Apagados los devastadores incendios de Viña del Mar, vecinos autoorganizados, voluntarios, organizaciones sociales y fuerzas de seguridad unen esfuerzos y trabajan sin descanso para retirar toneladas de escombros, chatarra y muebles calcinados, con la esperanza de comenzar cuanto antes la reconstrucción, retomar sus vidas y dejar atrás la tragedia.
Meritxell Freixas y María M.Mur / EFE
Sentada bajo la carpa que ha levantado sobre lo que queda de su casa, Sonia Santander, de 57 años, se toma un descanso junto a su familia tras pasar horas, bajo un sol abrasador, apilando los restos carbonizados de su hogar.
Hace 22 años que arrienda un inmueble en Villa Independencia, en el barrio viñamarino de Achupallas, donde se registraron los primeros fallecidos por el fuego, que ya ha provocado 131 muertos, más de un centenar de desaparecidos y miles de damnificados.
«Se perdió todo, no se ve nada, ni siquiera se salvaron los animales, pero ya he podido sacar prácticamente todo», dice a EFE.
Como el resto de pobladores de este cerro de clase obrera, ha ido amontonando la chatarra grande en la calle, pero tratando de no obstruirla para que puedan llegar vehículos a ayudar.
«Entre vecinos nos hemos apoyado, el chileno ha sido muy humanitario», reconoce Santander, quien se queja de la falta de apoyo que han recibido por parte de las autoridades cuatro días después: «Puede que sea porque somos muchos los afectados y hay muchos muertos, pero aún no llegaron».
Benjamín Donoso, capellán de TECHO, ONG especializada en reconstrucción, está de acuerdo con la solidaridad que despliega la sociedad chilena en catástrofes como esta, considerada la mayor desde el terremoto de 2010, y también reconoce que «los equipos de seguridad y de rescate no pueden llegar a todos los lados por la magnitud de la tragedia».
«Las casas quedan hechas cenizas, es un paisaje muy desolador. Solo se ven latas arrugadas y tambores de lavadoras», agrega a las puertas de un albergue en el centro de Viña del Mar, 120 kilómetros al noroeste de Santiago.
«Esto es un desastre»
La cifra de damnificados aún no está clara, pero el subsecretario del Interior, Manuel Monsalve, indicó el lunes que las viviendas dañadas podrían llegar a 15.000.
El levantamiento de cadáveres, además, está siendo lento porque hasta el domingo había muchos focos aún activos.
«Yo sé que somos muchísimas las personas, pero no tenemos lo esencial, que es agua, un poco de café… Ni siquiera los niños tienen leche», lamenta a EFE Susan González, otra vecina de Achupallas.
«No se olviden del pasaje El Boldo. Necesitamos de todo, esto es un desastre», clama su amiga Priscila Stefani en declaraciones a EFE.
El presidente de Chile, Gabriel Boric, designó el lunes a la ministra de Desarrollo Social, Javiera Toro, para liderar el plan de reconstrucción y este martes anunció que se donará a los afectados por el fuego todos los bienes que se usaron para amueblar la villa que albergó a los más de 9.000 deportistas que compitieron en los Juegos Panamericanos de 2023.
«Son camas completamente equipadas, comedores, mesas, sillas (…) Estamos hoy en día en la emergencia, poniéndonos de pie, retirando escombros, identificando los cuerpos de los fallecidos, pero también estamos desde ya preparando la reconstrucción», indicó.
Tanto expertos en gestión de catástrofes como organizaciones sociales coinciden en que la reconstrucción será lenta por las dimensiones de la tragedia.
«No me atrevería a dar un cálculo, pero (la reconstrucción) no será inminente, no será ni en semanas ni en meses», alertó a EFE Solange Veloso, del Hogar de Cristo.
Las iniciativas privadas para recaudar fondos también se han multiplicado en las últimas horas: la fundación «Desafío: Levantemos Chile» ya ha recaudado cerca de un millón de dólares y la Asociación Nacional de Televisión anunció para este sábado una ‘Teletón por Viña’.
«Se ha quemado el sacrificio de uno»
Cargados con palas, agua y materiales para despejar desechos, Elisa Mix, de 20 años, camina por Villa Independencia junto a sus seis amigos. Vienen desde distintas partes de la región de Valparaíso, a la que pertenece Viña del Mar: «Nosotros llegamos, ayudamos y cuando aparece más gente a colaborar buscamos otra casa para seguir ayudando», cuenta a EFE.
Así lo han hecho ya con dos vecinos y ahora van a por el tercero: «A pesar de nuestros pocos recursos, queríamos aportar igual con nuestras fuerzas, nuestras manos, nuestros cuerpos y nuestras palas, aunque algunas no tienen ni mango», bromea.
Unos metros más abajo, Margarita, de 54 años, alista las labores de limpieza de lo que fue su patio delantero. Hoy le quedan ahí unas cajas con pocas pertenencias y la casita vacía de su perro.
«Las personas son las únicas que ayudan a las personas. Nadie más se ha acercado. Hay que presionar», expresa a EFE.
Como muchos de sus vecinos, no posee el llamado título de dominio que acredita la propiedad de su vivienda y no sabe si, en el momento de recibir las esperadas ayudas para la reconstrucción, le tocará algún beneficio: «Se ha quemado el sacrificio de uno», lamenta.
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