Donald Trump carraspeó y sacó pecho. Era mediados de 2017, y acababa de recibir la confirmación del Pentágono del impacto exitoso de la llamada GBU-43/B o MOAB (Mother Of All Bombs, en español Madre De Todas Las Bombas). Al menos 90 miembros del Estado Islámico en el Jorasán (ISIS-K), la rama afgana del Daesh, habían muerto por la explosión de esta bestia metálica de nueve toneladas, que reventó desde dentro el complejo de cuevas que conformaba su escondrijo en el este de Afganistán.
Por LLUÍS MIQUEL HURTADO – EL MUNDO
El distrito de Achin, en la provincia oriental de Nangarhar, se había convertido, desde su fundación en 2015, en uno de los fortines de una organización que irrumpió en medio de la lucha entre los talibán y las fuerzas oficialistas afganas, apoyadas por tropas internacionales. Las provincias de Farah y Helmand también acogieron huestes del grupo, que juró lealtad al entonces ‘califa’ del IS, Abu Bakr Bagdadi, y se lanzó a provocar atentados por Afganistán y regiones adyacentes.
Su relación con los talibán es compleja. Su primer líder o emir fue Hafiz Saeed Khan, un exdirigente de Tehrik-i-Taliban Pakistan (TTP), una organización de la órbita de los talibán asentada en la región fronteriza de Pakistán con el vecino Afganistán. La mano derecha de Khan fue Abdul Rauf Aliza, un ex mando talibán afgano. Ambos fueron asesinados en sendas operaciones estadounidenses. Tras el golpe de la MOAB, Trump celebró «una muy, muy exitosa misión».
O no tanto. Pese a las múltiples operaciones armadas llevadas a cabo por el ejército afgano y sus soportes. Incluso pese a las presuntas redadas hechas por los talibán de acabar con la competencia -en febrero de 2020 se comprometieron por escrito frente a EEUU a no permitir que el ISIS-K usara Afganistán de terreno desde donde lanzar ataques contra sus aliados-, los atentados de este jueves parecen demostrar un vigor mayor incluso que el del Estado Islámico aún vivo en Irak y Siria. Varios funcionarios de Defensa de EEUU aseguran que el Estado Islámico de Jorasán está detrás de la masacre del aeropuerto en Kabul. Horas después, el propio grupo lo reivindicó en sus redes.
El Jorasán, el área a la que se refiere el grupo armado, es una vasta región histórica persa que comprende partes de Irán, Afganistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Es una marca que denota las aspiraciones de conquista que siempre mostró el IS, y que suponen una de las diferencias respecto a los talibán: idéntico marchamo extremista islámico -las promesas talibán de moderación siguen sin verse- pero, en el caso del IS, voluntad transnacional, frente al nacionalismo talibán.
Por otra parte, si es posible hacer la espinosa comparación de niveles de violencia, la del IS-K es superior. El año pasado, miembros armados entraron en una maternidad del distrito hazara (etnia chiíta) de Dasht-e Barchi, en Kabul. Tras un asalto y un tiroteo con las fuerzas de seguridad, acabaron con 24 personas, entre ellas 16 parturientas muertas y dos bebés. Durante los últimos meses, el ISIS-K ha reivindicado decenas de ataques contra mezquitas, templos, plazas repletas de civiles y hospitales.
En todo momento, el Gobierno afgano del ex presidente fugado Ashraf Ghani acusó a los talibán de escudarse tras las reivindicaciones del ISIS-K para omitir su autoría real, algo que los fundamentalistas siempre negaron. Para estos, los ataques del IS-K eran una prueba de la incapacidad del Ejecutivo ya derrocado de mantener la seguridad dentro del país. La población estaba dividida, por no decir confusa. La muerte se ha instalado en sus vidas desde hace décadas; sólo cambia la marca que los mata.
Expertos en Inteligencia indican que el Estado Islámico en el Jorasán tiene un modus operandi similar al de otras ramas de la organización. Se instala en zonas urbanas o en suburbios, donde puede preparar sus ataques, mayormente suicidas. La carne de cañón son sobre todo chicos fuertemente adoctrinados -Pakistán es uno de los planteles del IS-K- en su ideología, y no proceden necesariamente de zonas deprimidas, sino también de entornos cultos.
Al IS-K no se le presuponen cantidad de efectivos. Un informe que obraba en manos del Consejo de Seguridad de la ONU el mes pasado estimaba en 500 sus miembros activos. Un informe de Naciones Unidas de junio apuntaba a que entre 8.000 y 10.000 combatientes de Asia Central, el Cáucaso ruso, Pakistán y Xinjiang, la región uigur de China, habían acudido a Afganistán en los últimos meses. Se les asociaba principalmente con los talibán y Al Qaeda, pero también con el ISIS-K.
Ahora, sobre el abrupto suelo de Afganistán, pero también en las orillas de sus vecinos, estas tres organizaciones representan una extraña competición entre islamistas violentos que, a su vez, supone una amenaza para el mundo. Como ocurrió durante el auge del IS en Siria e Irak, su éxito en el campo de batalla frente a Occidente sirve de inspiración también en el mismo Oeste. Las tropas internacionales se van de Afganistán; el terror del IS persiste en todo el globo.
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