Para muchos estadounidenses, el asalto al Capitolio del pasado 6 de enero ha representado un punto de inflexión en la deriva política del país, sobre todo por el simbolismo que conlleva.
Daniel Iriarte | El Confidencial
Analistas de todo el mundo se han pasado gran parte del año 2020 temiendo un baño de sangre en EEUU relacionado con las elecciones del pasado noviembre. “Esto es un barril de pólvora y nos preocupa que estalle. Va a haber mucha gente armada en las calles y lo único que se necesita es un disparo, un error”, decía el pasado abril un experto estadounidense en extremismo durante una conferencia virtual sobre seguridad a la que asistió El Confidencial. Hubo algunos avisos serios: el plan de una milicia de Míchigan para secuestrar —y quizás asesinar— a la gobernadora del estado, Gretchen Whitmer, o las decenas de ataques e intentos de atropello contra manifestantes antifascistas y del movimiento Black Lives Matter.
Pero el esperado estallido de violencia no ha llegado a producirse. Hasta ahora. Para muchos estadounidenses, el asalto al Capitolio del pasado 6 de enero ha representado un punto de inflexión en la deriva política del país, sobre todo por el simbolismo que implica la violación de su principal sede democrática. Pero hay más elementos que señalan hasta qué punto este incidente puede marcar un antes y un después en este proceso. A medida que vamos conociendo más detalles sobre el asalto —como las circunstancias de la muerte del agente Brian Sicknick, fruto de un verdadero linchamiento, tal y como demuestra este perturbador vídeo—, vamos cobrando consciencia de su verdadera gravedad.
Muchos de quienes tomaron parte en él estaban dispuestos a llegar hasta el final: uno de ellos tenía en su camioneta 11 bombas rellenas con un compuesto casero de efecto similar al napalm; explosivos caseros listos para detonar fueron hallados cerca de las sedes de los comités nacionales demócrata y republicano; varios de los asaltantes llevaban equipos para inmovilizar a detenidos, y se cree que algunos individuos planeaban tomar como rehenes a diversos congresistas.
En los días previos al incidente, mensajes en canales extremistas llamaban a “cazar a los traidores”, incluyendo “RINO [el acrónimo, muy utilizado por la ultraderecha estadounidense, de Republicans In Name Only’ o ‘republicanos solo de nombre’, aquellos que el movimiento no considera lo suficientemente leales o radicales en sus posiciones], demócratas y ejecutivos tecnológicos”, e incluso se intercambiaban planos de los túneles del complejo del Capitolio. Algunos mensajes llamaban a “poner los asuntos personales en orden” antes de ir a Washington. Otro decía: “Id preparados para la guerra. O tenemos nuestro presidente o morimos”.
Entre los aspectos más alarmantes del asalto que han ido emergiendo en los últimos días, está el hecho de que entre los participantes se contaron al menos 32 agentes de policía de 15 estados diferentes y otros miembros de las fuerzas de seguridad; que varias de las personas que entraron en el Capitolio actuaron de forma coordinada y conforme a un plan preestablecido, y que entre ellos había individuos con formación militar y un pasado de activismo violento.
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