En Kabul estudiaban robótica, pero tuvieron que ser evacuadas por la amenaza de los talibanes. Ahora, nueve jóvenes afganas quieren escribir un futuro en Catar, soñando con robots que cambien la vida o permitan viajar a Marte.
El presente es incierto. El futuro, difuso. Pero un sueño bien real se vislumbra: un concurso internacional de robótica en el que están inscritas.
Ayda Haydarpour, de 17 años, descubrió el ordenador con el videojuego Super Mario. Tiene formación en ingeniería informática y es especialista en programación.
«Mi abuelo me hacía muchas preguntas sobre su tableta y su teléfono», recuerda ella sonriente. «En Afganistán, la robótica es una novedad, en particular para las mujeres», añade.
Su madre es profesora en una escuela para chicas cerrada por los talibanes tras su toma del poder el mes pasado. En su mandato anterior (1996-2001), los islamistas radicales prohibieron la educación y el trabajo a las mujeres.
El martes, los nuevos dirigentes del país prometieron que les permitirán volver a la escuela, pero sin fijar un plazo. «Esto llegará lo antes posible», dijo Zabihullah Mujahid, portavoz del movimiento.
Ayda aspira a trabajar un día para el gigante informático estadounidense Microsoft, pero también quiere volver un día «y servir a su pueblo».
Mientras espera, trabaja con sus compañeras en el laboratorio de robótica Texas A&M, una de las universidades estadounidenses instaladas en Catar, para intentar ganar el concurso.
– Pensar en Marte –
Primero tuvieron que huir de Kabul, embarcar en un avión catarí en medio del desbarajuste del aeropuerto de la capital afgana y esperar después diez días en cuarentena.
Pero ahora su preocupación es el componente electrónico defectuoso del circuito de una estación meteorológica que debe empezar a funcionar en los próximos días.
«Llevamos una semana tratando en vano de repararlo (…) Hemos cambiado el cable», explica Ayda.
Al otro lado de la mesa, la mitad del equipo se dedica a fabricar un robot capaz de recoger y lanzar pelotas bajo la dirección de Somaya Faroqi, de 18 años.
La joven evoca su tristeza. «Hemos perdido nuestras familias, nuestros profesores, nuestra vida» dejando Afganistán.
Roya Mahboob, fundadora de una sociedad afgana de software, constituyó el equipo hace unos años.
El pasado marzo, sus chicas consiguieron montar un respirador asequible en plena pandemia del covid-19, en un Afganistán empobrecido por la guerra y la mala administración.
«No debemos cambiar nuestra dirección», asegura ella, consciente de las batallas que tienen por delante en los próximos años.
El pueblo afgano ha cambiado mucho, pero todavía debe avanzar, considera. «Vivimos en 2021. Hoy, la gente de otras partes del mundo piensa en ir a vivir a Marte», dice.
– Esperanza y tristeza –
La educación «es un derecho que Dios nos ha dado», afirma, pidiendo auxilio a la comunidad internacional.
«Aquellos que se autoproclamaron nuestros aliados no deberían abandonarnos», protesta.
Aunque las nueve jóvenes que están en Doha gozan ahora de seguridad y educación, otras no pudieron partir.
«El consentimiento y la prudencia nunca cambiaron el mundo», apunta Mahboob.
Sin embargo, al ser preguntada sobre si trabajaría con los talibanes, lanza una mirada desengañada y llena de realismo.
Después, casi murmurando, concede: «No tenemos elección (…) No puede salir todo el mundo del país».
Al fondo del laboratorio, su supervisor Benjamin Cieslinski celebra «el muy buen nivel» de sus nuevas reclutas. «Una vez que las ayudamos a organizarse, lo hacen todos ellas solas (…) Tienen verdadero entusiasmo», dice.
El sueño de Ayda fue durante mucho tiempo abrir una escuela de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas en su país, una ambición truncada por la realidad. Por ahora, la joven no dispone de ningún documento que demuestre su nivel educativo.
«Estamos preocupadas por el futuro y la educación de mujeres y niñas. ¿Qué va a ocurrir en Afganistán?», se pregunta.
En una frase consigue sintetizar esta mezcla incomprensible de esperanza y tristeza que la inunda a ella y al resto de compañeras de robótica.
«Es muy duro ver a mi país en esta situación. Pero mi familia está segura de que yo esté a salvo y pueda seguir mi educación», dice.
AFP
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