y otras contramedidas, debería haber pocas muertes después de julio”, señaló el texto. «Por lo tanto, tratamos las 60.000 a 240.000 muertes como si ocurrieran en cinco meses, de marzo a julio. Y en el caso de la segunda comparación, con otras enfermedades como las cardíacas y el cáncer, también limitaron el cálculo al impacto de cinco meses.
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Así la fatalidad por COVID-19 se midió con las muertes correspondientes a ese periodo debidas a las principales causas, como la enfermedad coronaria, con 269.583 casos (cifras de 2017 en los Estados Unidos), y el cáncer, con 252.500 casos (cifras de 2019), y otras de magnitud estadística como la apoplejía (60.833 casos en 2017) y el mal de Alzheimer (50.417 casos en 2017). En esa visualización se advierte que la actual pandemia compite con esos dos grupos relevantes:
Es posible que en el futuro, a medida que se encuentren tratamientos y hasta una vacuna contra este coronavirus, su impacto cambie. Pero con toda probabilidad se seguirán haciendo cálculos porque, como señaló el director del Instituto de Enfermedades Infecciosas y parte del equipo especial de trabajo de la Casa Blanca sobre el COVID-19, Anthony Fauci, el nuevo coronavirus “no va a desaparecer del planeta, sin lugar a dudas”, después de julio.
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