Nadie quiere hacerse cargo del cadáver. El cementerio musulmán de Viena se ha negado a acoger los restos mortales del terrorista que el pasado 2 de noviembre mató a cuatro personas e hirió a otras 22 antes de ser abatido por la Policía, en el centro de la capital austriaca.
Por Rosalía Sánchez | ABC
«Alá será quien ajusta cuentas con él, pero nosotros sentíamos que teníamos que dar un signo», dice, cabizbajo, Ali Ibrahim, el administrador del cementerio. «Es un asesino que ha matado a inocentes y ha dañado a todos los musulmanes… otros fieles habrían mostrado reparos a ser enterrados junto a él». La comunidad islámica de Austria demuestra así que participa del mismo sentir que el resto de la población de la república alpina, que por primera vez ha sufrido el golpe sangriento del terrorismo.
A pesar de la coincidencia del ataque con el fragor de la mortal segunda ola de la pandemia, Austria ha respondido con un revulsivo de reacciones legales, policiales y sociales con las que declara abiertamente la guerra al «islam político». Mientras varios líderes europeos pedían esta semana una política coordinada de lucha antiterrorista, Austria pasaba directamente a la acción por su cuenta. El canciller Sebastian Kurzha descubierto una «bomba de relojería» en los 300 sospechosos de yihadismo que estuvieron luchando o entrenando en campos de Daesh en Siria o Irak, o que al menos lo intentaron, y que ahora viven en el país centroeuropeo. Y ha demostrado que no dejará de dar un solo paso contra esa amenaza.
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