El rostro del rey Carlos III fue una de las imágenes más impactantes durante la ceremonia de despedida de su madre. El rey lucía impasible, pero con una tristeza marcada en su semblante. El monarca encabezaba la fastuosa despedida de la monarca que reinó por más de 70 años a Inglaterra. Lo que viene para él no será fácil.
Por SEMANA
Carlos ya tiene su lugar en la historia como el heredero que más ha esperado para reinar, pero se equipara a sus antecesores en lo escandaloso. Si George IV no dejó entrar a su esposa, Carolina de Brunswick, a la coronación, Eduardo VII fue llamado a juicio por el marido de una de sus amantes y Eduardo VIII dejó el trono por el amor a Wallis Simpson, el nuevo monarca no se quedó atrás.
La sombra del triángulo amoroso que protagonizó en los años noventa con su primera esposa, Diana Spencer, y la hoy reina consorte Camilla le restaron popularidad. No pocos han seguido la línea de la fallecida Diana, quien decía que él no era apto para reinar y que debía cederle el trono a su hijo William, el nuevo heredero. En su primera alocución, Carlos dio a entender que eso no sucederá.
La reina, sabia y pragmática, lo liberó un poco de la presión por Camilla, ordenando que fuera llamada reina, derecho que se le pretendía negar por su pasado adúltero con Carlos. Los expertos opinan que no es lo mismo ser visto como príncipe heredero que como rey y que las percepciones cambian. Además, la pareja demostró que su matrimonio es sólido y a ella se le reconoce su trabajo por la monarquía y por ser la única que sabe calmar el mal genio de Carlos.
Más preocupante ha resultado en el último año la racha de malas notas alrededor del dinero. Primero, en septiembre de 2021 se supo que un allegado al rey negociaba honores y cenas con él por millonarias donaciones para sus obras benéficas con millonarios de Rusia, China y Arabia Saudita. En julio, salió a la luz que recibió un donativo de alrededor de 3,1 millones de dólares, según The New York Times, de Hamad bin Jassim bin Jaber al Thani, de la familia real de Catar.
Por último, trascendió que aceptó una contribución por 1,3 millones de dólares de la familia del criminal Osama bin Laden. Para los opinadores, eso tiende un manto de duda sobre sus aptitudes para reinar. Desde hace tiempo, se cree que uno de sus proyectos bandera es reducir la monarquía. Ello cae bien en los que creen que los 85 millones de dólares que les cuesta a los contribuyentes son demasiado.
Pero no es de buen recibo para los que consideran que eso sería aminorar la presencia de la institución en el país, lo cual llevaría a que la gente empiece a verla irrelevante y quiera abolirla. Especialmente contrario a esa idea es su hermano Andrés, duque de York, de quien Carlos ha dicho que quiere ser él.
Venido a menos por su escándalo sexual a raíz de la amistad con el pedófilo Jeffrey Epstein, a tal punto que su madre tuvo que despojarlo de deberes, títulos y el tratamiento de alteza real, él cree que merece una reivindicación tras negociar con la mujer que lo acusó de tener sexo con ella cuando era niña. Y quiere que sus hijas, Beatrice y Eugenie, sean miembros de la familia en funciones. Al rey no le suena nada de eso.
Carlos III estrena su reinado con el problema de su hijo menor, Harry, duque de Sussex. Desde su retiro de la monarquía no ha hecho sino lanzarle reproches a su desempeño como padre. De hecho, para finales de este año se espera un libro de memorias que asusta a los cortesanos. El dilema del monarca es que está molesto con Harry, pero no quiere alejarlo del todo, pues guarda el remordimiento de que si no hubiera dejado que eso pasara con Diana quizás estaría viva.
Siempre rondará por el palacio de Windsor el fantasma de Diana, la mujer amada por todos, menos por su esposo. La fallecida le arrebató el cariño del pueblo cuando reveló que el entonces príncipe la engañaba con Camilla.
Ahora el multimillonario Carlos III, un arrogante sibarita que lidera causas nobles, no solo tendrá que reconquistar el aprecio de los británicos, también estará obligado a cambiar viejas costumbres para consolidar la corona.
Su vida palaciega, sus desplazamientos en yates lujosos, su numeroso séquito y algunos de sus gestos, como pedir ayudas para familias desprotegidas en una gala benéfica, encaramado en lo alto de un trono dorado, proporcionan argumentos a quienes le cuestionan.
Aunque Gran Bretaña se enorgullezca de vivir apegada a sus tradiciones y las encuestas arrojen que alrededor del 70 % aprueba a la monarquía, para el nuevo soberano no será fácil sustituir a una reina que logró la proeza de ser respetada y admirada por sus súbditos durante siete décadas. Pero son otros los tiempos. Le tocará lidiar con redes sociales que todo lo escrutan, instituciones que parecían intocables y hoy están desacreditadas, y no podrá desdeñar el clamor social que exige transparencia.
Precisamente la fortuna real, la mayor entre las monarquías europeas, calculada en unos 27.000 millones de dólares, es uno de los secretos que aún se resisten a revelar por completo. Solo el nuevo rey acumula en sus cuentas unos 1.000 millones de dólares, según medios ingleses.
Cabría abonarle a Carlos III que no todo ha sido heredado. Mientras su mamá siempre delegó la gestión de sus bienes, él prefirió tomar las riendas de sus finanzas en cuanto asumió el título de príncipe de Gales. Formó un potente equipo de más de un centenar de profesionales y logró doblar su portafolio. Posee y arrienda cientos de apartamentos en Londres y otras localidades, así como unas 50.000 hectáreas de tierras. También es dueño de acciones en distintas compañías.
Pero en su contra figura engordar sus fondos cuando los gobiernos ingleses apretaban el cinturón a la ciudadanía en la crisis económica de 2008, y mantener algunas de sus inversiones en paraísos fiscales caribeños.
El pago a la Hacienda pública es otro de los puntos negros. Mientras sus súbditos deben cancelar el 40 % de impuestos de sucesión, su herencia no tiene la obligación de pagar un penique. Si lo hace, será de manera voluntaria, como cuando en 1992, siendo príncipe de Gales, decidió, junto a la reina, cotizar a Hacienda, pero la cifra es un misterio. El cambio de actitud lo impulsó el incendio accidental del castillo de Windsor, residencia oficial de la soberana.
Por una lámpara que quemó una cortina, ardieron numerosas dependencias y al conocerse que las reparaciones requerirían unas cifras astronómicas, que debería asumir el Estado, la opinión pública se enfureció por el nulo aporte de la casa real al erario. Ni siquiera costeaban sus gastos. En ese momento anunciaron que pagarían impuestos.
Al margen de sus negocios, Carlos III también ingresa jugosas cifras por el Crown Estate (subvención soberana), un conglomerado de propiedades inmobiliarias y fincas que han pertenecido a la corona y arrojan cuantiosos beneficios. El 25 % de las ganancias totales son para la familia real, en distintas proporciones, según el rango de cada uno, y los destinan a cubrir los gastos de viajes, residencias y personal. Según Forbes, en 2020 la cantidad ascendió a 101 millones de dólares. De ellos, Carlos recibió 28 millones, mientras que a su hijo Guillermo le correspondieron cuatro.
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