El 9 de enero se cumplirán 20 años de la decisión de Ecuador de dolarizar su economía para tratar de terminar con el populismo económico y las crisis económicas recurrentes. Tarde o temprano, Venezuela y Argentina tendrán que hacer lo mismo, o algo similar.
El Nuevo Herald / Andrés Oppenheimer
Es probable que sea su mejor antídoto contra los presidentes populistas que aumentan el gasto público, y luego imprimen dinero para pagar las cuentas, produciendo inflación y devaluaciones periódicas. Es una película que ya hemos visto muchas veces en la región.
Venezuela ya se está moviendo hacia una dolarización de facto, relajando los controles de cambio. Venezuela tiene la tasa e inflación más alta del mundo, estimada entre 200,000 y 1 millón por ciento este año.
Cada vez más venezolanos ya están utilizando dólares para sus transacciones cotidianas. Las remesas familiares en dólares de los más de 4.7 millones de venezolanos que han huido del país se han convertido, al igual que en Cuba, en una de las principales fuentes de ingresos de Venezuela.
Panamá y El Salvador ya han dolarizado hace mucho sus economías. En Argentina, el recién inaugurado presidente Alberto Fernández se está moviendo en la dirección opuesta, y quiere alejarse del dólar estadounidense.
Pocos días atrás, Fernández dijo que “tenemos que terminar con esa práctica de ahorrar en dólares”. Pero las posibilidades de que logre convencer a los argentinos de que hagan eso son prácticamente nulas.
Desde la década de 1950, los argentinos han visto sus ahorros en moneda local aniquilados por sucesivas devaluaciones, que los han dejado cada vez más pobres. Argentina ocupa el segundo lugar después de la República Democrática del Congo en el ranking mundial de países que han tenido la mayor cantidad de recesiones desde 1950, según el Banco Mundial.
Ahora, Fernández está intentando una vez más la misma fórmula que ha fallado tantas veces antes: posponer los pagos de la deuda externa sin hacer recortes sustanciales en el gasto público.
El hecho es que Argentina seguirá siendo un país económicamente inviable mientras sus 9 millones de trabajadores en el sector privado continúen pagando por un total de más de 15 millones de empleados gubernamentales, pensionados y subsidiados.
Durante una visita a mi Argentina natal esta semana, en que hablé con familiares, amigos, economistas y gente en la calle, no conocí a una sola persona que no se rió cuando les pregunté si van a comenzar a ahorrar en pesos argentinos.
La tasa de inflación anual de cerca del 50 por ciento, y los argentinos usan dólares – por lo general escondidos bajo el colchón o en el exterior – para comprar desde un automóvil hasta un apartamento.
A principios de esta semana, le pregunté al ex presidente de Ecuador, Jamil Mahuad, quien dolarizó la economía de Ecuador en enero de 2000 y esta escribiendo un libro al respecto, si recomienda que Argentina dolarice su economía.
Mahuad no quiso hablar de otros países, pero me dijo que la dolarización ciertamente funcionó en Ecuador. “Toda economía necesita un ancla, algo para generar confianza”, señaló.
También hablé con el ex ministro de economía argentino Domingo Cavallo, autor del plan de convertibilidad que ató el peso con el dólar entre 1991 y 2001, y al igual que Mahuad enseña en Harvard. Cavallo recomienda que Argentina adopte un sistema de doble moneda, como el de Perú, que permita a las personas ahorrar tanto en moneda local como en dólares, lo que él llama una economía “bi-monetaria”.
Por supuesto, como me advirtió Cavallo, la dolarización por sí sola no impedirá que los presidentes populistas gasten de más, porque aún podrían pedir prestado dinero del extranjero. Pero es poco probable que bancos extranjeros inviertan en una economía en bancarrota, sin un camino claro hacia la cordura económica.
Los países que viven gastando más de lo que producen necesitan una camisa de fuerza. Los países europeos tienen la Unión Europea y la moneda del Euro, que sirven para ese propósito.
Venezuela y Argentina tarde o temprano tendrán que considerar adoptar el dólar, o un sistema dual, o una canasta de divisas, por políticamente incorrecto que suene ahora. De lo contrario, a menos que tomen medidas drásticas para reducir el gasto público, seguirán cambiando de lugar los asientos en el Titanic.
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