Consuelo Parada y su hija, Eli María, se sientan en la concurrida sala de espera con otras mujeres a punto de dar a luz en Erasmo Meoz, el hospital público más grande de Colombia, cerca de la frontera con Venezuela. Casi ocho de cada 10 niños nacidos aquí son de madres venezolanas.
Eli María, embarazada a los 17 años, necesita una cesárea. Debido al retraso, y al hecho que no se la considera un caso de emergencia, los médicos han programado el procedimiento para dentro de cinco días, lo que le parece una eternidad, especialmente porque ya han estado en la ciudad fronteriza colombiana de Cúcuta por cuatro días.
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“Estamos durmiendo en la calle porque no tenemos dinero para volver a casa”, dice Consuelo a The New Humanitarian. “Si tuviéramos dinero para pagar un hotel, no hubiéramos soportado el aguacero que sufrimos anoche, durmiendo en cartón”.
Se habían cubierto con una sábana, pero Eli María estuvo helada toda la noche, “Digo que es por eso que el bebé todavía no quiere nacer”, agrega Consuelo. “Porque estamos soportando tanto frío aquí, tumbados en el suelo”.
La familia vive al otro lado de la frontera en San Cristóbal, la capital del estado venezolano de Táchira, a dos horas en carro desde Cúcuta. Hace una semana, Eli María comenzó a sangrar y su madre sabía que llevarla al hospital venezolano no era una opción.
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