Un piano viejo y desafinado duerme en una esquina del gran almacén reconvertido en estudio fotográfico. Bad Bunny llega con apenas 10 minutos de retraso a la cita en el este de Los Ángeles, cortesías de una ciudad sin tráfico, obra y gracia de la pandemia. Saluda en la distancia, se queda mirando el trasto y yo acaricio las teclas a ver si entra al trapo.
Por EL PAÍS
—Yo no lo sé tocar —dice al acercarse.
—Yo, solo esto. —Aporreo las famosas notas de Frère Jacques, Frère Jacques, Dormez-vous? Dormez-vous?
—Yo, ni eso.
Benito Antonio Martínez Ocasio (Puerto Rico, 1994), alias Bad Bunny, o sea, Conejo Malo, trabajaba en 2016 embolsando la compra de los clientes de un supermercado de Vega Baja, una ciudad a media hora de San Juan. En 2017 ya había saltado a la escena internacional y hoy, a los 26 años, ha batido varios récords de la industria musical propia de este siglo. Es el artista global número 1 de 2020 en Spotify, con más de 8.300 millones de reproducciones. Ha ganado el premio al álbum latino del año por YHLQMDLG (acrónimo de Yo hago lo que me da la gana) en los American Music Awards, y el disco que acaba de sacar del horno, El último tour del mundo, ha hecho historia como el primer trabajo completamente en español que debuta en la primera posición de la lista Billboard 200.
El Conejo baila claqué sobre las fronteras musicales: llegó al mercado cantando trap, un subgénero del rap, pero en su coctelera mezcla ritmos del reguetón de su tierra con pizcas de balada pop, de bachata y de rock. A las leyes de la industria las ha desafiado, lanzando una carrera fulgurante sin el amparo de ningún gran sello musical detrás y cantando solo en su lengua natal. Y a los prejuicios contra la música latina urbana se enfrenta sin ceder un centímetro en la lascivia o lo soez, vehículos que usa para contar historias de barrio, a veces melancólicas, trufadas de pronto de mensajes que reivindican a la mujer o que protestan por la corrupción de Puerto Rico.
Es un sensor fino de su tiempo, toma el reguetón que ha mamado desde niño, lo agita junto a las sensibilidades de su generación y obtiene un nuevo brebaje. Todo con una puesta en escena que recuerda a la extravagancia de la Lady Gaga de antaño o a la provocativa ambigüedad de Prince. Igual se enfunda una falda que se pinta las uñas o aparece con unas gafas imposibles. Cuando este año la Sociedad Americana de Compositores, Autores y Editores le concedió el premio a compositor latino de 2020, arreciaron las críticas. Pero el fenómeno Bad Bunny es una apisonadora. Tiene 29 millones de seguidores en Instagram y 30,5 millones de suscriptores en su canal de YouTube. Uno de sus últimos videoclips, Dákiti, superó los 350 millones de visualizaciones en mes y medio.
No toca ningún instrumento, no sabe leer las notas y no le hace falta. Todo ha sido tan rápido que a veces se le olvida que es rico y se descubre pensando que debe ir al súper. Otras se quiere encerrar en su mundo y no saber de nadie. La mayor parte del tiempo disfruta.
2020, un año apestoso para el mundo, un año de gloria para él.
¿Se puede ser Bad Bunny y no estar loco?
“Algunos días es difícil”, responde sonriendo, “pero no me ha dado tiempo a volverme loco”. “Hace poco que tengo 100% claro en la cabeza lo que he conseguido, quizá hace un año o seis meses; pero hasta entonces, muchas veces se me olvidaba, sentía que era el chamaquito del supermercado. Pasaba algo y decía: ‘¡Diablos!’. Y luego: ‘Ah, no, espera, si yo tengo aquí…”, dice señalándose el bolsillo, el lugar de la billetera.
Creció en un hogar de clase media, con una madre, profesora de inglés, que hacía de la puntualidad un asunto de Estado, y con un padre, conductor de camión, que le agarraba las zapatillas de deporte que no usaba y, para su desesperación, se las regalaba a otros chicos del barrio. Estudió un par de años de Comunicación en la Universidad de Puerto Rico y lo dejó. En el comercio de Vega Baja se entretenía analizando a la clientela. Pasaban por el negocio familias pobres y familias pudientes, señoras, chavales. Allí se formó una idea de lo diferentes que podían llegar a ser las personas, también lo parecidas. Luego corría a pergeñar sus primeros temas con el ordenador. En las fiestas de los garajes del barrio, los ponía a prueba con su voz aniñada y nasal.
La bola de nieve empezó a rodar en Instagram, en SoundCloud, en YouTube. DJ Luian lo escuchó y le propuso lanzarse fuera de Puerto Rico bajo el sello independiente Hear This Music. A finales de 2016 alumbró Soy peor, un tema trap lento, y se desató la locura. La nueva estrella del rap latino acababa de nacer.
Hoy el mundo lo presenta como un artista pop. ¿El pop ha engullido ya al reguetón y al trap? ¿Lo ha engullido a él? “Sí, sin duda. El pop es lo popular, lo mainstream, así que el trap ya… Y no me refiero solo al trap latino, me refiero al trap-hip hop de acá de Estados Unidos. La canción número uno es de un trapero. Y en cuanto al género urbano del reguetón, tienes que ser de Puerto Rico o un fanático del género para distinguir un reguetonero de Thalía. Ya todo el mundo incluye ritmo de reguetón en sus canciones”.
Ese asalto de la música urbana latina ha sucedido al tiempo que persiste un rechazo —a menudo clasista— hacia el género que ni siquiera Bad Bunny, uno de los mayores exponentes de esta conquista, ve superado. “Y no se va a superar nunca, eso es como el racismo o como la homofobia. Suena feo con cojones, suena horrible, no sé si hoy me levanté negativo”, dice, “pero eso es algo que no va a acabar nunca”. Cuando se le pregunta por los motivos, se explaya: “El reguetón es un género que viene de la calle, del underground, de la gente pobre que no tuvo opciones. A veces, hasta criminales, pero no lo digo de forma despectiva. Gente que salió de la cárcel, o vendían drogas, y al final vio una luz en ese género del reguetón. Muchos pudieron abandonar ese estilo de vida y comprarse casa y carro. Yo creo que de ahí viene ese rechazo”. “Pero a mí no me molesta, que digan lo que quieran, hay un mundo entero bailando las canciones, disfrutando de la vida sin prejuicios”.
Acaba de regresar del rodaje de la serie Narcos: México, una aventura nueva, buen colofón de un año singular. Cuando relata su confinamiento, una se imagina un tigre enjaulado. Comenzó febrero con aquella actuación memorable en la Super Bowl junto a Shakira, Jennifer Lopez y J Balvin. Semanas después lanzó su segundo álbum, Yo hago lo que me da la gana: “Estaba bien cabrón, para perrear, para romper la carretera”. Y estalló la pandemia. Adiós al gran concierto en Puerto Rico. Adiós a la gira por Europa. Adiós a las discotecas.
Echaba tanto de menos actuar que a veces se iba a un cuarto, delante del espejo, y cantaba y bailaba solo, imaginándose al público. De los retales sacó otro disco, Las que no iban a salir. A finales de noviembre, El último tour del mundo. Tres en un año. “Y tengo ideas todo el tiempo; si yo me pongo serio con ellas, no vivo”, dice.
En la cuarentena grabó una canción con su pareja, Gabriela. Por reír, por jugar. Puede escribir y componer de cualquier manera y en cualquier sitio, de viaje, en casa, con el ordenador y hasta con el móvil. Muestra en la pantalla una especie de ruleta con números. Es una aplicación que le recomendó René Pérez, el famoso rapero puertorriqueño conocido como Residente. Con las yemas de los dedos toca unas notas.
“Yo no soy músico. Considero músico a la persona que toca un instrumento musical, yo por tragedias de la vida no toco ninguno, pero no me voy a ir del mundo sin hacerlo”, dice. A Bad Bunny le gustaría aprender a tocar el piano.
—Si no eres músico, ¿cómo te defines?
—Como un artista que ve las cosas de manera diferente y trata de crear su propio mundo.
El fenómeno puede sacar de quicio a otros artistas, como cuando recibió el premio a mejor compositor, pero la tecnología permite hacer música sin conocerla y Bad Bunny es una realidad. “A lo mejor, a mí, en su lugar, también me molestaría, intento no ser rencoroso por eso, pero a la gente no le enseñan cómo procesar los cambios y el mundo es cambiante a diario. No te enseñan desde niño a vivir con algo tan natural como los cambios y mucha gente los teme”, comenta.
El escándalo tiene que ver también con sus letras. En los temas de Bad Bunny hay mucho sexo y muy explícito; a veces transaccional, otras sentimental. “Si tu novio no te mama el culo, pa’ eso que no mame”, apremia en Safaera. “Chingó con el gato pero no se vino, tranquila, que yo te resuelvo”, dice en Bichiyal. Porque Bad Bunny, para cantarle a una chica a la que echa de menos, no escribe sobre las noches que la amó, sino que está “arrebatao” pensando en “toas las veces” que se lo metió, como hace en Si veo a tu mamá.
“Pude haber dicho ‘todas las veces que hicimos el amor’, pero no es honesto. Yo, si le cuento a un pana amigo mío que extraño a una chica, le digo: ‘Diablos, otra vez me acordé de cuando se lo metí en el parking de allí…’. Así se expresan muchas personas de mi nación. El sexo juega aquí el mismo rol que en cualquier otro género. El bolero siempre estaba dedicado a una mujer y decía, de una forma linda, que se lo quería meter. Y la salsa, el merengue, la bachata…”. ¿Crees que se confunde el deseo lascivo con el machismo? “Muchísimo, y yo vigilo mucho eso en mis letras”.
El Conejo Malo canta como un chuleta de barrio, aunque de barrio permeado por una sensibilidad propia de su tiempo, el empuje de la ola feminista o los derechos LGTB, impronta de una generación que ha empezado a usar el genérico latinx. En 2018, un año siniestro de feminicidios en América Latina, publicó Solo de mí, una canción en la que dice: “Esta noche me amanezco. ¿Que me quisiste? Te lo agradezco, pero no te pertenezco”. En el vídeo, es una joven la que canta con la voz de Benito sobre un escenario mientras le van apareciendo cardenales en la cara, hasta que de repente desaparecen y sonríe. En febrero, después de que una mujer transgénero sin hogar fuese asesinada en Puerto Rico, apareció en un programa vestido con falda y una camiseta con el lema: “Mataron a Alexa, no a un hombre con falda”.
Es consciente de que una parte de su público necesita escuchar esos mensajes. “Y por eso lo hago, porque sé el alcance que tengo en Latinoamérica. Tengo fans de muchos tipos; fans de la comunidad LGTB y también, estoy seguro, fans homofóbicos. Feministas y machistas. Yo tengo la capacidad de engancharlos con este reguetón y con este vocabulario. Les hablo como hablamos nosotros y les doy un mensaje sin que sientan que les doy un sermón”, razona el artista.
Hace unos meses lanzó el vídeo de la marchosísima Yo perreo sola, una provocadora disrupción del reguetón de macho cabrío, donde él se viste de mujer para cantar versos como este: “Que ningún baboso se le pegue, la disco se prende cuando ella llegue, a los hombres los tiene de hobby, una malcriá’ como Nairobi, y tú la ve’ bebiendo de la botella, los nenes y las nenas quieren con ella…”. Al terminar el vídeo deja un mensaje: “Si no quiere bailar contagio, respeta. Ella perrea sola”.
Benito no teme arriesgar, tirar de las costuras. Al poco de lanzar el tema salió con Arcángel, otro artista puertorriqueño, por Santurce, un barrio de San Juan donde grabó su primer vídeo. “Y estaba allí con los chamacos de la calle, que podrían decir que ya no les gusta Bad Bunny porque está haciendo cosas raras, que no son las típicas de macho, pero la canción les pareció brutal. Uno me dijo: ‘Oye, cuando te vestiste de mujer, eso te subió por el cielo’. Y yo pensé: ‘Guau, esto es el barrio’. Algún artista o alguien de la industria me podría haber dicho que la calle no me iba a apoyar, pero la calle estaba ahí, escuchando el disco”.
—Porque la calle también está cambiando.
—Exacto, incluso la calle está cambiando.
Sus faldas y sus uñas pintadas tienen algo de provocación y mucho de sí mismo. Desde niño, Benito Antonio Martínez Ocasio se preguntaba por qué las mujeres las usaban y los hombres no. Le llamaba la atención la ropa femenina, la veía más creativa, más dinámica. “Es parte de mí y ha acabado siendo revolucionario”, dice.
En la sesión fotográfica se vuelve un performer. Gafas oscuras. Rollo de duro. Se sienta. Se zarandea como un luchador preparándose para un asalto. Aprieta los labios. Hace el ganso. Siempre le ha gustado. Su alias viene de una foto suya de niño disfrazado de conejo y con cara de malo.
A principios de año dio a entender que se retiraría. En el último tema de YHLQMDLG dijo que publicaría un álbum más y que, en la cresta de la ola, dejaría el mundanal ruido por un tiempo. Una zancada final para convertirse en un mito de la cultura pop del siglo XXI. O quizá una buena estrategia publicitaria. “Algunos escribieron eso y no me puedo quejar, pero en ese momento lo dije porque lo sentía; soy una persona que cambia de ánimo de repente, bien sentimental”.
A veces se le nota abrumado por el éxito. Esa necesidad de esconderse la sacará a relucir varias veces durante la entrevista. Hace unos años, en pleno boom profesional, su cabeza hizo crac. No fue a ningún médico a que le diagnosticara, pero cree que pasó por una depresión.
“Me preguntaste antes cómo no me había vuelto loco. Pues creo que ese fue el momento que iba a determinar si yo me iba a volver loco o no. De 2016 a 2018 desaparecí, yo estaba metido en una cápsula, sin enterarme de nada. El mundo me veía, pero yo estaba desaparecido”, recuerda. Al abrir los ojos se dio cuenta de que no había visto un solo combate de boxeo, su pasión, en todo ese tiempo, ni películas. Descubrió que tenía primos nuevos, que se había enfermado un familiar… “Y ahí fue cuando yo dije: ¿quién soy?, ¿qué está pasando?”. En ese momento se encontraba en Argentina, voló de regreso a Puerto Rico y pasó una temporada fuera de órbita. Algo le nubló también este verano. En plena ola de protestas raciales, hubo quien le afeó que callase. “En ese momento yo estaba horrible en mi vida personal, pasaba por una situación donde no me sentía bien, y había soltado mi teléfono y las sociales”, explica.
Ahora se levanta entre las ocho y las nueve de la mañana, a las once entrena y, si no tiene compromisos, escribe, graba, hace pruebas. No sabe qué hace cuando no hace música. A su alrededor trabaja un número de gente que ya no acierta a precisar. En el núcleo duro, una decena de personas, entre ellos varios amigos y uno de sus dos hermanos. Pero el fenómeno Bad Bunny se ha expandido como un pequeño imperio, independiente aún, afirma, de los grandes sellos tradicionales.
Nadie le tienta a cantar en inglés, dice, porque ya saben la respuesta. Ha actuado con Drake, con Cardi B, con Jennifer Lopez, pero en español. La tendencia que veía en Latinoamérica a idolatrar a las estrellas estadounidenses le sacaba de quicio. “Hay que romper eso de que los gringos son dioses… No, papi”. Para Benito, el salsero puertorriqueño Héctor Lavoe era Dios. Mientras él crecía, artistas como Ricky Martin o Enrique Iglesias lanzaban sus singles en español y luego los versionaban en inglés. “Quizá era necesario y abrieron puertas a este boom latino, pero ese momento para mí acabó. Me enorgullece mucho llegar al nivel en el que estamos hablando en español, y no solo en español, sino en el español que hablamos en Puerto Rico. Sin cambiar el acento”.
Quiere tener propiedades en Los Ángeles, en Miami y en Nueva York, pero su casa es Puerto Rico. Desborda orgullo boricua. Las calamidades que el huracán María causó sobre la isla en 2017, ya lastrada por una grave crisis financiera, encendieron una mecha en su conciencia social. En el verano de 2019 entró en combustión. La filtración de un chat del entonces gobernador, Ricardo Rosselló, con otras autoridades indignó a los ciudadanos por sus comentarios sexistas y homófobos, las burlas a los fallecidos por el huracán y el compadreo de corrupción. Benito, que estaba en Europa, regresó y, junto a otros artistas de la isla como Residente y Ricky Martin (blanco de los ataques homófobos), se puso a la cabeza de las protestas. De aquellos días data el “Arranca pal carajo y vete lejos / y demos la bienvenida a la generación de yo no me dejo”, de Afilando cuchillos.
Rosselló cayó, pero un año y medio después Benito no hace un balance muy esperanzador. Cuando se le pregunta si Puerto Rico, Estado Libre Asociado a Estados Unidos, debería avanzar hacia la independencia o, al contrario, convertirse en el Estado 51, responde con franqueza que no tiene una argumentación política o económica preparada, pero deja claro que “jamás querría ver a Puerto Rico como un Estado”.
A Bad Bunny le gusta entrevistarse a sí mismo. Lo hace como ejercicio para saber qué piensa de las cosas, el porqué de su historia. Hace poco se preguntó por la huella de sus padres en su carrera, pensó en la responsabilidad, en la disciplina. En la constancia de su madre; en la honestidad de su padre. El tiempo se agota y Benito se prepara para transformarse en el Conejo Malo de las fotos. Una última pregunta a la estrella boricua.
¿Por qué en sus canciones salen tanto los billetes de 100 dólares? “Es parte del fronteo, el género urbano. Yo siempre trato de mantener ese equilibrio y estar siempre con las raíces, con la calle… Al final a mí me gusta, yo crecí escuchando eso. A veces hay gente que lo critica, pero al público le gusta, le gusta cantarlo”.
¿Por qué les gusta? ¿Es algo lúdico? “Claro, cantarlo es como sentir que los tienes”.
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