La Cámara de Representantes se dispone a votar este martes una resolución en la que se solicita formalmente al vicepresidente Mike Pence que invoque la enmienda 25 de la Constitución para declarar al presidente Donald Trump incapaz de llevar a cabo sus deberes y obligaciones y despojarle de estos. Si al término del plazo de 24 horas el vicepresidente no interviene, los demócratas han anunciado que votarán el miércoles el segundo impeachment del presidente, para tratar de que el Senado lo destituya, la semana antes de que termine su mandato y el presidente electo Joe Biden sea investido.
La jugada coloca toda la presión en el vicepresidente. Entre los limitados poderes que la legislación constitucional entrega al que es el único cargo electo a nivel nacional además del propio presidente, figura el contenido en la enmienda 25: la potestad de transmitir a los líderes de ambas cámaras legislativas una declaración escrita, aprobada por la mayoría de los principales miembros del Ejecutivo, de que el presidente “es incapaz de cumplir los poderes y obligaciones de su cargo”, debiendo asumir inmediatamente el propio vicepresidente dichos poderes y obligaciones como “presidente interino”. El guante arrojado a Pence pone a prueba la relación, rayana en el servilismo, que los dos nombres que compartieron el cartel de la candidatura republicana en 2016 y en 2020 han mantenido en estos convulsos cuatro años. Una relación que, en estas últimas semanas, se ha enfriado de manera evidente.
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Si ya era remota la probabilidad de que Pence decidiera traicionar a Trump en la recta final, y pasar a la historia como un muy efímero 46º presidente de Estados Unidos, esta poco menos que se extinguió la noche del lunes. Ambos se reunieron en el Despacho Oval y, según fuentes de la Administración, se comprometieron a seguir trabajando juntos “lo que queda de mandato”. El hecho de que la reunión fuera la primera interacción entre ambos desde antes del asalto al Capitolio revela el insólito deterioro de la confianza de Trump en quien ha sido uno de sus más fieles escuderos.
El enfriamiento comenzó el 15 de diciembre, cuando alguien convenció a Trump de que Pence era su última esperanza para revertir el resultado de las elecciones que perdió el 3 de noviembre. La posibilidad de que el vicepresidente objetara el recuento en el Congreso de los votos del Colegio Electoral se convirtió en una obsesión para Trump. Pence estudió la posibilidad con expertos constitucionalistas, que coincidieron en considerarla inviable. El equipo del vicepresidente supo, según The Washington Post, que los abogados de Trump preparaban incluso una demanda contra él. El hecho de que Pence se apoyara en juristas del Departamento de Justicia para neutralizar la demanda, según el Post, enfureció aún más a Trump.
La presión a Pence incluyó una llamada la mañana del mismo miércoles 6 de enero, el día fatídico en el que el vicepresidente acudió a presidir el Senado para el ritual de la certificación del resultado electoral. Tras la negativa de Pence, el presidente arremetió públicamente contra él. “Mike Pence no ha tenido el valor de hacer lo que debería haber hecho para proteger a nuestro país y a la Constitución”, tuiteó a las 13.24. Para esa hora, las hordas trumpistas, arengadas por el presidente ya habían tomado al asalto el Congreso. “¿Dónde está Pence?”, gritaban los sublevados. El vicepresidente había sido evacuado del Senado y se encontraba oculto en una localización secreta del Capitolio. El presidente no llamó a Pence para comprobar si se encontraba bien. Ni ese día ni los días siguientes.
El presidente anunció que no asistirá a la toma de posesión de Joe Biden y Kamala Harris el próximo miércoles. Pence, sin embargo, ha confirmado que sí acudirá. El vicepresidente se ha mantenido al lado de Trump en todas las crisis. Se las arregló incluso para esquivar los golpes al frente de la errática respuesta de la Casa Blanca a la crisis del coronavirus, transitando con destreza el cisma entre la ciencia y las salidas de tono del presidente. Ahora, su distanciamiento con las bases trumpistas arroja incógnitas sobre sus indisimuladas aspiraciones presidenciales.
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