Matthew Valdivia despertó a su esposa Wendy con un grito desesperado: “¡Fuego, fuego!”. Ella pensaba que estaba soñando, no tenía idea de que en cuestión de minutos su hogar terminaría hecho cenizas.
Su casa de tres plantas da hacia el bosque de San Bernardino, 100 Km al este de Los Ángeles. Es su primera propiedad, que compraron hace poco más de un año y venían arreglando poco a poco.
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El jueves esta zona es escenario de un incendio forestal que ha arrasado 80 hectáreas y a media tarde estaba contenido en 50%.
La propiedad de los Valdivia y la casa vecina pagaron el precio. El resto de las propiedades de la calle Viento, al norte de la ciudad, sobrevivieron y quedaron apenas con las marcas de las brasas que los vecinos relatan caían como cañones.
“Duele, duele mucho, pero lo importante es que nadie salió herido”, dijo a la AFP este hombre de 35 años, que trabaja en una empresa cementera.
Tan pronto Wendy abrió los ojos y vio a Matthew sacudiéndola con fuerza se levantó, vio que eran las 2 de la mañana y saltó a recoger una carpeta con partidas de nacimiento, pasaportes y otros documentos. Luego fue a los cuartos de los niños.
“¡La casa se va a incendiar, levántense!”, les ordenó con un tono casi militar. “Los niños por lo general toman tiempo para levantarse, ese era un lujo que no nos podíamos dar”.
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Mientras, Matthew salió a la calle y, con la misma intensidad con la que despertó a Wendy, fue gritando “¡fuego, fuego, salgan!” para alertar a los vecinos.
Mitzy Marzullo estaba en la casa del frente. Al despertar, se asomó por la ventana. “Estaba todo iluminado por el naranja” del fuego, dijo. “Nunca había visto algo así, tuve mucho miedo”.
Pero rápidamente entró en “modo mamá”, subió a sus niños en el auto y los alejó varias cuadras, mientras su esposo y su suegro se quedaron mojando el jardín y la fachada con una manguera. Se pueden ver las marcas negras de las brasas que cayeron, encendiendo incluso una palmera, que lograron apagar. La casa salió ilesa.
– “Nada que pudiera hacer”-
Una decena de incendios azotan California, alimentados por vientos huracanados y una bajísima humedad. El mayor de ellos, el Kincade, arrasó un área que duplica el tamaño de San Francisco.
Mathew, Wendy y sus cuatro hijos -dos niñas de siete, uno de ocho y otra de 14- subieron al auto y salieron. El fuego ya estaba encima.
A Matthew, que nunca antes había vivido en una zona de alto riesgo de incendios, no se le cruzó por la cabeza hacerse el héroe y tratar de defender su propiedad.
“Sabía que no había nada que pudiera hacer” para proteger la casa, de la que solo quedó en pie la chimena y algo de la fundación, ambas de ladrillos. “Sabía que no podría hacer nada con un pequeño chorro de agua”.
Apenas saliendo, recordaron que habían dejado a su perro. Regresaron, lo subieron al coche y dieron un último vistazo a su casa que ya comenzaba a quedar presa del fuego.
Wendy recuerda que recién habían pintado la cerca y que por estos días estaban debatiendo de qué color pintar el porche.
El próximo paso es esperar que la compañía de seguros responda, algo que también le da un poco de temor.
“Pagamos muchos por esta póliza precisamente porque estamos en un área de riesgo”, algo de lo que, dice Matthew, solo se enteraron cuando vieron el precio.
Wendy hizo las primeras llamadas a la aseguradora para tener un lugar donde dormir la primera noche de Halloween.
Una de sus niñas, precavida, se vistió en el apuro de la evacuación con su disfraz y le pidió a su madre que la llevara a la escuela, en un intento por mantener la normalidad de su vida.
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La gran pregunta que aún analiza este joven matrimonio es si reconstruirán su casa para quedarse o buscarán mudarse a un lugar de menos riesgo, porque este incendio no es un evento aislado, seguirán ocurriendo en esta zona.
“Nos mudamos a este barrio porque era bello, porque quería algo mejor para mi familia”, dice Matthew. “Es una comunidad muy cercana y eso es algo difícil de conseguir. Creo que reconstruiremos y tendremos un buen plan para estar listos si algo pasa”.
AFP
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