Con la expresión entre asustada e indiferente y los ojos cubiertos por ese velo de ausencia que se adivina en las víctimas de un hecho traumático, las niñas secuestradas el pasado febrero en el estado de Zamfara, en el noroeste de Nigeria, y liberadas el pasado martes, no parecían demasiado interesadas en los fotógrafos que se esforzaban en retratarlas. Alumnas de un internado de la ciudad de Jangebe, las 279 chicas seguían asfixiadas por el miedo. Hacía unos días, un grupo de hombres armados había asaltado sus habitaciones y se las había llevado consigo, exigiendo un rescate a cambio de que fueran devueltas sin una magulladura. Aunque la historia había acabado bien y ya se encontraban aparentemente a salvo, y a pesar de que hasta el primer ministro, Muhammadu Buhari, se había felicitado por el buen desenlace, expresando una «alegría arrolladora», lo cierto es que muchos nigerianos no compartían el mismo entusiasmo, hartos de un tipo de violencia que no para de multiplicarse en el país.
«Los secuestros en Nigeria, descritos como una de las actividades criminales más lucrativas del país, tienen sus raíces en la región del delta del Níger», cuenta Adejuwon Soyinka (Nigeria, 1977). Para el periodista, el origen de estas agresiones se sitúa en los años 2000, cuando se empezó a pedir rescates tras la captura de empresarios extranjeros vinculados a la explotación del petróleo, un recurso en el que el país es rico. «Con el tiempo -lamenta- los secuestros tomaron una una dimensión más peligrosa, al convertirse en un negocio donde los milicianos secuestraban por un rescate, y el rescate se usaba para comprar armas».
Es el mismo punto de inflexión que apunta Dagauh Komenan (Costa de Marfil, 1989), que recuerda que los grupos armados, que se hicieron con un jugoso capital gracias a esa actividad, luego invirtieron el dinero en la compra de armamento, sobre todo cuando empezó a proliferar en la zona con el inicio de la guerra en Libia y la caída de Gadafi, asesinado en octubre de 2011. «Antes se escondían en el desierto -recuerda el historiador, sobre las milicias-, pero luego comenzaron a hacer conquistas territoriales».
Un tipo de industria
Con el significativo título ‘La economía de la industria del secuestro en Nigeria’, el grupo de análisis SBM Intelligence, muy reputado en el país africano, detallaba en un informe la gravedad del problema. Según el documento, los grupos culpables de los secuestros habían ganado unos 15 millones de euros entre junio de 2011 y marzo de 2020, gracias al pago de rescates. Si se comparaba la cantidad de muertos y heridos que había provocado cada uno de esos incidentes, el estado más afectado era el de Borno, en el noreste del país, el mismo donde el grupo Boko Haram, aglutinado por una ideología que se alimenta del islamismo radical y la violencia más desaforada, tiene su feudo.
Atravesada por bosques y fronteriza con el lago Chad, Borno también fue la región donde se produjo el asalto que dio a conocer en el mundo el problema de inseguridad que sufre Nigeria. En abril de 2014, los terroristas de Boko Haram capturaron a 276 niñas de la escuela de Chibok, un suceso que provocó que varias caras conocidas, como la por entonces primera dama de Estados Unidos, Michelle Obama, exigieran su liberación inmediata, mediante la campaña ‘Bring Back Our Girls’ (’Traed de vuelta a nuestras niñas’).
«El ‘modus operandi’ -concreta el informe de SBM Intelligence, sobre los secuestros masivos al norte del país- consiste en que un número mayor de personas es detenida y luego se pide un rescate por ellas en masa». «Por ello -puntualiza-, las víctimas no son capaces de pagar tan rápido como se espera y tienen más probabilidades de ser asesinadas por sus captores».
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