Un puñado de personas rezó este lunes ante el ataúd con los restos de José Pedro Rivera García, uno de los siete migrantes salvadoreños muertos en un incendio dentro de un centro de detención en México.
AFP
Era conocido como «Pedrito» en Nueva Trinidad, un pueblo de unos 1.700 habitantes a 112 km al norte de San Salvador, desde donde este joven de 23 años partió hacia Estados Unidos el 3 de marzo en busca de una vida mejor.
«Los sueños que él llevaba era arreglar la casita, decía que quería sacarme adelante. Él quería mejorar su vida, porque no hay ningún trabajo en este lugar”, dice a la AFP su desconsolada madre, María Santos García, mientras sus ojos se llenan de lágrimas.
A la mujer de 50 años la invade el dolor porque siente como si su hijo «estuviera vivo».
En el incendio del 27 de marzo en el centro de detención de Ciudad Juárez, en el norte de México, murieron 40 migrantes, entre ellos siete salvadoreños, 18 guatemaltecos, seis hondureños, siete venezolanos y un colombiano. La nacionalidad del último fallecido no ha sido informada.
Las autoridades mexicanas anunciaron la captura de un migrante, acusado de provocar el incendio, y de cuatro funcionarios a quienes señalan de no haber hecho nada para salvar a los internos.
«Iba a estar unos días en México»
«Pedrito» había estado en el ejército durante tres años en El Salvador, cuenta su madre. Dejó las filas hacía poco tiempo y estaba desempleado, lo que lo animó a marcharse en busca del sueño americano.
Un hermano suyo que vive en Estados Unidos desde hace varios años lo ayudó económicamente para emprender el viaje, señala su madre.
«Cuando él se fue me dijo que se iba a estar unos días en México y luego se iba a ir para Estados Unidos», recuerda la mujer, quien vive con otras tres hijas.
«Para lo pobre que está uno y uno con miles de desgracias, se van los bichos [los jóvenes] para ese lugar [Estados Unidos] buscando un mejor futuro», agrega la madre sentada en una pequeña habitación donde velaron a su hijo, en una humilde casa de ladrillos y techo de madera.
Traslado por tierra
Los restos de los siete salvadoreños fueron transportados en un vehículo fúnebre desde Ciudad Juárez, un trayecto de 3.500 kilómetros, por la dificultad de conseguir vuelos en Semana Santa, según la cancillería del país centroamericano.
Después de ser velado en la casa, el ataúd con los restos de «Pedrito» fue llevado a la parroquia San Bartolomé, donde se efectuó la tarde del lunes una misa fúnebre a la que acudió más de un centenar de habitantes de Nueva Trinidad.
Tras la misa en el templo católico, el ataúd fue trasladado al cementerio municipal, donde fue sepultado en medio de cánticos religiosos y el llanto de sus familiares.
Los restos de los otros migrantes salvadoreños muertos en México fueron sepultados este lunes en otras localidades de Chalatenango y en Sonsonate (66 km al oeste de San Salvador).
«Que no siga sucediendo»
Nueva Trinidad está enclavada en medio de cerros con poca vegetación, en el departamento de Chalatenango y fue uno de los poblados que sufrió los embates de la guerra civil que desangró a El Salvador durante doce años (1980-1992).
El lugar que fue escenario de combates entre la guerrilla y los militares luce ahora calles vacías y precarias casas pintadas de vivos colores.
«Mi hijo era una buena persona, pero a él no le respetaron su dignidad en ese camino [en México], la dignidad de ellos fue violada», dice la madre, que en tono firme exige castigo para los responsables de la tragedia.
«Si sucedió esto con mi hijo, yo espero que no sigan sucediendo estas cosas de que si la autoridad de México detiene [a un migrante], que el mismo día los tire [a la frontera], pero que no los ande llevando a esos lugares adonde ellos pierden su vida», agrega García, quien tuvo que viajar a México para reconocer los restos de su hijo.
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