La exitosa reacción de un país como Taiwán ante la pandemia provocada por el nuevo COVID-19 está siendo comentada con cada vez más insistencia en medios de comunicación y entre líderes extranjeros de todo el mundo, lo cual está convirtiendo a la isla – que pese a su cercanía a China posee unas cifras muy estables y con apenas víctimas mortales – en modelo a seguir en otras zonas que experimentan peores resultados, como es el caso de América y, sobre todo, Europa.
¿Cuál es el secreto de Taiwán? Parte de ese secreto reside precisamente en que no ha habido secretos. Porque si algo ha distinguido la exitosa reacción de Taiwán ante la pandemia, además de su rapidez de reacción, ha sido la existencia de un sistema transparente y democrático en el que han jugado un destacado papel el activismo y la participación cívica, apoyados en su sobresaliente desarrollo tecnológico.
Tomando como base la Plataforma de Democracia Digital de Taiwán conocida como vTaiwan, establecida por el Ministerio de Asuntos Digitales y liderada por la popular ministra digital Audrey Tang, que cuenta con un numerosa participación ciudadana, muchas de las intervenciones llevadas a cabo por la administración como respuesta a la pandemia se han introducido a través de iniciativas comunitarias del tipo de los hackathons, encuentros colaborativos de programadores informáticos en los que se han obtenido eficaces aplicaciones de uso público que posteriormente han sido implementadas con éxito en la lucha y contención frente al nuevo Covid-19.
Un claro ejemplo de este tipo de aplicaciones ha sido la regulación efectiva que se ha hecho en Taiwán del mercado de las mascarillas. A día de hoy, está funcionando con éxito en todo el país una eficaz aplicación conocida como eMask 2.0, que permite mediante un registro previo encargar un número limitado de mascarillas por ciudadano, que luego pueden ser fácilmente retiradas en establecimientos autorizados.
Desde el primer momento, el país ya había establecido un eficaz control de mascarillas que daba prioridad a los trabajadores sanitarios y que regulaba su venta al público mediante aplicaciones y registros informatizados, limitando el número de unidades por persona, distribuyendo las existencias y permitiendo al usuario saber en qué establecimiento había disponibilidad en cada momento.
Ante un posible riesgo de desabastecimiento, Taiwán centró todos sus esfuerzos desde el principio de la crisis en el desarrollo de la industria de fabricación, elevado la producción hasta las 13 millones de unidades diarias que se fabrican a día de hoy, lo cual permite que el sistema funcione ahora a pleno rendimiento y las mascarillas puedan ser retiradas por los ciudadanos en tiendas de 24 horas.
Ello le ha permitido además contar con un excedente de producción que, haciendo más efectivo que nunca su repetido lema de que “Taiwán puede ayudar”, el país está destinando a una campaña de asistencia humanitaria y solidaridad con los países más afectados por la pandemia, donando un total de 10 millones de mascarillas a Estados Unidos y a países europeos, entre ellos España.
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