El eco de la voz del papa Francisco retumbó este viernes en medio de una plaza de San Pedro vacía. En una emotiva misa, la cabeza de la Iglesia católica realizó la bendición Urbi et orbi, que traduce “de la ciudad y del mundo” o “de la ciudad para el mundo”, en la que concedió el perdón de pecados a todos los fieles.
La escena fue desconcertante para quienes están acostumbrados a que miles de personas rodeen al sumo pontífice en cada una de sus apariciones públicas. Pero esta vez, la multitud se quedó en su casa y tuvo que conformarse con ver y escuchar a Francisco desde una pantalla.
La pandemia del coronavirus penetró incluso en los más altos círculos del Vaticano, donde ya no se permiten las aglomeraciones. En medio de este escenario mundial, en el que la preocupación por la vida y la estabilidad económica se ha generalizado por todo el planeta, el Papa hizo un llamado a “no tener miedo”. Un mensaje que, si bien fue de aliento, no desconoció la gravedad del asunto:
“Desde hace unas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso”.
Unas palabras que pasarán a la historia no solo por lo impactantes que fueron para millones de católicos que escucharon atentamente cada frase, sino porque el Papa las dijo en medio de una ceremonia que ya es considerada como una de las más importantes no solo de los últimos años sino de toda la tradición romana.
Así lo explicó a EL TIEMPO Hernán Olano, vicerrector de la Universidad la Gran Colombia y una de las personas que más sabe acerca del Vaticano en el país: “Este es un hecho histórico. Habitualmente la bendición Urbi et orbi se realiza en dos épocas del año: el domingo de Pascua, en Semana Santa y el 25 de diciembre, en Navidad. También se hace al inicio del pontificado de cada Papa”.
Y añadió: “En esta ocasión, el Papa, en su posición de autoridad en la Iglesia, tomó la decisión de realizar la bendición Urbi et orbi de manera extraordinaria debido a la pandemia”.
Durante esta ceremonia, Francisco no solo oró pidiendo la intervención divina en el contexto actual, sino que además otorgó la indulgencia plenaria a todos los creyentes, esto es, el perdón total de pecados.
Es la primera vez que la bendición Urbi et orbi se realiza ante una plaza vacía, que apenas contaba con la presencia de unos cuantas personas encargadas de la logística del evento.
Contó, además, con una emotiva homilía en la que incentivó a los católicos a permanecer unidos ante la propagación del virus, un mal que en estos momentos aqueja más que a cualquier otro país a Italia, donde precisamente se encuentra la ciudad del Vaticano.
El mensaje de Francisco en época de pandemia
En medio de la plaza, en una tarde lluviosa, el Papa hizo un llamado a la oración intensa y el servicio voluntario hacia la sociedad, acciones que calificó como “la mejor arma” contra el coronavirus.
Pero antes hizo una fuerte crítica al estilo de vida presuroso y lleno de afanes al que el mundo estaba acostumbrado, el cual se tambaleó con la llegada de la covid-19.
“La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas vulnerabilidades con las que habíamos construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades”, aseguró el Papa en medio de la ceremonia.
Mencionó cómo con la pandemia “cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que nos disfrazamos, nuestros egos, siempre pretenciosos de querer aparentar y dejó al descubierto esa bendita pertenencia común de la que no podemos evadirnos, esa pertenencia de hermanos”.
Y añade: “Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas. No nos hemos despertado ante guerras e injusticias planetarias, ni hemos escuchado el sonido de las voces de los pobres ni de este planeta gravemente enfermo”.
Un llamado de atención con el que pretendió abarcar temas tan diversos como las desigualdades sociales hasta la crisis en el medioambiente. Pero además de señalar todas esas debilidades y errores humanos, destacó que en medio de la inestabilidad actual a la que se enfrenta el mundo, nace una nueva oportunidad: la de la unidad de la humanidad en la lucha contra un enemigo común.
“Nos encontramos asustados y perdidos, al igual que los discípulos del evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos. Todos necesitados de reconfortarnos mutuamente. No podemos seguir solo por nuestra cuenta sino solo juntos”, aseguró.
Ante esto, llamó a todas los creyentes a volver a la fe, así como a que se reorganicen las prioridades en la vida cotidiana, poniendo a Dios y a la familia en el primer lugar.
Francisco también destacó la labor de enfermeras, médicos, transportadores, trabajadores de supermercados y otras muchas personas que, en medio de la cuarentena, se han encargado de mantener al mundo funcionando:
“Personas comunes –corrientemente olvidadas– que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show, pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia”, dijo.
Una ceremonia histórica
La bendición Urbi et orbi es una tradición con más de ochocientos años de antigüedad. Por lo general, solamente se hace con motivo de fechas de gran importancia para la Iglesia, como el domingo de Resurrección y la Navidad.
Sin embargo, lo de Francisco pasó a la historia. Convocó la misa para dar la bendición no en medio de una festividad católica sino en un momento de gran incertidumbre a nivel internacional.
“Es la primera vez que se realiza la bendición de manera extraordinaria en los últimos ochocientos años por un tema no religioso, como lo es el virus”, asegura Hernán Olano.
Solo se tiene registro de dos ocasiones en las que esta ceremonia se realizó en momentos diferentes a los habituales, pero ambos obedecieron a celebraciones importantes para los católicos. La primera fue en 1942, con motivo del jubileo episcopal del papa Pío XII y en el aniversario número 25 de la virgen de Fátima.
Esta vez se realizó sin público presente, siendo la primera vez que se hace de esta manera y, además, echando mano de un recurso también poco habitual como lo es la indulgencia plenaria.
Si bien el Urbi et orbi lo permite, es más habitual que la indulgencia se dé de manera parcial. Así lo explicó Olano:
“Aunque el código del derecho canónico permite que las indulgencias pueden ser parciales, en este caso el Papa declaró una indulgencia plenaria, para la cual los fieles que accedan a ella deben cumplir con tres requisitos”.
Esto quiere decir que se otorga perdón total de pecados a quienes cumplan con tres condiciones: confesarse, realizar una oración pidiendo por el papa y la Iglesia en general, y tener un acto genuino de contrición y arrepentimiento.
“Es borrón y cuenta nueva. Es importante señalar que los pecados que se perdonan son todos los realizados antes de la bendición, no los que se cometan de manera posterior”, acota Olano.
Además, la de este viernes tuvo un ingrediente especial: la presencia de figuras religiosas con siglos de antigüedad a las cuales el papa Francisco veneró y ante las que encomendó a la humanidad entera.
La primera de ellas es el ícono de la virgen de Salus Populi Romani, la llamada Virgen de la Salud. Esta imagen, que habitualmente reposa en la Basílica de Santa María Mayor, una de las cuatro grandes basílicas romanas, data de la época de Bizancio.
A ella es a la que acude el Papa cada vez que emprende un viaje al extranjero o cuando regresa de dicha excursión.
Se dice que ha concedido innumerables milagros, incluyendo que en una época de sequía en un agosto, plena época de verano, en Roma, hizo que cayera una gran nevada, la cual ayudó a solventar las necesidades de los romanos.
La segunda imagen es una estatua de un Cristo crucificado, que normalmente permanece en la iglesia de San Marcello al Corsso. Se dice que curó a Roma de una terrible peste en el año de 1522 tras ser sacado en procesión por toda la ciudad.
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