Cuando ganó sus primeras elecciones en 2017 Macron aspiraba a revolucionar con sus reformas un país con ganas de cambio. En su segundo mandato se encuentra con desafíos distintos en un país que no es el mismo de antes. Esos próximos cinco años son muy importantes para evitar el abismo, el del país y Europa, y tendrá que inventar una nueva forma de hacer política, venderla como menos arrogante, para evitar que el descontento vaya a más y siga alimentando el ascenso de la ultraderecha. Macron afronta casi una legislatura para medicar la depresión social. La última, además, pues no puede presentarse una tercera vez. Su legado de estos cinco años será lo que quede.
Francia está mucho más dividida, con una inflación está mermando el bolsillo del ciudadano y la economía amenazada por la guerra en Ucrania, conflicto en el que su rol como líder europeo será crucial. Todo ello, además, a menos de dos meses de las elecciones legislativas que podrían complicarle la gobernanza: la llamada tercera vuelta electoral.
Los primeros meses no serán fáciles. Hay hastío y los ciudadanos sienten que hay dos bandos: la élite y las zonas populares. Estas se sienten abandonadas por un presidente que creen arrogante, al que acusan de favorecer a las clases acomodadas y de no hacer políticas sociales. Un colaborador del presidente admitía estos días que en caso de victoria, esta “no es del todo satisfactoria”.
De momento ha prometido aprobar este verano una ley para mejorar el poder adquisitivo de los franceses. Este ha sido el eje de la campaña de Marine Le Pen. También tendrá que encajar su principal propuesta y la más polémica: retrasar la edad de jubilación a los 65 años, que ahora está en 62. Es su medida más criticadas y en los últimos días de campaña ha tenido que dar marcha atrás y modificar su idea inicial. Planeaba aprobar la reforma ya en verano, pero lo retrasará al otoño. Además, ha prometido que la negociará con los agentes sociales tras su reelección e instaurará “un debate permanente”, en un mandato más horizontal, para evitar crisis como la de los chalecos amarillos, con la que inauguró su primer mandato.
CONCESIONES A LA IZQUIERDA
La generación verde, ese votante ecologista que ha legado su apoyo para evitar a Le Pen y al que Macron ha hecho guiños estas últimas semanas, le pedirá cuentas, igual que los del izquierdista Jean Luc Mélenchon, a los que ha cortejado durante semanas para conseguir su voto. Para evitar el descontento, podría virar más hacia la izquierda en esta segunda etapa o hacer algunas concesiones.
La situación en Ucrania amenaza con restarle dos puntos de crecimiento a Francia, en parte por la dependencia energética, y la inflación, del 4,5% en el mes de marzo, está mermando el bolsillo del francés, que es la principal preocupación. Macron no ha cesado de restarle importancia a este punto durante la campaña, recordando que la inflación en Francia “es la mitad que la de España”.
Medicar ese descontento de manera rápida será vital para evitar que haya conflictividad. Además, están los comicios legislativos que se celebran en junio (días 12 y 19) y que son los que permitirán a Macron gobernar con margen. Si no la obtiene, se daría una cohabitación: ocurre cuando el presidente y primer ministro son de distinto signo político.
El votante tiende a evitarlo. El riesgo es que el sistema electoral, al ser en dos vueltas, da más representatividad al que gana en la segunda (se vota, como en las presidenciales, por descarte), de manera que puede darse el caso de que Marine Le Pen, a pesar de haber logrado el 41,8 por ciento de los votos (según las primeras estimaciones), obtenga pocos diputados, precisamente por ese voto barrera a la ultraderecha.
En el entorno de Macron temen que esa falta de representatividad en las instituciones se traslade a la calle en forma de contestación, como ya ocurrió con los chalecos amarillos. Este votante que siente que ha acudido a las urnas en balde podrían rebelarse.
EUROPA
Mélenchon, que quedó eliminado en la primera vuelta con un 22% de votos, a un punto de Le Pen, lleva semanas pidiendo a su electorado que le de apoyo en las legislativas. Macron tendría problemas para sacar adelante sus proyectos en una hipotética cohabitación con el líder de extrema izquierda. La de Macron, Le Pen o Mélenchon “son visiones antagónicas de Francia y Europa, de la mundialización y la economía. Se ha creado la sensación de que hay un sistema instaurado del que unos disfrutan y otros no”, explicaba el colaborador de Macron.
Fuera de casa, el desafío en la esfera internacional pasa por Rusia y la guerra de Ucrania. Desactivada ya la nefasta opción que suponía para Europa un triunfo de Marine Le Pen, Macron retomará la batuta en Europa en la gestión de la crisis y tendrá que liderar esa Europa unida. Ahí probablemente es donde se sienta ya más cómodo, en el papel de “jefe de la guerra”, al que se consagró las primeras semanas de campaña. Le dará autoridad el haberse impuesto a una Le Pen cercana a Putin, que quería cambiar las bases de la Unión y sacar a Francia de la OTAN.
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