La crisis del coronavirus ha provocado un drástico descenso en la inmigración regular hacia las economías avanzadas, tanto por las restricciones de viaje como por la concesión de visados. En 2020, el número de personas que llegaron al club de las naciones más ricas del mundo por cauces legales fue de 3,7 millones, la cifra más baja desde 2003, año en que comenzaron los registros.
Se trata de “la caída más fuerte jamás registrada de los flujos de migración” hacia los países desarrollados, con un retroceso del 30% en las llegadas, según el último informe sobre migraciones internacionales de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), publicado este jueves. España es uno de los países de destino en los que la bajada ha sido más pronunciada, con una caída del 38%, lejos del 26% de Alemania o el 21% de Francia. El único Estado que registró un aumento de inmigrantes que entraron de forma legal en plena pandemia fue México, con 54.000, una suma récord, “tras un fuerte incremento de admisiones humanitarias”.
Frente a las imágenes de inmigrantes irregulares que tratan de cruzar las fronteras de la Unión Europea, la inmigración permanente que llega al Viejo Continente a través de los cauces legales se ha frenado. Y esto, en opinión de Thomas Liebig, investigador sénior de la OCDE en conversación con EL PAÍS, tiene un alto coste para los países receptores. Ya no es solo un debate fiscal sobre cuánto contribuyen y cuánto cuestan los inmigrantes a los Estados, al que tan acostumbrados están en Dinamarca, Noruega, Suecia o Alemania: es que “falta mano de obra en Europa”, subraya el especialista en migraciones internacionales. “El papel de la inmigración es el de cubrir esta escasez”, ha apuntado el australiano Mathias Cormann, secretario general del think tank desde el pasado junio, durante la presentación del estudio este jueves. “Necesitamos inmigrantes. Los inmigrantes no son ellos, son como nosotros, y esta es una lección que debemos aprender de la pandemia”, ha subrayado, por su parte, la comisaria europea de Interior, Ylva Johansson.
España destaca en el informe por dos motivos: por ser uno de los países en los que el descenso de la inmigración ha sido más marcado –en buena medida porque gran parte de los inmigrantes viene de América Latina y para ellos ha sido mucho más difícil llegar a España durante la pandemia–, y porque está entre los Estados en los que el desempleo ha sido más alto entre el colectivo inmigrante.
Aunque en esta ocasión la pérdida de empleo en España ha sido menor que en otras crisis, “el 70% de esta caída la han pagado los inmigrantes”, explica Liebig por teléfono desde París, donde se encuentra la sede de la OCDE. “Ellos son los primeros en encontrar un trabajo, son más flexibles y reciben peores sueldos. Pero también son los primeros en caer cuando las cosas no van bien”, razona. Muchos de ellos trabajaban en sectores que se han visto gravemente afectados por la pandemia como el turismo. Antes de la crisis, una de cada tres personas que trabajaba en la hostelería no habían nacido en España, un porcentaje significativo que se encuentra, sin embargo, por debajo de las cifras de Alemania (40%) o Suecia (53%).
La integración, una tarea pendiente
En las economías avanzadas, subraya el think tank, los inmigrantes contribuyen más en impuestos que los Gobiernos gastan en protección social, salud y educación. Y, sin embargo, su integración sigue siendo un reto mayúsculo: el problema de la segregación de los no nacidos en ese territorio afecta a todos los Estados del club.
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