Trabajan con las uñas y sin insumos, no obstante, siguen prestando sus servicios a la colectividad. Los Trabajadores sanitarios del Hospital Universitario de Maracaibo relataron a The Guardian cómo enfrentan a la COVID-19.
The Guardian | Tom Phillips
Mientras son llevados al hospital universitario de Maracaibo, pálidos, jadeando y presos del pánico, un grito recurrente surge de las bocas de los pacientes con coronavirus en esta desaliñada metrópolis venezolana.
«¡Sálvame!» suplican al entrar en Urgencias, según el personal del hospital demasiado asustado para dar sus nombres. «¡Por favor, no me dejes morir!».
De acuerdo con las cifras del régimen, en Venezuela solo han muerto 329 personas por el coronavirus, sin embargo, los especialistas refutan esta cifra.
«El gobierno dice que todo está bajo control, pero eso no es cierto», dijo un empleado a The Guardian, quien habló bajo condición de anonimato por temor a ser perseguido por el régimen autoritario de Venezuela. «Tenemos entre seis y ocho muertes al día».
En un período reciente de tres días en julio, se informó que 26 pacientes murieron de COVID-19 allí, pero ninguno se incluyó en el recuento oficial.
No obstante el miedo a ser perseguidos les impide alzar la voz ante este dantesco escenario.
“Todos sabemos lo que está sucediendo en el hospital universitario… Pero si hablamos, nos encerrarán», exclamó un trabajador.
The Guardian destacó que este centro de salud fue modelo en Latinoamérica en los años 60, década en la que se practicó el primer trasplante riñón en la región.
Hoy, con Venezuela y su servicio de salud en ruinas, el hospital no tiene baños que funcionen y, a menudo, carece de agua para bañarse o limpiar. Según los informes, los pacientes se han visto obligados a defecar en bandejas de almuerzo y arrojar sus desechos por la ventana. Para llegar a la diálisis, los pacientes con enfermedad renal deben caminar por los pisos que albergan a los pacientes con Covid-19 porque el ascensor está roto.
Un trabajador de la salud dijo que la situación era tan grave que muchos pacientes preferían sufrir en casa. «No quieren entrar porque creen que los dejarán morir».
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