A Michael Collins se le conoció como «el hombre más solitario de la historia» por encargarse de la parte menos vistosa de la histórica misión Apolo 11: mantenerse en la nave mientras sus otros compañeros, Neil Armstrong y Buzz Aldrin, pisaban el suelo lunar y se tomaban fotos.
Lorenzo Castro E. / EFE
Collins se mantuvo en el módulo Columbia, orbitando a unas 60 millas (96 kilómetros) sobre la Luna -a la que describió como un «hueso de melocotón marchito y quemado por el Sol-, mientras Armstrong recitaba aquello de «un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”.
Al «astronauta olvidado», como también se le conoció, aquella posición tras bambalinas no le redujo su pasión por la exploración espacial ni, como recordaron sus familiares en el comunicado con el que hoy dieron a conocer su muerte, la «gracia y humildad» con la que enfrentó los desafíos a lo largo de sus 90 años de vida.
El administrador de la NASA, Steve Jurczyk, resaltó que es indiscutible su legado «como uno de los líderes que dio los primeros pasos de Estados Unidos en el cosmos».
«Su espíritu nos acompañará mientras nos aventuramos hacia horizontes más lejanos», agregó Jurczyk, en momentos en que la agencia aeroespacial tiene la mirada puesta en Marte, el planeta rojo y al que Collins apuntó como la siguiente fase de exploración.
«No quiero volver a la Luna. Quiero ir a Marte. (John F.) Kennedy nos mostró el camino», dijo Collins en 2019, durante los actos con motivo del 50 aniversario del que fue el primer viaje tripulado que alcanzó la superficie lunar, hito logrado el 20 de julio de 1969.
Hoy en día, la NASA tiene dos rovers (Curiosity y Perseverance) sobre la superficie de Marte y el helicóptero Ingenuity ha hecho los primeros vuelos controlados y con motor de una aeronave en otro planeta.
EL HOMBRE TÍMIDO Y AJENO A LOS EGOS
Este piloto de la Fuerza Aérea de EE.UU., nacido en Roma (Italia) e hijo de una distinguida familia militar, se caracterizó por su personalidad tímida y sensata, que le permitió estar ajeno a las rivalidades y egos en el Centro Espacial en Houston (Texas), en plena carrera espacial con la entonces Unión Soviética.
En su libro de memorias «Carrying the Fire» («Llevando el Fuego»), de 1974, reconoció que previo a la hazaña estaba aterrorizado con la idea de que, tras esas horas de soledad en el módulo, tuviera que volver solo y dejar a sus compañeros en el satélite terrestre si la misión fracasaba.
Contó que en sus 17 años como piloto nunca había sentido tal miedo y sabía que si volvía a la Tierra sin Armstrong y Aldrin sería «un hombre marcado de por vida».
Pero la misión concluyó con éxito, los tres integrantes de la misión volvieron a Tierra tras alcanzar las aguas del Pacífico e hicieron una gira triunfal de tres semanas que concluyó con la entrega de la Medalla Presidencial de la Libertad, el honor civil más alto de la nación estadounidense.
Collins recibió además la Medalla de Oro del Congreso de EE.UU. y fue miembro del Salón de la Fama de los Astronautas de ese país, así como del internacional Salón de la Fama del Espacio, entre otros honores.
Se retiró de la Fuerza Aérea en 1982, con el rango de general de división, y a lo largo de su vida publicó varios libros que lo elevaron como un defensor de la exploración espacial, faceta que reforzó en su calidad de director fundador del Museo Nacional del Aire y el Espacio del Smithsonian en Washington.
APASIONADO DE LA EXPLORACIÓN ESPACIAL
Collins confesó que hubiera seguido en la Fuerza Aérea, a la que ingresó tras completar su licenciatura en 1952, de no haber sido por las tres vueltas alrededor de la Tierra que en 1962 hizo el astronauta John Glenn, el tercer estadounidense que viajó al espacio.
Lo de Glenn, que luego sería senador por Ohio, le mostró las innumerables oportunidades que ofrecían los viajes espaciales.
Posteriormente, Collins fue parte del programa Gemini de la NASA, el segundo de misiones tripuladas que desarrolló Estados Unidos en medio de su competencia con los soviéticos y con el que en 1966 al fin cumplió su sueño de viajar al espacio.
Gemini fue clave para su sucesor, el programa Apolo, que puso a los primeros hombres en la Luna.
Cuando a Collins, que falleció tras una larga batalla contra el cáncer, le preguntaron cómo se veía el planeta Tierra desde el módulo con el que daba vueltas a la Luna, contestó: «Diminuta. Muy brillante. Azul y blanco. Brillante. Hermosa. Serena y frágil».
«Desde su posición ventajosa por encima de la Tierra, nos recordó la fragilidad de nuestro propio planeta y nos pidió que lo cuidemos como el tesoro que es», señaló hoy el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en un comunicado tras conocerse su deceso.
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