Todos menos él han buscado la teta de China para obtener material de protección contra el coronavirus. El alcalde de Praga, Zdenek Hrib, incluso la ha rechazado. No quiere nada de un país que «viola los derechos humanos y utiliza la pandemia para maquillar su reputación». Hrib ha tendido puentes con Taiwan, desatando con ello la ira de Pekín. La República Checa ha lidiado con la pandemia bajo una enorme presión diplomática.
«Los suministros sanitarios chinos no son un regalo, no es ayuda humanitaria, son puro negocio. China está utilizando la pandemia para expandir su influencia en el mundo. No es un socio fiable«, afirma Hrib, de 38 años, médico de formación y líder del Partido Pirata Checo. Ejemplos no le faltan y tampoco en cuanto a la fiabilidad de las empresas chinas. El 80% de los 300.000 test rápidos enviados por el gigante asiático en marzo era defectuosos o poco fiables, por lo que las autoridades sanitarias se vieron obligadas a seguir el método de laboratorio tradicional.
Tanto el presidente Milos Zeman como el primer ministro, Andrej Babis, han agradecido el material recibido sin cuestionar su utilidad, tantos son los intereses en juego. Las inversiones chinas en la República Checa son gigantescas y transversales. Van desde el equipo de fútbol Slavia Praga, hasta el grupo de comunicación Medea pasando por acciones en las líneas aéreas checas, hoteles de lujo, fondos de inversión, industria, tecnología, bancos y el sector automotriz, como Skoda. Pero el alcalde de Praga, a pesar de que la ciudad vive principalmente del turismo y son casi 600.000 chinos los que recibe al año, prioriza otros valores.
En la crónica del coronavirus de la República Checa hay pasajes claves, algunos de los cuales se gestaron incluso antes de la aparición de la pandemia. El que nos ocupa, empezó con la llegada de Hrib a la alcaldía de Praga, ciudad hermanada con Pekín desde 2016. Semanas después de asumir el cargo, en noviembre de 2018, Hrib cursó una invitación a los embajadores, incluido el taiwanés. El gesto no gustó a China, que pidió a través de su legación que le desinvitaran. Hrib se negó y la recepción se celebró sin representación china. Hrib mantuvo el pulso. Meses después rompió el acuerdo de hermandad con Pekín ante la insistencia china de incluir una cláusula que reconocía a China como un estado unificado. En enero Praga se hermanó con Taipei.
Para entonces, China ya había identificado el primer caso de coronavirus en Wuhan. La alerta sin embargo llegó en diciembre y por escrito a la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde Taiwan, que la desoyó. Taiwan, vetado por China en los foros multilaterales, siguió su camino en solitario y puso en marcha un exitoso plan de choque para proteger a su población. Cuando el director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, seguía relativizando el virus e insistía en que no era necesario imponer restricciones a los viajes con China, República Checa ya había elegido. El 15 de febrero despegaba del aeropuerto de Praga el último vuelo a ese país.
El 4 de marzo, con sólo cuatro casos de coronavirus confirmados en República Checa, Taipei envió a su ciudad hermana lo que hasta entonces había aprendido. La documentación enviada incluía estadísticas, respuestas a las medidas adoptadas para frenar la pandemia, notas sobre educación a la higiene preparadas por el Centro de Control Epidemiológica (CECC), consideraciones médicas y recomendaciones. Hrib lo remitió las autoridades sanitarias, no sin agradecer públicamente a Taiwan la ayuda prestada y que, posteriormente, se amplió a mascarillas y respiradores.
China se retorcía, multiplicaba sus advertencias. El alcalde no se achantó. En marzo, hizo ondear en toda la ciudad las banderas de Tíbet para celebrar el levantamiento, el 10 de mazo de 1959, del pueblo tibetano contra China, siguiendo la tradición iniciada por el ex presidente Václav Havel. Pero en esta ocasión, las hizo ondear todo el mes y además invitó al jefe del Gobierno tibetano en el exilio, Lobsang Sangay.
«Las autoridades de Praga están haciendo movimientos erróneos de forma reiterada y comentarios inapropiados sobre asuntos que afectan a los intereses de China como Taiwan y Tíbet», advirtieron desde Pekín las autoridades. El ministro de Asuntos Exteriores checo, Tomas Petricek, intentó que las aguas volvieran a su cauce y dijo públicamente que la postura de la alcaldía de Praga no era la del Gobierno, que sí reconoce oficialmente a la República China unificada. En la lucha contra el coronavirus, sin embargo, luchó contra la pandemia ‘a la taiwanesa’.
República Checa fue el primer país europeo que levantó barreras para evitar la propagación del coronavirus. El 12 de marzo, con sólo 40 casos de coronavirus, el primer ministro declaró el estado de alarma. Las fronteras se sellaron, se impuso el uso obligatorio de mascarillas y se prohibieron las reuniones masivas, incluido eventos deportivos y religiosos, y las visitas a las cárceles. Se echó el cerrojo a colegios, centros de día para la tercera edad, y se limitó a 100 personas la asistencia máxima a teatros, musicales y cines. Se siguieron, a rajatabla, las recomendaciones enviadas a Hrib por Ko Wen-je, el alcalde de Taipei.
No es la única explicación al éxito checo en el control de la pandemia. Es un país con 10,6 millones de habitantes y una superficie de 78.866 kilómetros cuadrados, más pequeño que Andalucía. Su sistema sanitario responde al modelo Bismarck, es decir sanidad pública gestionada por agencias de seguros, el mismo sistema que Alemania. Eso aporta competitividad al mercado y da independencia a los hospitales a la hora de hacer sus compras.
No fue necesario, como en España, que sigue el modelo británico, conocido como Beveridge, que el Gobierno se pusiera en marcha.
Con 7.041 casos de coronavirus acumulados, 204 muertes y 1.800 sanados, República Checa se encuentra en lo que las autoridades sanitarias llaman «cuarentena inteligente», una estrategia de salida que inicialmente irá hasta junio combinada con una nueva oleada de test y seguimiento de casos. El presidente checo ha dejado entrever que las fronteras permanecerán cerradas hasta fin de año. «Aprovechen el verano para descubrir su país», ha declarado Zeman. Y para pasear por Praga, una ciudad que según su alcalde «tiene derecho a hermanarse con la ciudad que quiera», incluso en tiempos de coronavirus.
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