Luego de un año de la enorme movilización ciudadana y la insurrección policial que desalojaron del poder a Evo Morales, el candidato de su partido, el MAS, Luis Arce, está a punto de ganar las elecciones presidenciales bolivianas de octubre. El resultado definitivo se podría decidir, incluso, en la primera vuelta de manera limpia e inobjetable. Las ambiciones personales, la división y la ceguera política de sus adversarios pavimentan el retorno de los partidarios de Morales al poder en Bolivia. Otro ejemplo de que no se aprende en cabeza ajena.
Por Pedro Benítez – Alnavío
Evo Morales hoy está refugiado en Argentina, inhabilitado de participar políticamente en Bolivia; sin embargo, aunque ausente del país, su presencia se siente a pocas semanas de la elección presidencial prevista para el próximo 18 de octubre.
Hace un año su poder y su popularidad rodaban por los suelos. Abandonado por el Ejército en medio de una insurrección policial, luego de 23 días seguidos de protestas multitudinarias en las principales ciudades bolivianas, su salida del escenario político lucía definitiva. Incluso, la mayoría de los miembros de su partido en el Senado pactaron con la presidenta encargada, Jeanine Áñez, para darle una solución institucional a la crisis.
Pero como sabemos, a menos que estén tres metros bajo tierra, en política no hay muertos. Y menos en Latinoamérica.
Por cortesía de las disputas políticas y las ambiciones personales de sus adversarios, el partido de Evo Morales, el Movimiento al Socialismo (MAS), puede volver al poder de manera limpia e inobjetable.
Según la más reciente encuesta difundida en Bolivia el favorito para ganar es el candidato presidencial de esa organización y exministro de Economía de Morales, Luis Arce, con el 26,2% de los votos.
En segundo lugar, tal como ocurría hace un año, con el 17,1% figura el expresidente Carlos Mesa, candidato de Comunidad Ciudadana (CC). La presidenta interina, Jeanine Áñez, quien rompió su promesa de no postularse a la primera magistratura, aparece en la tercera posición con un 10,4%. Luego le sigue en las preferencias el empresario Luis Fernando Camacho, expresidente del Comité Cívico de Santa Cruz y líder de las protestas del año pasado, con sólo el 6,9%.
A la larga lista de aspirantes anti-Evo Morales se suman el también expresidente Jorge Quiroga (3%), el pastor evangélico Chi Hyung Chung (2%) y el minero Feliciano Mamani (1%), única disidencia por la izquierda del MAS.
El citado estudio de opinión pública indica que, descontando la probable abstención, y el estimado histórico de votos nulos, Arce podría obtener el 37,3% de los votos válidos y Mesa el 24,2%. Según la Constitución boliviana será proclamada ganadora la candidatura que haya reunido el 50% más uno de los votos, o un mínimo del 40%, con una diferencia de al menos 10% sobre la segunda candidatura.
De no darse ninguno de los dos supuestos, se realizaría una segunda vuelta electoral entre los dos candidatos más votados. Según esa misma encuesta, Arce perdería frente a Mesa (35% a 40%).
Hace un año las autoridades electorales bolivianas le adjudicaron la victoria a Morales en la primera vuelta, resultado que Carlos Mesa no aceptó, prendiendo así la mecha del conflicto. De no haber ocurrido eso, el voto opositor se hubiera decantado por Mesa, derrotando (según las encuestas de entonces) a Evo Morales como presidente a la reelección.
Como se podrá apreciar ahora, Luis Arce no está lejos de la segunda posibilidad que plantea la Constitución boliviana. En ningún caso podría imponerse, por lo visto, por más del 50% de los sufragios (al igual que Evo Morales el año pasado), pero sí podría sorprender con el 40% de los sufragios y superar al segundo por más del 10%. Y de ser así, esta vez no se podrá alegar que la candidatura masista lo consiguió por control de las instituciones.
Apuesta por la segunda vuelta
Los adversarios del MAS han apostado a la segunda vuelta electoral como el seguro de vida que les resuelva sus propias disputas por el liderazgo. Pero están corriendo un alto e innecesario riesgo.
Evo Morales ha conseguido mantener cohesionada a la mayor parte de su base indígena y campesina, y, aunque disminuido, el MAS sigue siendo el principal partido político de Bolivia.
Sin embargo, eso no sería suficiente para explicar su retorno al centro del escenario sin la torpeza y ambición de sus adversarios, principalmente de la presidenta interina, Jeanine Áñez. Si Luis Arce consigue entrar al Palacio Quemado, sede tradicional del Poder Ejecutivo boliviano, la principal responsable será ella.
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