Tras uno de los días más deshonrosos en la historia de la democracia estadounidense, demócratas y republicanos se unieron en repulsa del presidente Donald Trump, que retuvo a su lado al final solo a un último reducto de fieles motivados estos por claros cálculos electoralistas. Con una mayoría lo suficientemente clara y contundente, las dos cámaras del Capitolio, que horas antes había sido tomado por una turba violenta, validó la victoria de Joe Biden y Kamala Harris en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre. Eran las 03.45 de la madrugada del jueves, y a partir de aquel momento, ya nada podrá impedir el relevo de poderes.
El presidente, recluido en la Casa Blanca, no tenía forma de comunicarse con el mundo, porque las principales redes sociales le habían vetado por incitar al odio, al instar a la multitud a que rodeara el Capitolio para impedir que Biden se proclamara ganador. Así que, minutos después, a las 03.49, a través de un portavoz, su coordinador de redes sociales Dan Scavino, el presidente prometió un traspaso pacífico y ordenador de poderes, sin admitir la derrota. «Aunque estoy en desacuerdo con el resultado de estas elecciones, y no acepto los hechos, habrá un traspaso de poderes ordenados el día 20 de enero», dijo el presidente.
Ya era tarde, de todos modos. Su partido estaba indignado con lo que llegaba de la Casa Blanca. El presidente acaba de invitar a decenas de miles de partidarios, a los que él había llamado personalmente a Washington, a rodear la sede del poder legislativo. Cuando la turba rompió cristales y lo asaltó a la fuerza, se resistió a autorizar el envío de los reservistas de la Guardia Nacional. Y al pronunciarse después sobre ese asalto violento, lo hizo para decir, sobre todo, que entendía la rabia que había propiciado semejante ataque.
Desde entonces, demócratas y republicanos comenzaron a debatir opciones de echar a Trump del poder aunque solo le quedaran dos semanas de presidencia, por los estragos que pueda seguir causando desde la Casa Blanca.
Nuevo «impeachment»
Dos son las principales opciones: un juicio político o «impeachment» por la vía rápida, que además le impediría presentarse a unas nuevas elecciones, o que una mayoría del consejo de ministros lo declare incapaz y lo inhabilite. En ambos casos, le sucedería el vicepresidente, Mike Pence, hasta que le correspondiera a Biden asumir la presidencia. Fue precisamente Pence quien se negó el miércoles a ceder ante las presiones de Trump y aceptó, en calidad de su otro cargo honorario de presidente del Senado, los resultados de las elecciones.
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