El tratamiento desarrollado por la Universidad de Oxford acumula errores y polémicas, con un uso muy dispar: suspendido en Sudáfrica y con restricciones de edad en Europa. ¿Qué ha ocurrido?
Hace unos meses no sabíamos si íbamos a tener vacuna contra el covid, ni cuándo ni cómo. Sin embargo, el proyecto de la Universidad de Oxford, aliada con la farmacéutica AstraZeneca, también británica, comenzó a destacar desde el principio. La investigación no solo iba bien, con su propuesta basada en el uso de un adenovirus de chimpancé, sino que parecía la apuesta más ambiciosa y altruista: querían llegar a todo el mundo al menor precio posible porque no buscaban beneficios. Con una rapidez extraordinaria, desarrollaron el candidato a vacuna y realizaron los primeros ensayos clínicos. En pleno verano ya habían comenzado la fase 3 con miles de voluntarios de varios países. Sin embargo, a partir de ahí todo comenzó a torcerse.
Los ensayos se suspendieron temporalmente por una reacción adversa, nada grave ni inesperado, pero suficiente para que Pfizer-BioNTech y Moderna tomaran la delantera, con un 95% de eficacia de sus fármacos. Cuando AstraZeneca presentó sus datos también eran muy buenos, pero estaban por detrás y eran confusos: su eficacia media era del 70,4%, con un tipo de dosificación que alcanzaba un 62% y otro que llegaba hasta el 90%. Así que aparecen las dudas y EEUU empieza a descartar esta opción.
Reino Unido –que comenzó a vacunar a principios de diciembre con Pfizer– la aprobó antes de acabar 2020 y la Agencia Europea del Medicamento (EMA) siguió sus pasos. Sin embargo, esta luz verde coincidiría con una tremenda polémica con la Comisión Europea. Bruselas también había apostado fuerte por este proyecto y se veía sin las dosis esperadas. La empresa alega problemas de producción y la Unión Europea publica su contrato: un rifirrafe inaudito entre una farmacéutica y las instituciones comunitarias.
El problema ralentiza los planes de inmunización y no oculta el debate científico: tras el visto bueno de la EMA, uno por uno los países comunitarios van acotando cuál va a ser el uso que le darán a la vacuna y mayoritariamente optan por no vacunar a las personas mayores, precisamente los más vulnerables ante el covid y el principal objetivo en todos los planes de prevención. Para colmo, Sudáfrica suspende por completo la administración del fármaco de AstraZeneca –solo este– al comprobar en datos preliminares correspondientes a los primeros vacunados que la efectividad en población real cae al 22% debido a la variante del coronavirus que circula en el país.
Y a pesar de todos los obstáculos, sigue adelante. Miles de personas están siendo inmunizadas con esta vacuna en Europa –especialmente, en el Reino Unido– y en otros continentes y la Organización Mundial de la Salud (OMS) sale en su defensa, asegurando que es apta para todas las edades. La polémica coincide con la llegada de esta vacuna a España, que prefiere unirse a los países europeos más restrictivos y la reserva para menores de 55 años. La decisión no deja de ser delicada porque nuestro país inicia la vacunación de colectivos que están en primera línea y aún tiene que inmunizar a millones de personas de edades avanzadas. ¿Cuál es la decisión correcta? ¿Aún podemos confiar en este fármaco? Aclaremos todo este caos.
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