Donald Trump ha tenido para Latinoamérica una política más temprana y de mayor definición que la llevada a cabo por Barack Obama en sus primeros cuatro años en la Casa Blanca. No obstante, en sus relaciones con la región ha faltado empatía: el presidente republicano ha desdeñado los encuentros multilaterales y no ha salido al encuentro de los líderes latinoamericanos.
En cualquier caso, la mayor consecución de Obama en la región -el acuerdo con Cuba, luego truncado por su sucesor- tuvo que esperar hasta el final de su segundo mandato. Tampoco en estos cuatro años Trump ha logrado su principal objetivo: la caída del régimen venezolano. ¿Lo conseguirá si gana más tiempo con su reelección?
Logros del primer mandato
En su primer mandato, Obama se desplazó más a la región. Estuvo en ocho países, frente a un solo viaje realizado por Trump, que además cuando acudió a Argentina a finales de 2018 fue para una reunión del G-20. Obama participó en las dos citas de la Cumbre de las Américas (2009 y 2012), mientras que Trump no se presentó en la única celebrada durante su presidencia (2018).
En su primer año, Obama viajó dos veces a México; Trump ha preferido desplazarse justo al lado estadounidense de la frontera para poner de relieve los problemas migratorios con el vecino país. También en el mandato inicial, Obama visitó Centroamérica; Trump ha preferido tratar los asuntos del Triángulo Norte centroamericano desde la Casa Blanca y Mar-a-Lago.
No obstante, el actual presidente estadounidense ha sido más rápido en fijarse objetivos sobre la región. De perfil más ejecutivo que el a veces vaporoso Obama, ha conseguido algunas metas que se había propuesto.
Por un lado, está la revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que se resolvió de modo relativamente rápido si se tiene en cuenta la complejidad de este tipo de negociaciones (otra cosa es que el déficit comercial con México se vaya a reducir sustancialmente, que era la pretensión de Trump al iniciar ese proceso).
Por otro, está el freno, al menos de momento, de la llegada ilegal de inmigrantes centroamericanos a Estados Unidos, mediante el compromiso de los gobiernos de Guatemala, Honduras y El Salvador, además del de México, a declararse «tercer país seguro» y socavar así el paso por su territorio de quienes desean alcanzar EE.UU. solicitando asilo.
Presión sobre Venezuela
El agravamiento de la cuestión venezolana es la que llevó a la Administración Trump a adoptar tempranamente una política definida de presión sobre Caracas, con el incremento gradual de sanciones, que afectan tanto a la petrolera estatal PDVSA como a los principales dirigentes del país, incluido el propio Maduro.
Si bien la eficacia de una diplomacia coercitiva en forma de sanciones es debatible, en el caso venezolano ha servido para arrinconar internacionalmente aún más al régimen chavista y para rebajar el apoyo financiero que Pekín y Moscú le venían prestando.
Esa decidida actuación sobre Venezuela por parte de Washington ayudó a concertar una posición conjunta de la mayor parte de la región. El llamado Grupo de Lima venía ya de atrás, pero la creciente ola de migrantes venezolanos dio a los países receptores un sentido de urgencia que explica el amplio reconocimiento dado a Juan Guaidó como presidente interino.
No obstante, el fracaso del levantamiento contra Maduro de abril de 2019 y la prolongación de la situación han generado cansancio en Trump y en sus socios más estrechos en esta cuestión: en Colombia comienza a percibirse como excesivo el alineamiento de Iván Duque con la Casa Blanca, y en el Brasil de Jair Bolsonaro existe la sensación de no haber obtenido nada a cambio.
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