Que el hoy expresidente de los Estados Unidos Donald Trump quería fuera del poder en Venezuela a Nicolás Maduro es un hecho sobre cual no hay duda. Es más, Trump creyó (o lo persuadieron) que la caída de Maduro durante sus cuatro años de administración era un acontecimiento inevitable con el cual se anotaría una fácil victoria de política exterior. Sin embargo, su política hacia Venezuela, en particular en los últimos dos años, fue una mezcla de improvisación, soberbia, premisas equivocadas y cálculos erróneos.
Pedro Benítez – ALnavío
Donald Trump se ha ido y Nicolás Maduro se queda. Y no por falta de voluntad del primero. El hombre más poderoso del mundo, al frente de la mayor economía del planeta y comandante del más potente aparato armado que la humanidad jamás haya conocido, no pudo sacar del poder, o al menos contribuir decisivamente a desalojar, a un dictador de tercera categoría (para los parámetros internacionales) al frente de un país arruinado. De modo que la pregunta es inevitable: ¿Por qué?
La primera respuesta que se viene a la cabeza es que la estrategia por parte de la Casa Blanca, el Departamento de Estado, el Consejo de Seguridad Nacional, etc., fue equivocada. Después de todo, no es la primera vez (y probablemente no será la última) que la política exterior de Estados Unidos fracasa, en particular hacia Latinoamérica.
Pero lo cierto del caso es que Trump nunca tuvo ninguna estrategia para sacar a Maduro del poder. Ni por las buenas, ni por las malas. Su política hacia Venezuela, en particular en los últimos dos años, fue una mezcla de improvisación, soberbia, premisas equivocadas y cálculos erróneos. No es que actuara de mala fe, fuera egoísta, o no sintiera sincera simpatía por la causa de los opositores venezolanos. Ese es otro asunto. La cuestión es que nunca tuvo una estrategia o la determinación de tenerla.
A principios de 2019 sus asesores lo convencieron de que el derrumbe de Maduro era un hecho inminente y de acuerdo con ese convencimiento procedió. Recordemos que por entonces era una certeza casi universal el colapso del régimen madurista. En julio de 2018 el entonces presidente colombiano Juan Manuel Santos declaraba públicamente: “Veo cerca la caída del régimen de Maduro (…) ese régimen se tiene que desmoronar”. Luego cambió de opinión y apreció a su excolega “más fuerte”. Pero por entonces el consenso era ese, la caída inminente de Maduro.
El 18 de febrero de 2019 Trump pronunció un entusiasta discurso ante parte de la diáspora venezolana en la Universidad de Florida, en Miami, que despertó una enorme expectativa. “Un nuevo día está por amanecer en Venezuela”, aseguró en aquella ocasión.
Esta seguridad se basaba en el inocultable descontento que por esos días bullía dentro de la Fuerza Armada Nacional venezolana (FANB). Las deserciones de oficiales y soldados eran el pan nuestro de cada día. El colapso venezolano había penetrado la institución clave en el sostenimiento del poder político del país. De hecho, era el único que aparentemente le quedaba luego de haber perdido los abundantes petrodólares de la época del expresidente Hugo Chávez, la mayoría popular y el amplio respaldo internacional.
Las informaciones de inteligencia de varios países indicaban que los generales venezolanos estaban por retirarle el respaldo al heredero del poder chavista.
Así fue como Trump, su vicepresidente Mike Pence, el consejero de Seguridad Nacional John Bolton y hasta el senador Marco Rubio se emplearon a fondo en los meses de enero y febrero de 2019 a fin de darle el último empujón al déspota suramericano para que cayera como una fruta madura.
Pero sus acciones fueron totalmente contraproducentes. Las ofertas, advertencias y hasta amenazas públicas que por medio de tuits, correos electrónicos y mensajes de WhatsApp hicieron llegar a los oficiales de la FANB, que de una u otra manera le debían su carrera militar a Chávez, no contribuyeron en nada a que estos se decidieran a sacar a Maduro del poder, por más descontento que tuvieran en su contra.
En realidad, todo lo que desde Washington se ha hecho de allá para acá ha contribuido a cohesionar al chavismo militar y civil (que todavía existe en Venezuela) en torno a Nicolás Maduro. Este es el dato. Ningún dictador se sostiene solo en el poder, invariablemente tiene una base de apoyo social detrás (por las razones que sea). Que esta sea minoritaria no importa, siempre y cuando esté organizada, armada y permanezca cohesionada. Esto es lo que Maduro, con la ayuda involuntaria de sus adversarios, ha conseguido. Ese es su secreto.
No comprender esto ha sido el error central de la oposición venezolana, que pensó que el trabajo estaba listo por haber barrido electoralmente al chavismo en diciembre de 2015. Este ya no tenía los votos (mayoritarios) pero seguía teniendo las armas.
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