Al parecer, ya no haría tanta falta pasar largos años de entrenamiento en la NASA o cualquier agencia espacial rusa, china o europea; tampoco tener el físico aclimatado a las grandes cumbres para escalar el Everest o los picos más grandes de la Tierra; ni ser un experto buceador para sumergirse en los confines de los océanos y explorar lo que muy pocos pueden hacerlo.
Por Víctor Ingrassia / Infobae
Hoy, el dinero puede acercar estas experiencias que trae el nuevo turismo millonario, el cual promete aventuras extremas para quienes pueden pagar un ticket que ronda entre los miles y hasta millones de dólares. Pero la enorme cantidad de dinero invertida en la aventura no garantiza volver con vida de la misma.
Ese es el caso de la reciente tragedia del sumergible Titan, de la empresa OceanGate, que hace una semana se embarcó a las profundidades del océano Atlántico con turistas millonarios que estaban deseoso de observar con sus propios ojos los restos del trasatlántico Titanic, hundido por un iceberg el 15 de abril de 1912. El sumergible Titán implosionó a 3800 metros de la superficie y sus cinco ocupantes murieron al instante, pese a la gran expectativa que había en el mundo por un rescate milagroso antes de que se les acabara el oxígeno.
“Lamentablemente, creemos que hemos perdido a nuestro CEO, Stockton Rush, a Shahzada Dawood y a su hijo Suleman Dawood, a Hamish Harding y a Paul-Henri Nargeolet”, señaló la empresa OceanGate en un comunicado en el que homenajeó a estos hombres, “verdaderos exploradores que compartían un espíritu distintivo de aventura y una profunda pasión por explorar y proteger los océanos del mundo”.
Tanto Rush como Paul-Henry Nargeolet eran expertos buzos. Pero Hamish Harding, Shahzada Dawood y su hijo Suleman Dawood, no. Eran millonarios que pagaron 250.000 dólares por la experiencia de ver al Titanic. El viaje se vendía por siete días, pero el momento clave era el de la inmersión: son unas ocho horas (dos horas y media de bajada, tres horas en el fondo marino y otras dos horas y media de subida).
El empresario pakistaní Shahzada Dawood, de 48 años, era vicepresidente del conglomerado Engro, con sede en Karachi, en el sur de Pakistán. Esa empresa tiene inversiones en varios sectores: energía, agricultura, petroquímica, salud y telecomunicaciones. Shahzada llevaba años “muy entusiasmado” con conocer los restos del Titanic y la inmersión al transatlántico suponía materializar su propia curiosidad y ego. Sabía que la expedición coincidiría con el Día del Padre en su país natal, que se celebró el sábado 18 de junio. Por eso invitó a su hijo Suleman de 19 años a unirse.
OceanGate realizaba estas inmersiones al Titanic desde 2021. Y también ofrecía expediciones a Flower Garden Banks en el Golfo de México, donde se utilizaba el sumergible Cyclops 1 para aquellos que quisieran conocer el fondo y los misterios del mar.
La aventura incluía visitar el naufragio del Andrea Doria, un transatlántico de pasajeros que se hundió cerca de Nantucket (Massachusetts) después de chocar con el Estocolmo, un buque de pasajeros sueco que salía de Nueva York. Otra compañía que también opera realizando este tipo de actividades es Proteus a cargo de Fabien Cousteau, nieto del investigador Jacques Costeau. Este proyecto propone “revelar los secretos del mar” a un precio que ronda 50.000 euros por una experiencia de siete días.
En tanto, Harding, de 58 años, era piloto de profesión, fundador de Action Group y presidente de Action Aviation, que había anunciado en su Facebook que era uno de los participantes de la expedición hacia el Titanic. El multimillonario era un aficionado a las experiencias extremas y de lujo ya que había viajado al espacio el año pasado con el extravagante proyecto Blue Origin de Jeff Bezos, fundador de Amazon y el segundo hombre más rico del mundo.
Viajes al espacio patrocinado por millonarios
Nada mejor para un millonario que hacer un viaje al espacio dentro de la nave de otro millonario. Es que la carrera espacial privada comenzó hace una década con los proyectos de vuelos orbitales y suborbitales de Richard Branson, propietario de la empresa Virgin Galactic, Jeff Bezzos, dueño de Blue Origin y el excéntrico emprendedor Elon Musk, fundador y CEO de SpaceX.
En plena competencia que busca abrir el espacio al sector privado, estos tres referentes de la innovación buscan convertirse en líderes de una industria multimillonaria y revolucionaria que también tiene su veta turística-espacial.
La idea del turismo espacial comenzó en 2001 cuando el multimillonario estadounidense Denis Tito se convirtió en el primer turista espacial en la Estación Espacial Internacional, luego de pagar un boleto de 20 millones de dólares por una semana orbitando la Tierra.
Richard Branson, multimillonario propietario del conglomerado Virgin, es reconocido por sus audaces aventuras. En 2004 creó Virgin Galactic, empresa que ofrecía vuelos suborbitales tripulados por 200.000 dólares. Dichos vuelos se realizan mediante un diseño que incluye una nave con forma de Jet, llamada SpaceShipTwo, que es elevada por un enorme avión hasta los 15 km de altura. Una vez a esa altitud, esta se desprende y activa sus motores a reacción en trayectoria hacia el espacio exterior, para luego volver planeando a la atmósfera y aterrizar en una pista.
Luego de diversas pruebas y postergaciones, que incluyeron un accidente en 2014 donde la nave se estrelló, muriendo allí uno de los pilotos, se logró un punto de inflexión en 2018 que permitió el salto a la consagración actual con el vuelo del propio Branson que viajó al espacio. “Estamos aquí para hacer el espacio muy accesible para todos e impactar en la nueva generación de soñadores”, aseguró el dueño de la empresa, después de su viaje.
Una vez que se concretó el primer vuelo, Virgin reactivó la venta de tickets para visitar el espacio. Entre 450.000 dólares y 600.000 dólares es lo que cuesta viajar al espacio con esta compañía. Los primeros se habían vendido por 200.000 dólares.
Pero el 11 de julio de 2021, la aeronave de Virgin Galactic SpaceShipTwo se desvió de su autorización de control de tráfico aéreo mientras regresaba a Spaceport America y la autoridad de vuelos regulatoria del país, suspendió sus viajes hasta nuevo aviso.
En ese mismo mes y año, Jeff Bezos viajó en su propio cohete New Shepard al espacio exterior. Su empresa Blue Origin realizó su primera misión tripulada, con un viaje de 11 minutos desde el oeste de Texas hasta más allá de la línea Karman (100 kilómetros) y viceversa, para coincidir con el 52 aniversario de la llegada a la Luna.
Oliver Daemen, un joven de 18 años que reemplazó a un multimillonario anónimo que había comprado el billete por 28 millones de dólares, acompañó a Bezos en la aventura espacial.
“Aprendimos cómo hacer que un vehículo sea lo suficientemente seguro para que estemos dispuestos a poner a nuestros seres queridos en él y enviarlos al espacio”, dijo el director ejecutivo de Blue Origin, Bob Smith.
Pocos meses después, en 2021, Rusia lanzó al multimillonario japonés Yusaku Maezawa y su asistente Yozo Hirano a la Estación Espacial Internacional, en un viaje que marcó el regreso de Moscú al mercado del turismo orbital por primera vez en 12 años. Cada uno pagó 20 millones de dólares por la travesía.
Y en abril del año pasado, SpaceX, de Elon Musk, realizó primer viaje privado a la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) desde Cabo Cañaveral, en Florida, EEUU. Tres empresarios multimillonarios y un ex astronauta fueron los tripulantes en un cohete Falcon 9. Cada uno de los empresarios pagó 55 millones de dólares por el viaje en cohete y el alojamiento, con todas las comidas incluidas.
La empresa privada Axiom Space fue la que organizó el viaje junto a la NASA, a nombre de sus tres clientes: Larry Connor, de Dayton, Ohio, que dirige la firma Connor Group; Mark Pathy, fundador y director general de Mavrik Corp., de Montreal; y el israelí Eytan Stibbe, expiloto de combate y socio fundador de Vital Capital.
La jefa de operaciones espaciales de la NASA, Kathy Lueders, dijo que hay mucho que aprender de esta primera visita por parte de turistas en un vuelo estadounidense. “Pero este despegue ha sido un gran comienzo”, agregó a los periodistas. Cada uno de los visitantes realizó diversos experimentos durante su estancia, una razón por la que no les gusta que los llamen turistas espaciales.
Más allá de los enormes egos personales de estos millonarios hay un enorme negocio. Según predicciones de Morgan Stanley, hacia 2040 las inversiones en este sector casi se triplicarán superando el billón de dólares. Y Fortune señala que la Cámara de Comercio de EEUU evaluó en 2019 que el volumen económico de los vuelos espaciales comerciales será de 1,5 billones dólares para 2040.
Pero no hay que subirse a un cohete para visitar el espacio. La empresa World View permite dar una vuelta en globo por la estratosfera por 50.000 dólares.
Subir al pico del mundo
Subir a la montaña más alta del mundo es una tentación para muchos millonarios. Se trata de una de las experiencias que se pueden vivir y también de las más costosas. La expedición al monte Everest, que mide 8.849 metros de altura, se pude realizar gracias a los múltiples servicios turísticos que ofrecen varias agencias por una suma que va desde 38.000 a 148.000 dólares.
Una de las empresas más conocidas que realiza esta expedición es Alpine Ascents International. Por 71.000 dólares, la agencia ofrece comida, acceso a un médico en el campo base, transporte en Nepal, todo el equipo necesario, sherpas y porteadores, wifi, un entrenamiento previo al ascenso y la posibilidad de organizar expediciones privadas. Otras de las empresas encargadas de organizar este tipo de experiencias es Seven Summit Treks. En este caso, por 131.000 dólares, ofrece un hotel cinco estrellas en la localidad de Katmandú con todo incluido, un fotógrafo personal durante todo el recorrido e incluso un servicio privado de helicóptero para llegar antes a los campamentos base.
Las tarifas varían según la experiencia que se quiera vivir. Hoy en día, pagando más de 220.000 dólares, uno puede vivir la experiencia incluso a modo de ‘cliente VIP’: carpas con servicio de masaje en el campamento base, vino y champán a disposición de los clientes, fuegos artificiales en el campamento base, peluquería, tiendas de campaña con instructor de yoga y alojamientos a 5000 metros con reminiscencia de una habitación de lujo.
Pero pese a todo el lujo comprado con dinero que a uno lo puede rodear, el peligro existe. Los tres guías sherpas que le llevan a uno la mochila, la comida, el agua y los tanques de oxígeno suplementario para el cliente durante las ascensión, no garantizan que pasen accidentes con fatales consecuencias.
En mayo de 1999, el británico Michael Robert Matthews de 23 años, hijo de un millonario, subió al Everest. Tres horas después de coronar el pico, se levantó un vendaval fuerte y a 8.600 metros el chico desapareció durante el descenso.
Y el 10 de mayo de 1996, cerca de 40 personas intentaban subir, y después bajar, de la cima del Everest. Una tormenta pronosticada para el día siguiente se adelantó y provocó la muerte de ocho alpinistas, en una tragedia que impactó profundamente,y generó un fuerte debate y polémica sobre las expediciones comerciales en las grandes montañas del mundo.
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