Pretendían hacer una revolución y hoy es un partido dividido en varias corrientes que luchan por el liderazgo, un partido que perdió su identidad original en el camino y ahora no sabe dónde dirigirse. El Movimiento 5 Estrellas (M5E) encandiló a la gente con un sinfín de falsas promesas en un momento político convulso, ideal para su populismo: cuando Italia y el mundo estaban siendo sacudidos por un terremoto sociopolítico.
Era el 4 de octubre del 2009. Silvio Berlusconi estaba al frente del Gobierno. El seísmo de Lehman Brothers comenzaba a resquebrajar también el sistema italiano. Ese día nacía el M5E, fundado por el cómico Beppe Grillo y por Gianroberto Casaleggio, un empresario del web, fallecido en 2016, al que ha sucedido su hijo Davide, que ni de lejos tiene la influencia del padre en el Movimiento.
Se definía como una organización ni de izquierda ni derecha y post ideológico, y con esa ambigüedad sigue. Con la bandera de la anti-política, la promesa de abrir la Cámara y el Senado como una lata de atún, el grito del «vaffa» (a tomar por c…) permanente de Grillo en los mítines, el feroz rechazo de la «poltrona» y la filosofía del uno vale uno, ingresaron al Parlamento en el 2013 con un resultado histórico: el 25,56 % de los votos, siendo el primer partido en la Cámara.
Caída en picado
Luigi Di Maio, un perfecto desconocido, se convirtió a sus 27 años en el vicepresidente de la Cámara de diputados, el más joven en su historia. Más rotundo fue el éxito en marzo del 2018, al lograr 10,5 millones de votos (32,6 %). Hoy todas las encuestas indican una caída en picado del M5E: ha perdido en dos años la mitad de sus votantes y se sitúa entre el 15 y 17 % en intención de voto.
El abandono de sus seguidores tiene fácil explicación: el M5E se ha convertido en un partido más del sistema; son la misma casta que antes detestaban, con todos los vicios del antiguo régimen que pretendían derribar y con otro grave defecto: no tienen una clase dirigente, la mediocridad caracteriza a sus representantes, un defecto general en el país, coinciden en señalar los analistas. No extraña que hoy hagan todo lo contrario de lo que predicaban. Por ejemplo, sus dirigentes son maestros en agarrarse a los sillones y practican un descarado enchufismo. El símbolo de este nuevo curso del M5E lo encarna Luigi Di Maio, actual ministro de Exteriores y líder del Movimiento hasta el pasado mes de enero –fue sustituido temporalmente por Vito Crimi, un político irrelevante– con ambición de hacerse nuevamente con el liderazgo. Anteriormente, Di Maio fue contemporáneamente Líder del Movimiento, vicepresidente del Gobierno, ministro del Trabajo y ministro del Desarrollo económico.
«Ni siquiera Churchill, De Gaulle o Adenauer lo hubieran hecho», afirma el conocido sociólogo Domenico De Masi, que aconseja a Di Maio dejar el ministerio de Exteriores, «una cosa que no sabe hacer, para ponerse a estudiar y luego volver a la política». Di Maio no ha pasado por la universidad ni sabe idiomas, pero es un maestro del enchufismo: ha colocado en puestos clave de la administración y de empresas públicas a numerosos amigos: «El ministro más inconsistente del Gobierno Conte se dedica a colocar a sus hombres en todas partes. Así mantiene el mando del Movimiento», comentaba recientemente el semanario «L’Espresso». El Movimiento ha pasado de exigir meritocracia cuando estaba en la oposición a practicar el amiguismo, hasta el punto de que el instituto al que acudió Di Maio en su pueblo de Pomigliano d’Arco ( Nápoles) se ha convertido en la nueva fábrica de cerebros en Italia.
Así, mientras en Estados Unidos está Harvard y en Francia L’École Nacional de la Administración, Italia cuenta con el liceo Vittorio Imbriani de Pomigliano d’Arco. Cinco de sus amigos de escuela ya están haciendo carrera gracias a Di Maio, aparte numerosos conocidos. A propósito de la meritocracia en los tiempos del populismo, el sociólogo Francesco Alberoni afirma que «el público ve a los políticos solo en televisión o en las redes sociales, y a la hora de votar elige a los más bulliciosos, que prometen soluciones emotivas y simplistas, es decir, a los populistas y demagogos».
Incultura e ignorancia
En este sentido, Luigi Di Maio es también un ejemplo singular: «Hoy hemos abolido la pobreza, nosotros somos el auténtico cambio», llegó a gritar Di Maio en septiembre del 2018 ante sus fieles, cuando el consejo de ministros aprobó la llamada «renta de ciudadanía», una ayuda temporal para indigentes y parados. Pero esta clase política representa un grave problema para Italia, según apunta el historiador Ernesto Galli Della Logia: «La creciente dosis de falta de preparación e incultura de la clase política, además muy ignorante de historia y de geografía, es incapaz de enfocar debidamente nuestros auténticos intereses nacionales».
Aquí los ejemplos son infinitos: Alessandro Di Battista, líder de una de las cuatro o cinco corrientes del M5E, con pretensión de liderar el Movimiento, escribía en abril en el diario «Il Fatto Quotidiano», un periódico afín al partido: «China ganará la tercera guerra mundial sin disparar un tiro e Italia puede poner esta relación en el plato de las negociaciones europeas. La relación privilegiada con Pekín, guste o no, es gracias al trabajo de Di Maio». Obviamente, la posición de Alessandro Di Battista, una mina vagante en el Movimiento, irritó al europeísta Partido Democrático, que forma parte de la mayoría gubernamental.
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