Las secuelas de la decisión de asesinar al general iraní Quasem Soleimani serán múltiples y variadas. Por ahora se vislumbran dos muy claras. La primera es que, en el futuro inmediato, aumentará la presencia militar de Estados Unidos en Oriente Próximo. “Traer los soldados a casa” es una promesa electoral y un eslogan usado con frecuencia por el presidente Donald Trump. Esta promesa, que ya estaba siendo difícil de cumplir, ahora luce inalcanzable. El segundo efecto del asesinato de Soleimani es que el acuerdo nuclear entre Irán y varias potencias, en el cual la República Islámica se comprometió a limitar su programa nuclear, ya no tiene efecto.
Moisés Naím / ALnavío
Cada año, cerca de medio millón de personas en todo el mundo son asesinadas. Naturalmente, estas muertes tienen efectos devastadores para las familias y las personas cercanas a las víctimas. Pero también hay asesinatos que no sólo afectan a familiares y amigos, sino que cambian el mundo. Son asesinatos que resultan muy caros. El ejemplo icónico de esto es el atentado que, en 1914, le costó la vida en Sarajevo al archiduque Francisco Fernando de Austria. Su muerte desencadenó un proceso que condujo al estallido de la Primera Guerra Mundial y a la muerte de 40 millones de personas.
Recientemente, han ocurrido otros asesinatos caros: el del periodista saudí Jamal Khashoggi, ocurrido en octubre de 2018; y el del general iraní Qasem Soleimani, el pasado 3 de enero. Aunque las víctimas no podrían ser más diferentes, tienen algo importante en común: ambos fueron asesinados por un gobierno que ordenó su ejecución. El periodista saudí fue asesinado por el gobierno de su país y el general iraní, por el presidente de Estados Unidos. Mientras que Donald Trump celebra su decisión de eliminar al sanguinario líder militar iraní, el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salmán, niega cualquier involucramiento en el asesinato de Khashoggi, hecho que ocurrió en el consulado saudí en Estambul.
El príncipe culpa a funcionarios de sus servicios secretos, algunos de los cuales ya fueron juzgados y condenados a muerte. Sin embargo, tanto investigadores del gobierno turco como de The New York Times, han concluido que el rapto, asesinato y desmembramiento del periodista fueron llevados a cabo por agentes cercanos a Bin Salmán, quienes viajaron a Estambul con ese propósito. Este príncipe de 34 años claramente subestimó las terribles consecuencias que el asesinato tendría para su reputación mundial, y la de su país. Jamal Khashoggi ya se ha convertido en un símbolo que le recuerda al mundo los riesgos que corren los periodistas que se enfrentan a regímenes autoritarios dispuestos a asesinar a sus críticos.
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