El cantante, compositor y activista político Hachalu Hundessa, de la etnia Oromo, de Etiopía, fue asesinado a balazos en la noche del 29 de junio mientras manejaba su automóvil en Addis Ababa, tras lo cual una multitud se reunió primero en el hospital al que fue llevado y luego en distintos puntos de la capital etíope y otras ciudades, en protestas que fueron reprimidas. El miércoles 1 de julio el cuadro era confuso: se hablaba de al menos nueve muertos (según The New York Times) pero posiblemente 50 (según un funcionario local dijo a BBC), mientras el gobierno cortaba el servicio de internet a la población.
El comisionado de la policía de Addis Ababa, Geta Argaw, informó a la prensa que se habían realizado detenciones por el atentado, pero no ofreció detalles. La embajada de los Estados Unidos en la ciudad dijo que los simpatizantes de Hundessa habían acusado a las fuerzas de seguridad del país y habían asegurado que existía un móvil político detrás de la muerte del músico de 34 años. Mientras tanto, el primer ministro del país, el premio Nobel de la Paz Ahmed Abiy, envió sus condolencias a la familia.
“Hachalu era la banda de sonido de la revolución de los Oromo, un genio poético y un activista que encarnaba las esperanzas y las aspiraciones de ese pueblo”, dijo al Times Awol Allo, especialista en derecho internacional de la Universidad Keele, de Inglaterra, que estudiaba el fenómeno del músico en Etiopía. Si bien los Oromo son la etnia mayoritaria en el país, han denunciado su marginación política y económica durante sucesivos gobiernos.
Las canciones de Hundessa funcionaron como himnos populares durante las protestas que echaron abajo al primer ministro anterior en 2018. Una de las más famosas —citó BBC— decía: “No esperes ayuda desde el exterior, un sueño que no se realiza. Levántate, alista tu caballo y lucha, y serás quien se acerque al palacio”. El artista había pasado cinco años en la cárcel por haber participado en manifestaciones de los Oromo cuando tenía 17 años, y si bien había recibido amenazas de muerte nunca quiso irse de su país.
El martes el servicio de internet “se cortó en la mayor parte de Etiopía”, denunció Netblocks, una ONG que monitorea el acceso a la red. No es la primera vez que se ha acusado al gobierno de hacerlo, en particular durante momentos de elecciones o malestar. Ethio Telecom, el único proveedor del servicio, es un monopolio estatal. Berhan Taye, de Access Now, otro grupo sin fines de lucro, denunció al Times que el hecho “simplemente causa más confusión y angustia entre los etíopes y la diáspora” que se lanzaron a buscar “información creíble y actualizada”.
Antes de eso las redes sociales se habían llenado de imágenes de las protestas en la capital y en Oromia y la embajada estadounidense había emitido un alerta de seguridad: “Estamos analizando informes sobre protestas y disturbios, que incluyen disparos, en todo Addis Ababa”.
En su cuenta de Facebook el primer ministro solicitó calma a la población, algo que ha tenido que repetir en las últimas semanas debido a los conflictos de controlar el coronavirus y mantener a la vez el crecimiento y acallar un levantamiento contra la postergación de las elecciones, que se debían hacer en agosto pero suspendió, sin fecha tentativa siquiera, hasta que termine la crisis del COVID-19.
“Estamos esperando que la policía nos entregue un informe completo sobre este hecho abyecto”, publicó Abiy en la red social. “Comprendemos la gravedad de la situación y estamos prestando atención y monitoreando las actividades en el país. Deberíamos expresar nuestras condolencias a la vez que nos protegemos y prevenimos que haya más crímenes”.
En Adama, una ciudad al sur de Addis Ababa, en la región de Oromia, hubo al menos 70 heridos y una “importante destrucción de la propiedad”, según dijo a BBC Getachew Balcha, vocero del gobierno regional; en Addis Ababa hubo unos 35 detenidos, entre ellos el propietario de medios y político Mohammed Jawar.
Se cree que cuando se intentaba transportar el cuerpo de Hachalu a Ambo, su lugar natal, donde será enterrado el jueves, Jawar y sus simpatizantes lo interceptaron a fin de regresarlo a la capital etíope. Jawar, quien defiende a los Oromo e inicialmente apoyó al primer ministro, que pertenece a esa etnia, se ha alejado de Abiy. El comisionado de la policía federal, Tassew Endeshaw, reconoció su detención y la requisa de “ocho Kalashnikovs, cinco pistolas y nueve radiotransmisores” de los guardaespaldas del político.
“Hachalu luchó por la visibilidad de la etnia Oromo y sus canciones unieron a la juventud de Etiopía durante los años de las protestas que condujeron a las reformas políticas del país en 2018″, dijo a CNN Sarah Jackson, vicedirectora regional de África Oriental de Amnistía Internacional. “Las autoridades deberían levantar inmediatamente el corte general de internet en el país y permitir que la gente acceda a la información y llore al músico libremente”.
En medio de las tensiones políticas, en la ciudad de Harar, los manifestantes echaron abajo la estatua del monumento a Ras Makonnen Wolde Mikael, el príncipe real que fue padre de Haile Selassie, el último emperador de Etiopía. La escultura ecuestre del militar y gobernador de la región en el siglo XIX, durante el emperador Menelik II, quedó en el suelo.
Las elecciones de agosto hubieran sido la primera prueba de popularidad para Abiy. Luego de las manifestaciones que comenzaron en 2016, la coalición gobernante lo nombró en reemplazo de su antecesor, Hailemariam Desalegn, y le encargó una serie de reformas para transformar lo que se consideraba un estado muy opresivo. Por ellas, y por haber logrado la paz con Eritrea, largamente enfrentada a Etiopía, Abiy obtuvo el Nobel en 2019.
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