El 31 de diciembre de 2019 en varios hospitales de Wuhan, China, no se celebraba el año nuevo: los médicos atendían a uno, dos, una docena, dos docenas de pacientes con síntomas de una neumonía que presentaba características atípicas. Se preguntaban si sería una reaparición del SARS, que en 2003 había causado la primera epidemia global del siglo XXI.
Un medio local informó que los contagios parecían asociados a un mercado de la gran ciudad, un centro industrial con 13 millones de habitantes. El mercado había sido clausurado porque se temía que la transmisión se podría dar entre personas; los pacientes seguían con fiebre muy alta y no respondían a los tratamientos.
En cuestión de días comenzaron a surgir casos en Tailandia, Japón, Corea del Sur. Una persona que viajó de la provincia china de Hubei al estado de Washington fue el primer enfermo en los Estados Unidos. Hubo casos en Francia y en Italia.
El 11 de enero se identificó al nuevo coronavirus causante de la ola de enfermedad.
El 23 de enero el gobierno chino ordenó el cierre de Wuhan: nadie podía entrar ni salir de la ciudad, que quedó en aislamiento sanitario.
Dos meses más tarde, el mundo entero estaba en alguna forma de confinamiento por la pandemia de COVID-19.
Los sistemas de salud colapsaron; las economías quedaron muy afectadas o devastadas. El funcionamiento social entero se transformó: los niños pasaron a la escuela virtual, con muchos problemas; algunos adultos pudieron trabajar de manera remota, otros perdieron sus empleos o arriesgaron su salud a diario como trabajadores esenciales. Los tratamientos de otras enfermedades se postergaron; la investigación en cáncer se atrasó 17 meses, según estimaron científicos británicos. Se impuso la distancia social. En medio de la disputa electoral de los Estados Unidos, el uso de cubrebocas se politizó. En el punto más alto de la fatiga de la pandemia, la aprobación de la vacuna coincidió con una fuerte segunda ola en los países occidentales del hemisferio norte.
Para el aniversario del SARS-CoV-2, Stat ha trazado un perfil científico: “Cómo penetra en las células y repele la primera línea de ataque del cuerpo. Cómo se propaga antes de que la gente se sienta mal. Cómo ha cambiado desde el comienzo de la pandemia, y qué significa eso. Cómo el carácter omnívoro de la enfermedad que causa no llega solo a los pulmones sino también al corazón, al cerebro, al intestino y más allá”. Y también analizó “sus misterios multifacéticos, como por qué algunas personas se enferman tan gravemente”.
1. “Es un virus muy inteligente”
El SARS-CoV-2 usa su proteína de punta, que cubre su superficie como una serie de agujas, para unirse a un receptor en las células humanas, la enzima convertidora de angiotensina (ECA). “Esto permite que el virus ingrese a la célula y, al tomar el control de parte de la maquinaria propia de la célula, produzca copias de sí mismo. Estos descendientes salen de la célula y buscan nuevas células a las que infectar”, describió la publicación.
Un factor que podría explicar por qué los niños son menos susceptibles a esta enfermedad es que la ECA se mantiene en niveles bajos hasta la pubertad.
Una ventaja que este microorganismo tiene sobre otros es que una persona lo puede transmitir a otras antes de comenzar a tener síntomas, y en ocasiones sin tener síntomas en absoluto. A eso se debe más del 50% de los casos nuevos, según el Centro para el Control y la Prevención de las Enfermedades (CDC). Es distinto, por ejemplo, que lo que sucede con el SARS original o con el MERS (que además, son mucho más mortales) porque las personas sólo pueden contagiar una vez que tienen síntomas, y siempre es más fácil detener una epidemia cuando el agente infeccioso da una señal.
“Es un virus muy inteligente”, dijo a Stat Susan Weiss, de la Universidad de Pensilvania. “Si un virus infecta y mata inmediatamente, no se puede propagar con facilidad”. El SARS-CoV-2, al contrario, permite que la gente contagiada parezca sana por unos días, o incluso hasta que su cuerpo combate la infección, mientras transmite el virus. “Una proeza diabólica”, agregó la experta.
Esa es una de las claves que se ignoran hasta el momento: cómo lo consigue.
Todo indica que logra multiplicarse hasta alcanzar una acumulación importante de copias antes de que el sistema inmunológico detecte su presencia, que es el momento en el que se presentan síntomas como la fiebre. Esa característica se combinó de manera muy desafortunada con su novedad: el cuerpo humano no lo conocía y no tenía memoria de defensa, algo que se intenta remediar con la vacuna.
Su contagio es muy fácil, y como muchas de las copias se guardan en el tracto respiratorio se transmiten en el aliento, al hablar, al reír, al estornudar. Sin embargo, según los investigadores la mayor parte de las infecciones nuevas surgen de entre el 10% y el 20% de los portadores, porque el SARS-CoV-2 ha tendido a los súper transmisores.
Esa ha sido una debilidad que muchos países explotaron para diseñar estrategias de contención o al menos para limitar los contagios, sobre todo las naciones asiáticas. “La razón por la cual tenemos una pandemia somos nosotros”, dijo a Stat Kristian Andersen, experto en enfermedades infecciosas en el Instituto de Investigación Scripps.
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