La ley de la mafia no contempla el retiro voluntario. En su gran mayoría, tanto capos como lugartenientes y sicarios, mueren muy jóvenes. Los que quedan, generalmente porque pasaron muchos años en la cárcel, pueden decidir dar un paso al costado, pero nunca van a poder dejar la organización. Lo que se está viendo ahora, en el caso de los grandes narcotraficantes es que después de cumplir con largas sentencias, están volviendo para rearmar los cárteles e intentar ocupar el lugar que tenían como grandes capos.
Ese es el caso de Jorge Roca, más conocido como “Techo de Paja”, que fue arrestado en Lima el 9 de marzo. Fue durante una operación conjunta con agentes estadounidenses, colombianos y peruanos. Roca había reorganizado su cártel y se dedicaba a sacar cocaína de primer nivel de las “cocinas” de Santa Cruz de la Sierra hacia Estados Unidos, pasando por Brasil, Venezuela y México. En vieja época llegó a ser uno de los grandes proveedores del Cartel de Medellín que lideraba Pablo Escobar. Se lo creía retirado después de pasar 27 años en una cárcel de alta seguridad de California y varios meses en una prisión de Bolivia hasta que se fugó mientras estaba siendo tratado en una clínica privada de La Paz. Salió del radar policial en 2019 y envió mensajes de que ya no estaba en el juego. No era cierto.
“Techo de paja” es sobrino de Roberto Suárez Gómez, “el rey de la cocaína” de Bolivia, que se hizo famoso por ofrecer pagar la deuda externa de su país –en ese momento de 3.000 millones de dólares- a cambio de impunidad. Comenzó a trabajar para la organización desde Los Angeles. Tenía un típico negocio de autos usados mientras por detrás distribuía la cocaína que le mandaba su tío y el clan de Los Pepes. El dinero que blanqueaba en California lo fue invirtiendo en su tierra natal del Beni. Allí tuvo varios establecimientos ganaderos, un club hípico, una cadena de supermercados y una enorme mansión en Santa Cruz de la Sierra. Al mismo tiempo, fue creando otro imperio en Estados Unidos, con lujosas residencias y los típicos autos ostentosos de los narcos. Llegó a cumular unos 70 millones de dólares de esa época.
El 16 de diciembre de 1990, Jorge Roca Suárez y su esposa Cecilia fueron arrestados después de una redada de la DEA en su casa de 19 habitaciones en San Marino, California. Le cayeron con más de 30 cargos de narcotráfico, lavado de dinero, fraude bancario, evasión de impuestos y la exportación ilegal de base monetaria. Fue condenado a 30 años de prisión. Su hermana, Beatriz Asunta “Chunty” Roca, y su mujer recibieron una sentencia de cinco años por lavado de dinero. En una entrevista que concedió al diario boliviano El Deber, “Techo de Paja” dijo que había aprovechado esos años para estudiar y graduarse como abogado especializado en derecho político y penal. En abril de 2018, le otorgaron la libertad anticipada y Suárez regresó a Bolivia. Apenas bajó del avión en La Paz fue otra vez detenido para cumplir una vieja sentencia a 15 años de prisión. Nueve meses más tarde, Suárez recibió un pase de diez días bajo supervisión policial para acudir a una clínica por una dolencia no especificada. Se escapó del lugar en la noche del 8 de diciembre de 2018. Desapareció hasta que en fue detenido el mes pasado en Lima.
“El caso de Roca ilustra cómo algunos narcotraficantes logran revivir sus negocios ilegales, a pesar de haber pasado décadas en prisión”, escribió en su análisis de la organización especializada InSight Crime. Y el consultor en seguridad Arturo Arango asegura que “es muy difícil pensar en un retiro desde el punto de vista tradicional. La delincuencia organizada tiene mecanismos de control sobre sus propios miembros, y cuando alguien quiere salirse se les mueve el tapete (alfombra) a todos los demás. Imagínense el retiro de un capo que sabe todo de todos. Quien fuera su sucesor lo que haría sería intentar matarlo”.
Según la DEA, la agencia estadounidense que combate el narcotráfico, están aumentando los ejemplos de viejos capos que regresan a sus países e intentan retomar el poder en sus organizaciones. Un caso emblemático es el de Rafael Caro Quintero, un mítico capo que en los años setenta fue uno de los fundadores del Cartel de Guadalajara. Su hermano Miguel lideró otro cartel, el de Sonora. Se lo considera un “capo de todos los capos”. Fue quien ordenó el asesinato del agente de la DEA, Enrique “Kiki” Camarena y del escritor John Clay Walker. El FBI mantiene una recompensa de 20 millones de dólares por su cabeza. En 1985 fue apresado en Costa Rica y pasó por varias cárceles mexicanas hasta ser liberado en 2013. Desde entonces se cree que está en las sierras de Sinaloa bajo la seguridad del cartel que lideran “el Chapo” Guzmán y “el Mayo” Zambada. Una periodista lo entrevistó en una casa de Mazatlán donde supuestamente vivió un tiempo en 2018. En el mundo narco mexicano se lo venera y respeta. Sigue recibiendo dividendos de la venta de cocaína de parte de varios capos que lo consultan permanentemente.
En 2011, Víctor Patiño Fómeque, alias “la fiera” o “el químico”, estuvo en el centro de una guerra entre Los Urabeños y Los Rastrojos por el control de los bienes del Cartel de Cali. De acuerdo con información publicada por El Tiempo, Patiño Fómeque habría jugado el rol de mediador entre el Cartel de los Beltrán Leyva en México y Los Urabeños a cambio del apoyo de los últimos en su guerra contra Los Rastrojos. Esto lo hizo después de cumplir una condena de 12 años en Estados Unidos tras convertirse en colaborador de la DEA y delatar a varios capos colombianos. Todo esto, mientras continuaba trabajando para los intereses del poderoso cartel del Norte del Valle. Después de las disputas entre sus antiguos socios y enemigos volvió a refugiarse en Estados Unidos donde controla la distribución de drogas en varios estados.
En otros casos, el retorno de los viejos capos revive antiguas luchas. Una ola de violencia en el departamento del Valle del Cauca, en 2015, estuvo relacionada con el regreso de varios narcos y testaferros de vieja data. Más recientemente, el regreso del narcotraficante y ex paramilitar Hernán Giraldo en enero de este año generó la misma reacción. Su familia, ahora convertida en un grupo criminal conocido como “Los Pachenca”, mantiene todavía control sobre el tráfico de drogas en la costa Caribe colombiana, y su retorno ha generado temor entre las comunidades de la región.
En México hubo dos casos conocidos de jefes narcos que se retiraron y entregaron el mando a cambio de protección. Pero siguieron relacionados con la organización. Son los capos Juan N. Guerra, fundador del Cartel del Golfo, y Miguel Ángel Félix Gallardo, “El Jefe de Jefes”. Guerra cedió el control de la organización a su sobrino Juan García Ábrego, actualmente encarcelado en Estados Unidos.
Gallardo, quien en la década de los años 80 fue el principal líder del tráfico de drogas en el país, fue detenido en 1989. En su libro El Cartel, el periodista Jesús Blancornelas cuenta que el ex líder ordenó repartir el territorio que controlaba entre algunos de sus colaboradores. Los beneficiados se convirtieron después en jefes de carteles, como Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”, los hermanos Arellano Félix o Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”. “Su retiro fue posible porque el escenario en que se realizaba el tráfico de drogas era distinto”, explica el consultor Arturo Arango. “En muchos casos los jefes de carteles eran protegidos o aliados de autoridades policíacas”. Y pareciera que esa protección sigue intacta sobre Gallardo, quien también sigue recibiendo una parte de las ganancias de los negocios de sus ex “empleados. Los Tigres del Norte cantan el famoso corrido creado en su honor: “El jefe de jefes”. Fue personaje en varias series de televisión, la última “Narcos” de Netflix interpretado por el actor Diego Luna.
El caso del boliviano Jorge “techo de paja” Roca se convierte en emblemático en esta historia de viejos traficantes no solo por continuar al frente de operaciones durante sus años de cárcel, sino que regresó para levantar un nuevo imperio de la delincuencia sudamericana. Ah, y por si se preguntó desde que comenzó a leer la nota de dónde salió el curioso apodo de Roca, esta es la explicación: eso de ‘techo’ fue una forma de llamarlo que tuvo su tío, el ‘Rey de la cocaína’. “Cuando Jorge era un niño” -contó al diario El Deber una persona relacionada con la familia- Roberto comenzó a llamarlo ‘techito’ o `techo `e paja´, porque cuando jugaba con él en una laguna, durante el tiempo que vivimos en Santa Ana de Yacuma (Beni), el agua no mojaba su cuero cabelludo y se escurría de la cabellera ondulada y choca que tenía”.
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