Los problemas comenzaron el 11 de enero pasado, cuando Joe Harding, un legislador republicano de la pequeña ciudad de Williston (Florida), presentó en la Cámara de Representantes del estado un proyecto conocido como Ley de Derechos de los Padres en la Educación. Esta ley, que llegó en medio de un intenso debate nacional sobre los baños sin género, la participación de los transexuales en los deportes escolares y los procedimientos médicos de “afirmación de género”, incluía esta línea: “Un distrito escolar no puede fomentar el debate en el aula sobre la orientación sexual o la identidad de género en los niveles de primaria o de una manera que no sea apropiada para la edad o el desarrollo”.
El polémico proyecto rápidamente se transformó en el centro de debate y comenzó a hablarse de él como la ley estatal “no digas gay”, por su objetivo encubierto de restringir la discusión de la identidad sexual o de género en las escuelas primarias.
En medio de este convulsionado debate estatal quedó Disney, hasta el momento conocida como leal al movimiento LGBTQ.
El gran desafío era decidir si pronunciarse o no sobre la norma…
Es que hace casi 30 años, en 1995, la compañía se convirtió en una de las primeras empresas estadounidenses en ofrecer prestaciones sanitarias a las parejas del mismo sexo de sus empleados. La medida fue aclamada entonces como un gran momento en el movimiento de los derechos de los homosexuales en Estados Unidos y un punto de inflexión en la imagen de la empresa.
Esa decisión, tomada en medio de fuertes críticas conservadoras que acusaban a la compañía de apoyar “valores antifamiliares”, inspiró décadas de lealtad entre el personal LGBTQ de la empresa.
Pero esta vez, los responsables de Disney decidieron evitar tomar una posición pública sobre la controversial norma “No digas gay”, uno de los temas más divisivos de la política estadounidense…
“En poco tiempo han conseguido enfadar tanto a la izquierda como a la derecha”, analizó para el Financial Times un antiguo ejecutivo de Disney. “Esta vez se enfrenta a la que quizá sea la peor crisis de relaciones públicas de sus 100 años de historia, y ahora las críticas proceden de todo el espectro político”, afirma el medio.
La reticencia inicial de Disney a pronunciarse contra el proyecto de ley, que el personal de sus parques temáticos de Orlando consideraba peligroso y discriminatorio, provocó incluso huelgas.
Pero cuando la empresa dio marcha atrás y condenó el proyecto de ley, se encontró en el punto de mira de la derecha…
Encabezados por el gobernador de Florida, Ron DeSantis, los republicanos del estado -incluidos varios que habían aceptado contribuciones de campaña de Disney en el pasado y habían votado de forma fiable a favor de la legislación respaldada por la empresa- arremetieron contra la compañía.
Los analistas de TV de la derecha pasaron al ataque. El periodista y activista conservador Chris Rufo hasta le declaró la “guerra moral contra Disney”.
Y los críticos están causando un grave daño a la reputación de Disney: una reciente encuesta sobre la opinión de los estadounidenses acerca de las empresas, realizada por Axios y Harris Poll, muestra que la imagen pública de Disney ha caído del puesto 28 del año pasado al 65 en este 2022.
¿Cómo ha llegado a esta situación una de las marcas familiares más queridas del mundo? La respuesta, explica el periodista Christopher Grimes en su artículo de Ft, está en una serie de cambios sociales y políticos inesperados para una nueva generación de empleados que creen que las empresas para las que trabajan deben ser agentes de cambio social, y en un partido republicano cuya lealtad a la América corporativa ya no es segura.
Cómo se decidió qué posición tomar
Las preocupaciones comenzaron a surgir en la sede de Disney en Burbank, California, a principios de febrero. Un ejecutivo de Disney World sugirió que la empresa podría calmar las críticas de los empleados si firmaba una carta pública, difundida por el grupo de defensa del colectivo LGBTQ Human Rights Campaign, que rechazaba el proyecto. Grandes empresas como Apple y Amazon habían sido de las primeras en firmar.
Pero esa idea fue rechazada por Geoff Morrell, que había llegado a Disney a finales de enero como su nuevo jefe de asuntos corporativos.
Según detalla FT, Morrell es un republicano registrado y, aunque trabajó para la administración de Obama, comenzó en el Pentágono bajo el mando de Robert Gates, secretario de Defensa de George W. Bush. Argumentó que Disney, una de las últimas “marcas unificadoras” que quedan en los Estados Unidos, debería evitar posicionarse en temas culturales candentes.
La decisión de no firmar la carta fue un gran error, dicen los actuales y antiguos funcionarios de Disney. Hacerlo habría aliviado las tensiones internas sin atraer la atención de los republicanos de Florida, argumentan. Otros que estaban al tanto de las discusiones lo descartan como historia revisionista, razonando que la firma de Disney probablemente se habría convertido en un problema de todos modos.
Aun así, el silencio público de Disney empezó a ser más llamativo a finales de febrero, cuando el ex director general de Disney, Bob Iger retuiteó una declaración del presidente Joe Biden que calificaba como “odioso” proyecto de ley. “Estoy con el presidente en esto”, escribió el ex director ejecutivo, que sigue siendo una figura influyente en Hollywood. “Si se aprueba, este proyecto de ley pondrá en peligro a los jóvenes y vulnerables LGBTQ”.
Con esa contundente opinión, Iger dejó expuesto al actual director ejecutivo de Disney, Bob Chapek, que quedó en una posición muy incómoda.
Ese tuit, además, llegó el mismo día en que el Senado de Florida empezó a considerar el proyecto de ley….Y comenzó un debate interno sobre si Chapek debía o no emitir una declaración.
Mientras, cuenta FT, el lobby de Disney trabajaba para suavizar el proyecto de ley, pero no lo lograba. Y a medida que el proyecto de ley se abría paso en el Senado, Chapek empezó a sentir más presión de sus empleados.
El lunes 7 de marzo, emitió un memorando al personal en el que reconocía la “decepción” de los empleados por el hecho de que Disney no hubiera condenado el proyecto de ley. Sin embargo, defendió la decisión diciendo -proféticamente, como resultó- que las declaraciones corporativas “a menudo son utilizadas como armas por uno u otro bando para dividir e inflamar”.
En cambio, las herramientas más eficaces de Disney para lograr el cambio, según el memorándum, eran las “tres C” -un concepto ideado por Morrell-, que incluían el contenido, la cultura corporativa y el apoyo a diversas organizaciones comunitarias. La referencia al contenido enfureció a los creativos de Disney, incluidos los animadores de Pixar, que señalaron que la empresa a menudo eliminaba o minimizaba los personajes gays o lesbianas en sus trabajos.
Al día siguiente de la publicación de la comunicación interna, el proyecto de ley fue aprobado por la legislatura de Florida. Los empleados, furiosos, planearon huelgas y se preguntaron por qué Disney había contribuido con fondos a los republicanos que votaron a favor del proyecto de ley.
El 11 de marzo pasado, Chapek envió otra comunicación interna, pero esta vez si fue contundente: “Necesitaban que fuera un aliado más fuerte en la lucha por la igualdad de derechos y los defraudé. Lo siento”, escribió, anunciando que la empresa suspendería sus donaciones políticas en Florida y revisaría su estrategia para contribuir a las campañas en el futuro.
Desde entonces, Chapek ha corregido el rumbo. Comenzó destituyendo a Morrell a finales de abril. Las relaciones públicas de Disney las dirige ahora Kristina Schake, que se encargó de las comunicaciones de Michelle Obama cuando era Primera Dama y trabajó para Hillary Clinton durante su fallida carrera presidencial de 2016.
Chapek se embarcó en una “gira de escucha” que le llevó a las sedes de Pixar, ESPN, Disney World y otras divisiones. Creó un grupo de trabajo LGBTQ en Disney -un grupo de 30 ejecutivos que están examinando el contenido de la empresa y su cultura interna- y se reunió con pequeños grupos de empleados LGBTQ que compartieron sus historias sobre la discriminación.
Pero la polémica dejó a Disney en una posición muy incómoda. Con las elecciones de mitad de término que se avecinan en noviembre, cuestiones como la raza, el aborto, las armas y los derechos LGBTQ dominarán el debate en la izquierda y la derecha, y las decisiones que tome o deje de tomar volverán a ser centro de atención política.
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