La pandemia de covid-19 ha generado una competición por desarrollar a la carrera una vacuna. Solo en Estados Unidos ya hay nueve candidatas en fase III de ensayos clínicos, la última antes de solicitar el permiso de producción a las autoridades competentes.
Esta circunstancia, junto a la bajada de Trump en las encuestas ante su eventual reelección y el anuncio del gobierno ruso sobre el pistoletazo de salida a la producción de una vacuna sin completar la última fase, ha provocado una situación asimilable a la carrera espacial iniciada tras la Segunda Guerra Mundial, con la diferencia de que ahora hay muchas vidas en juego. Vayamos por partes.
¿Cómo se aprueba una vacuna en Estados Unidos?
El desarrollo de una vacuna es un largo y complejo proceso que culmina con la llamada “fase III”, un gran ensayo clínico en el que participan miles de voluntarios para asegurarse de que la vacuna es eficaz y no provoca efectos secundarios. Una vez que se ha completado este último paso, la empresa farmacéutica que desarrolla la vacuna solicita el permiso para comenzar su producción y comercialización.
En el caso de Estados Unidos se solicita a la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos, o FDA por sus siglas en inglés. Tantas deben haber sido las presiones recibidas por las empresas farmacéuticas para saltarse este paso y solicitar la aprobación de la FDA antes de las elecciones a la presidencia estadounidense, que nueve empresas farmacéuticas norteamericanas han firmado un acuerdo comprometiéndose a finalizar esa última fase.
Confrontación de dos modelos políticos
Conviene comparar el caso de Estados Unidos con los de Rusia, que ha aprobado una vacuna sin culminar los ensayos clínicos protocolizados, y Europa, donde se firman preacuerdos con las farmacéuticas respetándose los procesos de verificación.
Sin ir más lejos, en Reino Unido se ha paralizado el ensayo clínico de la vacuna de Oxford por un caso de posible reacción adversa, siendo así que colabora con una de las empresas americanas mencionadas anteriormente.
En realidad, asistimos al choque de dos mentalidades: la del estado de bienestar, que impera en Europa y prima los intereses del ciudadano, y la mentalidad populista con tendencias autocráticas que prima actualmente en Estados Unidos y Rusia, la cual puede llegar a anteponer el interés particular de sus gobernantes por encima del interés general de sus conciudadanos. Ya no se trata de imaginar políticos morales, sino de conformarse con que nos quieran hacer trampas con la política, poniendo a su servicio incluso a la ciencia.
Dignidad y precio
La cooperación siempre sale más rentable a medio plazo, si supera las tentaciones del miope cortoplacismo y la insolidaria fórmula del sálvese quién pueda. Con arreglo a la célebre distinción kantiana, en definitiva se trata de considerarnos como personas o cosas, es decir, como seres humanos que tenemos una dignidad o como una especie de mercancías a las que se puede poner un precio, como hace quien decide instrumentalizar a cualquier precio al electorado.
Los planteamientos demagógicos del trumpismo y sus homólogos en otros lugares demuestran que la reflexión ética y los valores propios de la tradición ilustrada deberían poder imponerse sobre unos intereses económicos que menosprecian algo tan fundamental como nuestra salud, anteponiendo los intereses electorales o comerciales a cualquier otra consideración.
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