Hoy escribimos sobre el tema de Cuba. Coincide con la controversia que originó, en la carrera por la presidencia de los Estados Unidos, el inexplicable comentario, por absurdo, del senador Bernie Sanders, quien reivindicó supuestos elementos positivos del régimen castrista, basado en los también supuestos logros de los programas de alfabetización en los inicios de la revolución cubana, programas que, al final, sirvieron de mecanismo de adoctrinamiento y opresión política. Después de seis décadas de revolución, Cuba sigue siendo el tema más controvertido de la política en el continente.
Leopoldo Martínez Nucete / ALnavío
Bernie Sanders respondía a la interpelación del prestigioso periodista Anderson Cooper, quien lo emplazó a explicar comentarios que el senador expresó en los años 70 sobre Fidel Castro. En lugar de pasar la página destacando que, a estas alturas, en 2020, no queda duda que la revolución cubana resultó en una gran estafa política de Fidel Castro, que impuso un régimen dictatorial, opresivo y sangrientamente represivo, que ha hecho incalculable daño a Cuba y al pueblo cubano, el precandidato decidió revivir una polémica que lo pone en entredicho. El asunto, por supuesto, ha creado un marcado distanciamiento entre Sanders y los demás candidatos demócratas, y un enérgico e inequívoco rechazo de todo el liderazgo del Partido Demócrata en la Florida. Esta controversia, es el marco en que se produce la publicación de este artículo.
Como he contado en otra parte, el tema de Cuba me es muy cercano. Mi abuelo, José Nucete Sardi, fue embajador de Venezuela en Cuba dos veces y le correspondió asumir actuaciones históricas. La primera vez llegó en 1948, como parte del estelar ascenso de Rómulo Gallegos a la presidencia de Venezuela (el primero electo por el voto popular directo y secreto), para presenciar -entusiasmado porque se trataba de un compañero socialdemócrata y amigo de décadas-, la elección de Carlos Prío Socarrás. El derrocamiento de Rómulo Gallegos le impidió a mi abuelo continuar su labor. Más adelante, en 1952, Fulgencio Baptista se impuso en el poder tras un golpe de Estado, que derivó en una dictadura marcadamente corrupta.
Le tocó a mi abuelo regresar como embajador en 1959 bajo la presidencia de Rómulo Betancourt, en una Venezuela que alcanzaba nuevamente la democracia, dejando atrás la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, justo con el ascenso de la revolución cubana, en los tiempos de sus dos primeras presidencias: las de Manuel Urrutia Lleó y de Osvaldo Dorticó Torrado. Fue a José Nucete Sardi a quien le tocó romper la relación diplomática de Venezuela con Cuba, cuando se asomaron las verdaderas intenciones de Fidel Castro, en su reunión de 1959 con Rómulo Betancourt durante su visita a Caracas. A partir de allí le tocó a mi abuelo manejar esa relación en franco deterioro hasta su rompimiento en 1961.
Ese vínculo histórico-familiar con el asunto cubano tomó cuerpo en mi agenda cuando fui parlamentario en Venezuela. Siempre pensé que era importante una apertura diplomática y económica con Cuba (como la reestableció en Venezuela, Carlos Andrés Pérez, durante su primera presidencia) pero presionando activamente por la democratización y el respeto a los Derechos Humanos, como condición necesaria de los beneficios de una mayor cooperación económica para el desarrollo. Muy por el contrario, el chavismo construyó una subordinación costosísima al régimen cubano, que denuncié y contabilicé con detalles, al impugnar los términos del acuerdo de cooperación entre Castro y Hugo Chávez, durante mi gestión como diputado en Venezuela.
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