A solo 30 días de las elecciones, los estadounidenses no saben cómo transcurrirá el resto de la campaña electoral, cuál será el papel de Donald Trump, ingresado desde el viernes con covid-19, si podrán celebrarse nuevos debates presidenciales o habrá más de esos mítines trumpistas multitudinarios. Tampoco si el proceso de confirmación de la juez nominada por el presidente para el Tribunal Supremo, la conservadora Amy Coney Barlett, seguirá adelante antes de las elecciones. Ignoran, incluso, si el vencedor se conocerá esa misma noche electoral o habrá que esperar días, por un posible aluvión de votos por correo. Decir que la incertidumbre es total es quedarse corto. La única certeza es que el 3 de noviembre, dentro de justo un mes, los ciudadanos están llamados a elegir a su próximo presidente.
Donald Trump y su rival demócrata, Joe Biden, afrontan el asalto final por la Casa Blanca en circunstancias insólitas por la pandemia de la covid-19. Ya lo eran antes de que el presidente ingresara en un hospital. Las encuestas llevan dando como ganador al vicepresidente de Barack Obama de forma sostenida desde hace un año. Su ventaja, según el promedio de sondeos que elabora Real Clear Politics, se encontraba en siete puntos (50% frente a 43%) con los datos más recientes, de este viernes, aunque la brecha llegó a alcanzar los 11 el pasado mes de junio. Es lo único que se mantiene estable esta campaña.
Es imposible no mirar estas cifras con escepticismo, no recordar cómo la demócrata Hillary Clinton perdió frente a Donald Trump tras haber liderado las encuestas durante todo el año anterior. El escenario, sin embargo, es diferente. El 8 de octubre de 2016, cuando faltaba justo un mes para las elecciones la ex secretaria de Estado superaba al republicano en los sondeos en 4,6 puntos, y esta distancia se contrajo hasta los 3,2 puntos el 7 de noviembre, la víspera de la elección. Clinton obtuvo cerca de tres millones de votos individuales más que Trump, pero el sistema estadounidense traduce las papeletas en votos electorales, que son los que deciden el ganador y están ponderados por territorios. Y en eso, se estrelló. Perder en territorios de voto pendular tan importantes como Ohio, Florida, Michigan, Pensilvania y Wisconsin —estos tres últimos, por la mínima— liquidó sus opciones. Y esos mismos Estados, además de Arizona, son los que hay que mirar con detenimiento esta vez para saber si la ventaja de Biden tiene agujeros.
“Una cosa muy buena que tiene Biden es que, si se mira a las encuestas de ámbito nacional, el porcentaje de apoyo que tiene está siempre por encima del 50%, mientras que algo que perjudicó mucho a Hillary Clinton es que, aunque estuviese por delante de Trump, el porcentaje de respaldo quedaba por debajo de ese 50% en la mayoría de Estados decisivos (47% a 43,8%, como promedio nacional, el día antes de la votación), y eso significa que había muchos indecisos”, explica Miles M. Coleman, analista del Centro de Política de la Universidad de Virginia.
Además, Trump ya no afronta la elección como un outsider, una apuesta, una aventura. El magnate neoyorquino lleva más de tres años y medio de mandato marcado por los escándalos y la crispación política. Al poco de salir absuelto de un juicio político en el Senado —el impeachment—, se declaró la peor pandemia en un siglo y su errática gestión ha provocado una tormenta de críticas. Más de siete millones de ciudadanos se han contagiado en el país, él entre ellos, y más de 200.000 han muerto. El presidente ya no es una incógnita y lo que afronta el 3 de noviembre es un plebiscito. No parece haber tampoco un escenario en el que la enfermedad le pudiera beneficiar de alguna manera, más bien al contrario, por haberse reído de las precauciones que ha tomado Biden frente al virus. “Yo no le deseo mal a nadie, pero se lo estaba buscando”, decía este viernes Lisa Lucas, una votante republicana en Phoenix, Arizona.
Las encuestas nacionales, sin embargo, revelan poco sobre las dinámicas que finalmente determinan el resultado. Hay que fijarse Estado por Estado, cada uno con su demografía, sus normas electorales y su idiosincrasia. Los llamados Estados bisagra, es decir, aquellos en los que no se puede predecir quién va a ganar, podrían ser hasta 17 según el criterio que se aplique, pero el consenso es que esta campaña se va a decidir en seis: Michigan, Wisconsin, Pensilvania, Arizona, Carolina del Norte y Florida.
Florida
De todos ellos, el Estado más preocupante para la campaña de Biden es Florida, el más grande de los que podrían decidir la elección. Tiene 29 votos electorales, que por sí solos anularían los resultados de Michigan (16) y Wisconsin (10) juntos. Trump ganó Florida por 1,2 puntos en 2016. Las encuestas están empatadas. En días recientes Biden ha sacado hasta 1,1 puntos de ventaja, pero siempre dentro de cualquier margen de error. Florida está en el imaginario de Estados Unidos como el escenario de la pesadilla de 2000, cuando el recuento de unos pocos miles de votos en un condado decidió la elección nacional entre Al Gore y George W. Bush. Además, se suman dinámicas que no se dan en otros sitios, como la complejidad del voto latino, dividido entre ciudadanos de herencia cubana, venezolana, sudamericana y mexicana, con ideas e intereses distintos. Florida es una moneda al aire inquietante para las dos campañas.
Michigan y Wisconsin
Biden parece en mucha mejor posición para recuperar los Estados del cinturón industrial que se llevó Trump por apenas unas decenas de miles de votos en 2016. En Michigan, la media de las encuestas le da más de cinco puntos de ventaja (49,2% a 44%). En Wisconsin, las cifras son parecidas. Lo reseñable no es solo la ventaja de Biden, sino la consistencia de esta tendencia desde abril. En todos los Estados clave, además, el tema que más preocupa a los votantes es la pandemia de la covid-19. Esta realidad ha enterrado la gran baza electoral de Trump, que era la bonanza financiera del país.
Pensilvania
El segundo en tamaño de estos Estados bisagra es Pensilvania. Tiene 20 votos electorales. Es un Estado muy complejo, de 13 millones de habitantes, que va desde los Apalaches hasta la costa atlántica. Pensilvania fue una derrota dolorosa para Clinton, que perdió por un 0,7% de los votos. Wisconsin, Michigan y Pensilvania habían votado al candidato demócrata las seis veces anteriores, desde 1992. Las encuestas favorecen a Joe Biden esta vez, pero solo por entre tres y seis puntos. La buena noticia es que la diferencia parece ampliarse en las últimas semanas. Ninguna encuesta ha dado ganador a Trump en este Estado.
Carolina del Norte
Carolina del Norte tiene 15 votos electorales. Trump ganó este Estado en 2016 por 3,6 puntos sobre Clinton. Las encuestas están empatadas, incluso más ajustadas que en Florida. La ventaja es para Biden, pero insignificante a estas alturas. Sin embargo, Carolina del Norte fue el Estado donde Biden remontó en las primarias demócratas y selló su victoria gracias a una movilización masiva del voto de los afroamericanos. Esa reciente movilización puede jugar a su favor.
Arizona
Por último, el nuevo invitado al grupo de Estados que va a decidir el próximo presidente es Arizona. Desde que se constituyó en Estado en 1912, solo ha votado por cuatro demócratas y los cuatro salieron elegidos (Woodrow Wilson, Franklin D. Roosevelt, Harry S. Truman y Bill Clinton). Son varias las dinámicas que han colocado a un Estado tradicionalmente republicano al borde de votar de nuevo demócrata, pero se resumen en el cada vez mayor peso de sus ciudades y en una movilización de su creciente electorado latino y joven que ya es imposible de ignorar. Además, en Arizona se juega una intensa campaña por un escaño en el Senado que va a animar la participación tanto como la elección presidencial. Las últimas encuestas dan a Biden entre tres y cuatro puntos de ventaja. Hace solo cuatro años no habría sido realista apuntar a Arizona. En 2020, con sus 11 votos electorales, bien puede decidir la presidencia.
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