Un grupo armado irrumpió en una hacienda y rompió a un pueblo. Salvatierra, al sur de Guanajuato, ya era territorio de fosas clandestinas. En esa localidad, limítrofe con Michoacán, lidian desde hace años con el dolor de la desaparición, de la violencia descontrolada, del poder que asaltan los que llevan cuernos de chivo. Pero en la madrugada de este domingo, el terror se retorció y lo ocupó todo. Un comando del crimen organizado llegó a una posada que había organizado un grupo de amigos para celebrar la Navidad y mató a 11 jóvenes. Hirió a otros 14, según las últimas cifras de la Fiscalía de Guanajuato, que ha recuperado 195 casquillos del lugar del crimen. ¿Por qué? En Salvatierra no saben. “Solo llegaron, entraron y dispararon sin parar”, cuenta Angie Almanza, familiar de dos de las víctimas, “el único objetivo era matar”.
Se hizo de día y Paulina López había perdido a su hermano Marco Antonio López, de 22 años, y a su novio Antonio Sánchez, de 27. A la maestra Ana Maura Rivera le habían matado a su hijo de 16 años, Héctor Almaraz, y herido a Emiliano, de 18. La sobrina de Irving Ruiz, que tenía 29 años, se ha quedado sin el tío que la adoraba. Asesinaron a dos amigas, Macarena Becerril y Thalía Cornejo, de 25 años. Murió José Alberto Ramírez, también de 25, y quedó grave su gemelo. Se quedaron huérfanos los hijos de Juan Luis García Espitia, de 36 años, y el de Galileo Almanza, de 25. Mataron a David Hernández, de 27, y al estudiante Emiliano Vargas, de 23. Se hizo de día y solo quedaba dolor.
La hacienda de San José del Carmen es un edificio del siglo XVII con unos bonitos arcos donde se tomaron la última foto el grupo de amigos. Está a unos 10 minutos de Salvatierra y es normal alquilarla para fiestas y celebraciones. “Los jóvenes hicieron una reunión, por la navidad y porque también alguno de ellos se iba a ir ya a estudiar o trabajar fuera del pueblo. Eran de una misma generación, algunos llevaron a sus hermanos pequeños o a los grandes. Pero no era nada extraordinario, solo unos jóvenes que salieron a una posada”, dice Angie Almanza. Hasta allí llegó un grupo armado.
Salvatierra, territorio controlado por el Cartel Santa Rosa de Lima, como casi todo el Estado de Guanajuato, está en una disputa de territorio con el Cartel Jalisco Nueva Generación. Las autoridades no han identificado quiénes fueron los que perpetraron la matanza en la hacienda. La Fiscalía de Guanajuato ha señalado en un comunicado que los sicarios llegaron a la puerta y los jóvenes no los quisieron dejar entrar, aludieron que era una fiesta privada. “Los jóvenes comentan que estuvieron retándolos”, añade Almanza. Los criminales hicieron como que se iban. Se fue la luz. Pero volvieron más. Más y con más armas: largas, de grueso calibre.
“Enseguida regresaron los hombres y comenzaron a disparar. No se veía nada, solo se escuchaban las detonaciones”, ha relatado una víctima sobreviviente al periódico AM, “corrí y me tiré al piso, después todo fue silencio; varios de los heridos se estaban quejando y algunos pidiendo ayuda, escuché que uno de los agresores gritó: ‘¡Mátenlos a todos!”. Esa noche alrededor de unos 50 jóvenes estuvieron en la posada, pero muchos ya se habían ido a casa. La fiesta estaba terminando.
No está claro cuánto tiempo estuvieron dentro. Angie Almanza explica que “no fueron a por uno o a por otro, no trataron de llevarse a nadie”: “Rafaguearon indiscriminadamente a todos los que estaban en la fiesta, también al conjunto que estaba tocando. No hubo más: simplemente dispararon”. Al salir de la matanza, los sicarios quemaron dos coches y dos motos de las víctimas que estaban aparcados en la puerta. Fueron los jóvenes que sobrevivieron, entre los cuerpos de sus amigos, quienes llamaron a emergencias.
Habían pasado las 4.30 de la mañana cuando empezó a sonar el teléfono de Almanza. Tenía mensajes de protección civil, de sus vecinos, de parte de su familia. “Algo está pasando, pensé”, dice la mujer, que forma parte del Consejo Consultivo de Atención a Víctimas de Guanajuato, “me pedían que revisara porque había muchos cuerpos”. Ella empezó a preocuparse por el sol, pronto se iba a hacer de día, los cuerpos estaban en un jardín y podían dañarse. Se organizaron muy rápido con las familias y la Fiscalía para poder recuperarlos.
Los heridos fueron trasladados al hospital, pero uno de ellos falleció dentro de la ambulancia. Hasta este lunes a la noche, dos de los jóvenes siguen con pronóstico delicado, por lo que han sido trasladados a un centro de Celaya, y otros tres están afrontando cirugías porque las balas habían tocado hueso. Otro disparo destrozó la mano del acordeonista de Dinastía Cornejo. La banda de música, cuyos integrantes salieron todos heridos, ha pedido donaciones de sangre en el hospital de Salvatierra. “Fue un acto que te duele, un hecho atroz”, resume Almanza.
Héctor Almaraz tenía 16 años esa noche. Era el más joven. Aparece sonriente, divertido y cariñoso en todas las fotos que su familia ha compartido de él. “Gordito de mi corazón, siempre serás la irreverencia más bonita, el corazón más puro y la sonrisa más sincera, mi niñote bello de ojos bonitos, no sólo te vas tú, te llevas la alegría de la casa, las risas espontáneas, los abrazos sinceros, los chistes raros, las vaciladas, me dejas hecha pedazos que no sé cómo acomodar, quién va a cantar y escuchar música todo el día, quién me va a regañar por estar achacosa, quién se acostará junto a mí para que le rasque la cabeza, quién me dirá “te amo má””, ha escrito su madre Ana Maura Rivera. “Eras mi todo gordoño, no me imagino una vida sin ti. Descansa tranquilo, porque tú siempre fuiste ese rayito de luz en nuestras vidas, eras como el curita en el alma que hacía que todo estuviera bien”, ha relatado su hermana Ximena.
Juan Luis García Espitia tenía 36 y ha sido el mayor de las víctimas. Era técnico de sonido para bandas, había sido DJ. Tenía dos hijos. Esto escribió su esposa, Yaz Múñoz: “El viernes estuviste con nosotros son reímos cantamos y hoy no lo puedo creer, hoy te llevo atrás de mi ya muerto despierta por favor no nos dejes. Dios dale más tiempo mis hijos lo necesitan no sabes cuánto y yo también”.
Las autoridades no han dado ninguna explicación del crimen. Como no la dieron de los pasados. Hace dos semanas que seis estudiantes de Medicina, de entre 18 y 23 años, de la Universidad Latina de México fueron asesinados en Celaya. También sin respuestas. Andrés Manuel López Obrador ha salido este lunes a decir lo mismo que dijo entonces: que tiene que ver con un consumo de drogas. La madre de dos de los jóvenes asesinados a principios de diciembre, Fabiola Mateos, enseñó los exámenes toxicológicos limpios de sus hijos y de sus amigos para rechazar la versión del presidente. Le pidió que rectificara. No lo hizo.
No es esta la primera atrocidad que vive el Estado, tampoco Salvatierra. “Es un territorio silenciado, controlado por un grupo de lugartenientes locales del Cartel Santa Rosa que puede hacer este tipo de cosas, sin que haya sanción o respuesta estatal, no digamos municipal”, explica el activista Raymundo Sandoval, de la Plataforma Por la Paz y la Justicia de Guanajuato.
En septiembre, un grupo armado secuestró a plena luz del día en una plaza pública a Stephanie Espinosa, una chica de 17 años y mató a su hermano de 13 años y a un amigo que trataron de impedir que se la llevaran. No hay rastro de ella, ni justicia para ellos. Es en Salvatierra donde se localizó en 2020 una fosa clandestina con más de 80 cuerpos. Es en Salvatierra donde desaparecieron a la maestra Lupita Barajas y cuando la encontraron mataron a su hermano Francisco Barajas. Es en Salvatierra donde no hay tregua.
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