El jefe de la diplomacia europea ha tenido una visita complicada a Moscú que ha concluido con la expulsión de varios diplomáticos europeos.
Nacho Alarcón | El Confidencial
No hay viaje fácil a Moscú si eres diplomático europeo. Todavía menos si eres Josep Borrell, Alto Representante de la Unión para Política Exterior y de Seguridad, y eres el primer jefe de la diplomacia europea que visitas el país en ocho años, justo en un momento en el que las relaciones entre la Unión Europea y Rusia se encuentran en uno de los puntos más bajos de los últimos años.
Borrell sabía que su visita a Moscú no iba a ser sencilla. Muchos Estados miembros mostraron sus reservas y consideraban que no era el momento. También señalaban que tras el arresto de Alexei Navalny, líder opositor ruso que acababa de aterrizar en Rusia cuando fue detenido, era el momento de dar un paso más allá en las sanciones. Alemania se oponía frontalmente.
España y la mayoría de Estados miembros apoyaban a Berlín: había que optar por la vía pragmática. El viaje finalmente se ha realizado, y se ha hecho sin sanciones. ¿El objetivo? Que Borrell tomara la temperatura en el Kremlin y las posibles acciones europeas se discutieran en el Consejo de Asuntos Exteriores del 22 de febrero.
Pero ha acabado convertido en una gran emboscada rusa que ha convertido la misión del español en un fiasco. Un fracaso total que, en cualquier caso, no sorprende del todo a nadie, y todavía menos a él.
El punto más bajo de la visita parecía ser una rueda de prensa conjunta que han ofrecido Borrell y el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov. En ella el Alto Representante ha recriminado a su huésped la detención de Navalny, que había regresado al país tras un intento de asesinato por envenenamiento este verano en Rusia, del que se había estado recuperando en Alemania. Lavrov, en una estrategia diplomática común del Gobierno ruso, ha intentado ridiculizar a Borrell, y lo ha hecho con el ‘procés’.
El ministro ruso ha señalado que hay ocasiones en las que “se sospecha de que los tribunales adoptan decisiones motivadas políticamente», en referencia a los políticos huidos en Bélgica de la justicia española, Carles Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí, ahora eurodiputados. En realidad el ataque de Lavrov ha sido enormemente confuso, pero queriendo que quedara claro un mensaje: lo mismo que España pide que se respeten las decisiones judiciales que toma su país, Rusia hace lo mismo. Un intento de ataque a Borrell en el que en realidad defiende de forma indirecta que España tiene derecho a juzgar a Puigdemont. Porque el único objetivo de Lavrov era enfurecer al Alto Representante.
El Gobierno español ha reaccionado rápidamente. Arancha González Laya, ministra de Exteriores, ha recordado que “España es una de las 23 democracias plenas en el mundo (…) Rusia está en el puesto 124 de 167 países”. “Espero que Navalni tenga la oportunidad de participar y hacer campaña en las próximas elecciones rusas como lo están haciendo ahora los líderes independentistas catalanes que cumplen condena en España”, ha concluido González Laya.
Lo de menos para Lavrov era el fondo de su mensaje. Lo único que quería que quedara claro es que pensaba responder con agresividad a cualquier intento de la Unión Europea de opinar sobre el caso Navalny. Moscú ya había señalado que no pensaba admitir regañinas del Alto Representante durante su visita, para el que estas estrategias tampoco son una novedad: ha escuchado sin inmutarse y sin entrar en el fango. Sabía perfectamente que la visita podía tomar esa deriva y Borrell es un «perro viejo» de la diplomacia, que conoce de primera mano las estrategias rusas.
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