De todos los problemas que asolan a Clena Dival el asesinato de su presidente es el menos importante. Sentada en un miserable trozo de calle del barrio de Delmas junto a su negocio, una cesta cargada de productos de higiene: desodorantes, cremas de dientes, jabones, aspirinas, pintaúñas… La mujer de 62 años lleva varios días con la cabeza apoyada en las manos viendo cómo el polvo, las ruidosas motos, los tap-tap (autobuses de colores) cargados de viajeros, los gritos de los conductores y el calor del Caribe son los únicos clientes que se acercan hasta allí.
No ha vendido nada, absolutamente nada, en los tres últimos días. Los sesudos informes de organismos internacionales que dicen que el 60% de los haitianos viven con dos dólares diarios pasaron de largo cuando llegaron frente a Dival porque ni siquiera a esa cantidad alcanza.
Con otro panorama Clena Dival tal vez hubiera tenido un mejor futuro dada su tendencia a la poesía. Cuando habla de sus buenos tiempos en Gonaive, la ciudad en la que nació, resopla y cuenta que “la vida es así, a veces no cae una gota y otra es el diluvio”. Cuando resume la situación de Haití dice que “está en un ataúd, pero cada vez que quieren enterrarlo se dan cuenta de que respira” y cuando se refiere al asesinato del presidente Jovenel Moïse y el enfrentamiento político que esto ha generado resume mejor que un politólogo su desprecio: “Cortaron la cabeza de la serpiente, pero dejaron la cola”. En pocas frases, Dival describe el momento social y político de un país que esperaba el caos tras la muerte de su presidente, pero que está tan acostumbrado a vivir sin él que apenas se nota la diferencia.
Delmas, Carrefour, Tabarre, La Saline, Martissant, Fontamar… Dos problemas se repiten una y otra vez en la calle y ninguno tiene que ver con la muerte de Moïse: la violencia de los gangs (pandillas armadas) y el altísimo precio de los productos básicos. “El aceite, los frijoles, el arroz… Nunca había estado todo tan caro”, dice en criollo.
“La situación está muy difícil y no me alcanza ni para comer una vez al día”, explica frente a todo su patrimonio: la decolorada cesta de productos de higiene. El área que ocupa es frecuentemente atacada por las pandillas locales que se disputan el territorio, ahora más envalentonadas y engrasadas que nunca gracias a que cuentan con más dinero y armas resultado del narcotráfico y del papel cada vez más importante que juega Haití como zona de entrada en la ruta que une Colombia y Venezuela con Estados Unidos, a pocas millas de distancia. Si bien el hambre siempre estuvo presente, la violencia y los secuestros diarios son fenómeno relativamente nuevo en Haití.
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