Jesús González, un venezolano barbudo, de 44 años, encargado del restaurante Las Palmas en el centro de Maracaibo, en el estado venezolano de Zulia, tiene en su caja registradora cuatro billetes de bolívares venezolanos y tres dólares estadounidenses.
Por Gustavo Ocando Alex / VOA
El hombre extrae el dinero. Manosea las divisas extranjeras, sentado en su banquillo con una amplia sonrisa, mientras atiende a una clienta.
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Obtuvo los billetes extranjeros gracias a la venta de seis pastelitos de queso y sodas a tres clientes distintos en las primeras horas del día.
“Acá se está moviendo mucho la venta en dólares”, refiere desde su puesto, jovial, a las 12:30 del mediodía.
Jesús González, encargado del restaurante Las Palmas de Maracaibo, Venezuela, dice que la venta en dólares de su comida frita es muy frecuente.
Jesús comenzó a aceptar la moneda norteamericana el año pasado. Si bien las ganancias son modestas, no menos de cinco comensales le pagan con ella todos los días. “Ya es común”, asegura.
El dólar es el emperador de la economía en Maracaibo, la ciudad más poblada de Venezuela luego de la capital, Caracas, con 1.7 millones de habitantes.
El 57 por ciento de las transacciones comerciales en Maracaibo se pagan con divisas estadounidenses, afirma Asdrúbal Oliveros, economista y director de la firma consultora Ecoanalítica. Es la ciudad pionera en Venezuela en ello.
Cuatro de cada 10 transacciones del país se hacen en moneda estadounidense, detalla. La hiperinflación es la razón principal.
“Un país que sufre hiperinflación termina migrando hacia una moneda dura, porque es más fácil. Te permite mantener valor y los precios en bolívares sufren cambios extremadamente bruscos”, diagnostica Oliveros.
El dólar, es termómetro del intercambio comercial en Maracaibo. Fija presupuestos de mecánicos de carros y salarios de agentes de vigilancia privada en condominios. También, determina precios de plátanos y legumbres.
Sirve para pagar la gasolina de particulares en estaciones de servicio, comprar una bolsa de 10 panes salados, fotocopiar algún documento y saldar cuentas con proveedores de Internet.
Seis de cada 10 empresas en Maracaibo pagan bonificaciones en dólares a sus trabajadores que no renuncien ni migren, reporta la Cámara de Comercio.
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Hay tiendas por departamento que incluso discriminan a sus clientes en dos categorías: aquellos que pagarán con bolívares en efectivo, por punto electrónico de venta o transferencia entre bancos venezolanos; y quienes cancelarán con dólares estadounidenses, bien sea con billetes y transferencias entre cuentas norteamericanas.
Las filas de clientes que disponen de dólares en esos locales son generalmente más largas que las de aquellos amparados por la moneda local.
Un dólar es suficiente en Maracaibo para comprar desde un par de plátanos hasta una chicha. Luis Colmenares, vendedor ambulante de la bebida artesanal de arroz y leche de vaca, siempre negocia su producto en billetes extranjeros.
“Es frecuente”, asegura, a la espera de clientes a las afueras de un colegio privado del sector Bella Vista. Ocasionalmente, grita alguien desde un carro: “mirá, tengo un billete de un dólar. ¿Me dais una?”.
El vendedor accede a venderle hasta dos pequeñas por el monto. Luis es parte de la nueva cadena económica: vende, recibe su dólar y va a un abasto cerca de su vivienda, en un sector populoso, para intercambiarlo por alimentos.
“Raro es que me paguen con bolívares”, acota.
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José Pulgar, ayuda a vender productos, frutas y verduras en un mercado de Maracaibo, donde los clientes generalmente pagan en dólares.
El director de Ecoanalítica precisa que la escasez de bolívares en efectivo y su condición de ciudad fronteriza favorece la circulación de dólares en Maracaibo. El caos eléctrico generalizado también es puntal de su proliferación.
Maracaibo y otros 10 poblados zulianos, limítrofes con Colombia, experimentan apagones programados de al menos 12 horas al día desde las fallas eléctricas nacionales de marzo y abril pasado.
Es, por lejos, la zona de Venezuela más perjudicada por cortes del servicio. Esto, remarca Oliveros, catapulta al dólar.
“El problema eléctrico afecta, a su vez, la operatividad bancaria, los puntos de venta y las transferencias. Es un caldo de cultivo perfecto” para la moneda extranjera, indica.
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Germán Peraza, encargado de un mini mercado de verduras, frutas y productos importados, alaba la fortaleza del dólar y critica la devaluación del bolívar, sentado en una poltrona en la parte posterior de su negocio.
“Eso sí, ahora necesitas más dólares cada día para comprar el mismo producto”, dice el hombre, de 53 años.
Oliveros opina que el universo de los dólares circulantes en Maracaibo tiene orígenes lícitos e ilícitos.
“Venimos de un boom petrolero sin precedentes que permitió que empresas y particulares tuvieran acceso a monedas duras, que ahora están gastando”, argumenta. Las remesas de familiares en el extranjero es otra vía de acceso.
El resto, advierte, proviene de actividades vinculadas al narcotráfico y la corrupción, así como del contrabando de alimentos y combustibles.
La Cámara de Comercio de Maracaibo reveló en su sondeo más reciente que el 59 por ciento de las empresas de la ciudad paga bonos en divisas extranjeras a sus empleados, principalmente en dólares, para evitar que renuncien o migren.
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Quienes tienen ingresos en dólares tampoco lo pregonan. No están dispuestos a admitirlo, sino solo a allegados y familiares, por razones de seguridad.
El gerente de operaciones de una empresa privada de telecomunicaciones reveló, bajo condición de anonimato, que recibe bonos en divisa extranjera desde 2016.
Comenta que la crisis financiera se ha agravado hasta el punto de que esos pagos en moneda extranjera son insuficientes para cubrir sus gastos familiares básicos.
“A medida que la economía iba complicándose, eso se hizo prácticamente nada”, declaró la fuente, de 37 años y padre de una familia de cinco integrantes.
Hoy día, viaja una vez al mes a Colombia para utilizar su bono en dólares en la compra de alimentos a precios más accesibles.
“Nos la estamos ingeniando”, menciona.
Carmen Colina, una docente de 52 años, gana su sueldo en bolívares venezolanos. Se siente indefensa. “Yo no recibo dólares”, dice, entristecida.
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Carmen Colina, una docente venezolana de 52 años, se siente indefensa ante el crecimiento de la influencia del dólar en el mercado local.
Ana Perentena, administradora jubilada de 57 años, comparte su preocupación, sentada a las afueras de una oficina de un banco estatal en el centro de la ciudad.
Recibe mensualmente una pensión gubernamental de 40.000 bolívares, es decir, de 1.91 dólares a la tasa de cambio oficial de 20.903 bolívares por unidad.
Sus ingresos, así el mercado, valen dos chichas -quizá cuatro, si se topa y negocia con Luis, el vendedor ambulante de Bella Vista-.
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“No deberíamos aceptar esto. Nuestra moneda es el bolívar. ¿Cómo hacemos los que no ganamos en dólares”, se pregunta.
Frunce el ceño. Mueve la cabeza en negación, como si su propia interrogante la hubiese abatido. “Esto es de locos”, se lamenta.
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