Siria elige un nuevo parlamento en una jornada que marca el 20 aniversario de la llegada al poder de Bashar al Assad. 2.100 candidatos, entre ellos varios hombres de negocios sancionados por la Unión Europea y Estados Unidos, concurren en las terceras elecciones que celebra el país desde que estallara la guerra en 2011 y en las que nadie duda de la victoria del partido Baaz, hegemónico desde 1963.
Por ABC
Assad arranca su tercera década en el palacio presidencial de Damasco, pero esta no es la Siria que se encontró cuando llegó, este es un país destrozado por la violencia, con cientos de miles de muertos, millones de desplazados internos y refugiados, con presencia de tropas de al menos cuatro países extranjeros, una economía devastada, el 80 por ciento de la población bajo el umbral de la pobreza y ante la amenaza del coronavirus.
¿Cuánto resistirá? «Hasta que sea útil a Rusia e Irán, sus principales aliados y quienes toman las decisiones importantes. Su liderazgo está muy cuestionado, la legitimidad erosionada y Siria se ha convertido en una especie de país tutelado donde quien manda no es el presidente», piensa Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid y autor de libros como «Siria: revolución, sectarismo y Yihad». El ministro de Exteriores, Walid Muallem, afirmó que «Assad seguirá hasta que los sirios quieran», cerrando filas en torno a un líder que ha gozado también del respaldo de las minorías y de las élites económicas del país.
Este no era el panorama con el que soñaba Bashar cuando se hizo con el control del país tras el fallecimiento de su padre, Hafez al Assad, creador de la Siria moderna. El actual dirigente iba para oftalmólogo en Reino Unido, pero la muerte de su hermano Basel en un accidente le situó como heredero y regresó de Londres, donde había conocido a su esposa, Asma.
«Assad o arrasamos el país»
Sus primeros años estuvieron marcados por las promesas de apertura y cambios, conectó el país a Internet y transmitió al exterior una imagen de regeneración y modernidad, pero todo se truncó en 2011. Países como Francia, que en 2001 recibieron al matrimonio Al Assad en un viaje oficial que les llevó también a España, donde se entrevistaron con José María Aznar, pasaron a denominarle «enemigo de los sirios», según el presidente, Emmanuele Macron, y a acusarle de «masacrar a su pueblo», en palabras del ministro de Exteriores, Jean-Yves Le Drian.
En ese 2011, la conocida como «Primavera árabe», que afectó a Túnez, Egipto, Libia y Yemen, estalló también en las calles de Siria, la respuesta de las fuerzas de seguridad fue brutal y comenzó una espiral de violencia que se convirtió en una guerra con final incierto. «Al comienzo hubo un dilema sobre la represión, pero pronto se aplicó el eslogan de los seguidores del régimen que decía: “Assad o arrasamos el país”. Nueve años después Al Assad sigue en el poder y el coste ha sido arrasar Siria, por lo que no ha sido una victoria dulce y le toca gobernar en la pobreza y la destrucción», apunta Álvarez-Ossorio.
La victoria en el plano militar ha permitido a Damasco controlar de nuevo la mayor parte del territorio sirio, pero cualquier atisbo de recuperación ha quedado eclipsado por las sanciones impuestas por Estados Unidos y Europa, calificadas de «guerra económica» por las autoridades. Donald Trump ha extendido a Siria la estrategia de «presión máxima» que emplea con Irán y ha puesto en marcha la denominada «Ley César». Washington lo presenta como un nuevo paso para «aislar» al presidente Al Assad y su círculo más próximo, a todos aquellos «responsables o cómplices de graves abusos contra los derechos humanos en Siria», señaló el secretario de Estado, Mike Pompeo.
Inseguridad alimentaria
La lista negra contiene 39 nombres, con el presidente y su esposa a la cabeza, pero como ocurrió en el Irak de Sadam Husein, el impacto más severo lo sufren los civiles. El Programa Mundial de Alimentos señala que los precios han crecido un 133 por ciento desde mayo de 2019 y que 9,3 millones de sirios sufren inseguridad alimentaria, la cifra más alta que jamás ha registrado el organismo internacional.
El valor de la libra siria ha caído un 70 por ciento respecto al dólar y los sirios se enfrentan a una hiperinflación que las autoridades son incapaces de controlar. Ante este panorama, el enviado especial de EE.UU. a Siria, James Jeffrey, hizo una lectura política de su estrategia de sanciones y aseguró que «el colapso de la libra siria demuestra que Irán y Rusia no son capaces de seguir manteniendo a flote al régimen». Al Assad, sin embargo, sigue en su palacio y su familia supera el medio siglo al frente de Siria.
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