“Tengo amenazas. Para ellos soy un objetivo”. Manuel Ranoque, el heroico papá de los niños perdidos, que se internó en la selva a rescatarlos, le contó así al país que su vida está en riesgo. “El frente Carolina Ramírez me está buscando para matarme, tengo amenazas”, dijo.
Según él, “ellos lo único que quieren es el interés económico y mientras uno no se acoja, es un enemigo”. Aseguró que tiene unos audios en el que le advierten que le van a mandar a alguien a que lo busque en Bogotá. “Temo de mi vida, pero más que todo por la de mis hijos”.
“Esta noche me comunico con ellos, me dirán dónde están los niños y mañana vamos a recogerlos”. Fue en la mañana de este jueves cuando don Rubio, líder de los indígenas de Araracuara, sentenció que la pesadilla estaba a punto de terminar. Lo encontré en su campamento, cerca de la avioneta siniestrada. Había celebrado una primera toma de yajé, que resultó fallida. Pero estaba convencido de que la segunda arrojaría la luz anhelada. Que los duendes, por fin, aceptarían entregar a los pequeños.
Lesly, Soleiny, Tien Noriel y Cristin aparecieron este viernes en un punto muchas veces revisado. Fue el lugar donde la unidad Dragón 4, de las Fuerzas Especiales, encontró el pasado 15 de mayo el primer refugio de los niños, los restos del maracuyá, las tijeras y la moña, a 3 kilómetros del avión siniestrado.
“Milagro”, gritaron los soldados de la unidad TAP 1 que los encontraron. La palabra clave que habían acordado en la Operación Esperanza para dar la noticia retumbó por todo el país 40 días después del accidente.
“Los niños están vivos, aguantarán porque están protegidos por el dueño de la Naturaleza y vamos a recuperarlos muy pronto”, me había dicho Manuel, el papá, tan solo 24 horas antes. Descansaba en una hamaca de su campamento, todavía somnoliento, porque había permanecido despierto casi toda la madrugada, aguardando la sentencia del yajé.
“Es un misterio. Nos sorprende a todos. Es una zona que nosotros trillamos, y en esa área no hay cuevas, ni selva espesa, ni nada que no hubiésemos registrado”, me dice sorprendido un soldado. “Estamos felices. Es un signo de esperanza, de vida. Una emoción muy grande para los que pasamos semanas buscando a los niños sin perder nunca la fe”.
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