Julián Sánchez se levantó a las 6 de la mañana para ir al baño el pasado 16 de marzo y se desplomó en el suelo. Lo que nunca pudo imaginar es que aquella inoportuna fisura de cadera le iba a costar la vida.
Porque Julián Sánchez, de 79 años, acabó muriendo siete días después por coronavirus. La que iba a ser su tabla de salvación se convirtió en su sentencia de muerte.
Tras su caída, sus familiares llamaron a una ambulancia, que le trasladó al hospital más cercano, el Severo Ochoa de la localidad madrileña de Leganés.
Una vez allí, permaneció un día entero en Urgenciasaguardando a que le dieran una habitación. Su familia cree que fue en ese lugar donde se contagió, ya que estaba rodeado de enfermos de coronavirus.
«Estuvo durante 24 horas en Urgencias esperando a que le operaran lo antes posible y expuesto a todas las personas que tenían los síntomas del coronavirus. Hasta el martes a las 3 de la mañana no le asignaron una habitación», denuncia su hijo Julián a EL MUNDO.
La idea era operar al paciente lo más rápido posible, pero Julián tomaba una pastilla anticoagulante, por lo que hubo que esperar.
A medida que pasaban los días, su estado de salud empeoraba y el jueves, cuando le iban a intervenir, empezó a tener fiebre. Los médicos comenzaron a sospechar que tenía el coronavirus, por lo que el viernes le hicieron un TAC y constataron que presentaba una neumonía. Dos días más tarde perdió el conocimiento y murió el 22 de marzo por una infección por Covid-19, como consta en su parte de defunción.
Julián, taxista de profesión, era diabético y había sufrido dos ictus, pero se había recuperado y llevaba una vida normal.
Al dolor de perder a su padre, se suma el desconsuelo por no haber podido acompañarle durante sus últimos momentos. «Ha sido una semana muy dura porque la familia no ha podido estar con él. Íbamos al hospital, pero los médicos nos decían que nos fuéramos. Sentíamos que le estábamos dejando abandonado», se lamenta.
Cuando a Julián le pasaron a planta, la familia se quedó tranquila, porque les dijeron que allí no había contagios. Por eso, su sorpresa fue mayúscula cuando les informaron de que tenía la enfermedad: «Él no entró en el hospital por la infección, sino que la cogió allí. Mi padre ingresó por una fisura de cadera y murió por coronavirus. Dentro del hospital no tienen la manera de contenerlo».
Mi madre está desquiciada. Nadie ha podido acercarse a consolarla ni a darle un abrazo.
Por eso, Julián, de 37 años, hace un llamamiento a la población: «No vayas al hospital para nada. Si se te rompe una pierna, quédate en casa. Si acudes al hospital, acabarás contaminado».
Como muchos otros familiares de las víctimas por coronavirus, Julián no ha podido velar a su padre ni tan siquiera enterrarlo en su pueblo natal, Collado de la Vera (Cáceres), como era su deseo. De hecho, nadie de la familia ha visto el cadáver.
«Nos han propuesto una incineración, pero él no quería ser incinerado. Es muy fuerte no poder enterrarle y que te entreguen unas cenizas en dos meses. Mi madre está desquiciada. Nadie ha podido acercarse a consolarla ni a darle un abrazo».
Julián, enfermo de cáncer, tiene pánico ahora a acudir al hospital, donde debe someterse a sesiones de quimioterapia. Padece un sarcoma sinovial de partes blandas y estuvo a punto de sufrir la amputación de la pierna derecha.
Finalmente, logró salvarla y ahora está sometido a un tratamiento experimental en el hospital Vall d’ Hebron de Barcelona. Cada 21 días debe acudir a sesiones de quimioterapia para contener la enfermedad, pero ahora tiene miedo porque no cuenta con el material de protección necesario para las personas de riesgo.
«No tengo guantes ni mascarillas. No me puedo enfrentar a ir a un hospital y que me suceda lo mismo que a mi padre: que vaya por un tratamiento oncológico y que me acabe contagiando con el coronavirus. Por favor, pido que me dejen comprar el material necesario», reclama.
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